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México D.F. Miércoles 10 de noviembre de 2004

Arnoldo Kraus

Pena de muerte en jóvenes

En Estados Unidos suceden cosas extrañas. Religen a un presidente, a pesar de que en el mundo existe gran descontento y odio hacia el país. Se anuncian defensores de los derechos humanos y de valores tradicionales como la moral o la familia, pero las contradicciones afloran cada día: las cárceles en Irak o en Guantánamo y el número de homeless son fiel testimonio de ese doble lenguaje. Hablan de la ecología como un bien mundial, pero no firman acuerdos como el de Kyoto. Cuentan con muchos premios Nobel de Medicina y con magníficos centros hospitalarios, pero más de la quinta parte de la población carece de protección médica.

Difunden el deseo de sembrar democracia y libertad, pero no cumplen: Irak y Afaganistán son ejemplos recientes. No sólo denuestan, sino que, incluso, algunos rancheros cazan como animales a los migrantes del Sur, pero los emplean en la mayor parte del país. Y... etcétera. Escribo etcétera porque sobran ejemplos en los que la doble moral es juego frecuente, para así poder abocarme a un tema que preocupa y que resume muchas de las contradicciones morales, sociales e incluso científicas de Estados Unidos: la pena de muerte en jóvenes.

La pena de muerte en jóvenes es un problema muy intrincado. Más intrincado si se ejerce en el siglo XXI y muy alarmante si sólo dos naciones la avalan: Estados Unidos y Somalia. Junto con nuestros vecinos desfilan países como Irán, Arabia Saudita, Yemen o Nigeria, cuya tarjeta de presentación no es precisamente la democracia o la libertad; en ellas también han sido ejecutado "ilegalmente" algunos jóvenes.

Por fortuna, no todo en Estados Unidos es Estados Unidos: "sólo" 19 estados aprueban la pena de muerte. La mayor parte de las ejecuciones se han llevado a cabo en Texas, la tierra de George W. Bush. En ese mismo estado aguardan sentencia 29 prisioneros acusados de haber cometido crímenes cuando eran menores de edad. Aunque no tengo cómo confirmarlo, casi podría asegurar que la mayoría de los sentenciados deben ser hispanos o negros. El hecho de que la pena de muerte siga siendo vigente en Estados Unidos no sólo quiere decir que la Constitución la aprueba, sino que buena parte de la ciudadanía la apoya.

En los próximos meses se conocerá el destino de Christopher Simmons, quien a los 17 años asesinó, en compañía de otro joven, a una mujer. El fruto del crimen fueron seis dólares, y la historia de Simmons es como la de muchos jóvenes inadaptados socialmente: sus padres se divorciaron cuando apenas había nacido y la hostilidad entre ellos fue constante. El padrastro de Simmons abusaba físicamente de él, lo obligaba a ingerir alcohol e incluso lo llegó a amarrar a un árbol más de cuatro horas mientras él pescaba. Desde los 13 años el alcohol y la mariguana formaron parte de la vida de Simmons.

Tres son mis principales querellas contra la pena de muerte en jóvenes. La primera es que nadie cuestiona que Simmons cometió la acción más abominable que un ser humano puede hacer, pero, Ƒdónde queda la responsabilidad de la familia, de los sistemas de seguridad social y de la televisión, gran difusora de la criminalidad?

La segunda es que cuando se reinstaló la pena de muerte, en 1976, poco se sabía del funcionamiento del cerebro de los jóvenes. La resonancia magnética funcional del sistema nervioso central ha demostrado, en contra de lo que se creía, que el cerebro termina de madurar después de los 20 años. Se sabe, además, que la corteza prefrontal es el área que más tarda en desarrollarse. Esa región se asocia con la criminalidad, con el control de los impulsos, con el razonamiento y con el manejo de las emociones. Dicha información sugiere que en muchos casos las acciones de los jóvenes no deben ser equiparadas con las de los adultos, por lo que antes de hablar de culpabilidad moral en los jóvenes deben considerarse las evidencias neurológicas y sociales expuestas previamente. Ya que la ciencia es uno de los valores fundamentales en Estados Unidos, sus jueces deben asesorarse.

La tercera es que en Estados Unidos se ha determinado que es anticonstitucional ejecutar a personas con retraso mental que hayan cometido crímenes. Lógica similar podría utilizarse hacia los jóvenes. Agrego otras ideas. No se ha demostrado que la pena de muerte sea benéfica, y no dudo que sesgos raciales y económicos prevalezcan al momento de muchas sentencias. La pena de muerte en jóvenes es muestra clara del significado de las dobles morales y es muestra de los dobles lenguajes. Su vigencia es epítome de esas contradicciones.

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