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México D.F. Martes 9 de noviembre de 2004

 Transportadoras de valores: una amenaza

Los vehículos y los elementos de las empresas transportadoras de valores se han constituido en grave peligro para la seguridad de las personas en todo el país y en particular, en la capital de la República. Prácticamente no pasa semana sin que llegue a los medios informativos una historia sobre atropellamientos de ciudadanos por las camionetas blindadas, lesiones intencionales o accidentales con armas de fuego perpetradas por los custodios, o accidentes vehiculares graves protagonizados por las unidades de transporte de efectivo, cuando no sobre atracos a esas compañías perpetrados por sus mismos elementos. En el curso de las recientes cinco o seis semanas, en la ciudad de México, denominaciones como Cometra, Panamericana (Serpaprosa), Tameme, Tecnoval y otras se han visto asociadas a los hechos de violencia e imprudencia cometidos por sus empleados, y en lo que va del sexenio la procuraduría capitalina ha iniciado más de una treintena de averiguaciones previas contra custodios de siete de las 19 compañías de traslado de valores registradas ante la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) de la ciudad; hay actualmente más de 15 de ellos presos en diversos reclusorios. Según datos oficiales, las acusaciones más frecuentes contra los efectivos mencionados tienen que ver con robos a sus propios patrones, seguidas por homicidios, lesiones, amenazas de muerte y daño en propiedad ajena.

Pero las noticias que llegan a los diarios y a los noticiarios son sólo la punta del iceberg de un cúmulo impune de abusos, amenazas, atropellos y hostigamientos a la ciudadanía, en lo que parece conformar una actitud planificada y deliberada de intimidación y agresión como parte de la estrategia de protección del dinero que transportan los guardias privados a bordo de unidades conducidas con modales de tanque de guerra.

Ante esa realidad exasperante, padecida a diario por la ciudadanía, y ante la capacidad exhibida por las corporaciones de seguridad referidas para burlar todo intento de regulación y control, cabe manifestar escepticismo ante los "Estándares de control para empresas de traslado de valores" dados a conocer ayer por el titular de la SSP local, Marcelo Ebrard, quien ya el mes pasado había ordenado la suspensión de labores de Serpaprosa luego de que dos empleados de esa firma agredieron a tiros a un transeúnte que discutió con ellos. El documento referido establece que esas compañías deberán acatar nuevas normas para reclutar a su personal, el cual será sometido a entrenamiento en manejo de armas, pruebas de polígrafo y exámenes toxicológicos; asimismo, en caso de incidentes, atracos o agresiones, las compañías deberán comprometerse a proporcionar a la SSP registros grabados de las comunicaciones entre sus unidades.

Pero no bastará corregir las sin duda escandalosas deficiencias del personal de esas firmas para desvanecer la amenaza que éstas representan para la seguridad urbana y la vigencia del estado de derecho.

Por principio de cuentas, la existencia misma de esos cuerpos de mercenarios, aunque legal, ha llegado a convertirse en un desafío a las instituciones y a su autoridad. Los custodios cuentan con suficiente poder de facto, basado en el poderío de su armamento, para imponer su voluntad en la circulación vehicular, impedir el libre tránsito de personas y vehículos, realizar detenciones y ofrecer impunidad a compañeros suyos involucrados en una agresión contra particulares. Ante los custodios y sus unidades blindadas, los cuerpos policiales regulares carecen casi siempre de autoridad y capacidad disuasoria.

Por otra parte, la misma lógica corporativa de las compañías de traslado de efectivo hace inevitable que sus empleados representen un peligro público, en la medida en que su misión central y básica, por encima de cualquier otra consideración, es proteger los valores que transportan. Ante ese mandato, la integridad física de transeúntes y automovilistas les resulta casi irrelevante.

Ciertamente, en un entorno de inseguridad como el que caracteriza al país en el momento actual, y ante el poder de fuego de que hace gala la delincuencia organizada, los traslados de grandes sumas de efectivo requieren de medidas de seguridad rigurosas. Pero las entidades idóneas para vigilar el dinero y los valores son las corporaciones policiales públicas, y no empresas que operan en la lógica de maximizar utilidades y reducir costos y por eso mismo no operarán nunca en el interés de capacitar adecuadamente a su personal y de garantizar la seguridad ciudadana.

En términos generales, la potestad de comandar grupos armados es uno de los terrenos que no habrían debido abrirse nunca a la inversión privada. Los clásicos de la sociología explicaron hace mucho las razones por las cuales todo Estado debe reservarse el monopolio de la violencia y el control de las instituciones armadas. Por eso, si en verdad se desea eliminar los peligros que representan las transportadoras de valores en particular y, en general, las empresas de seguridad privada, debe legislarse no para controlarlas, sino para suprimirlas, y transferir sus funciones a corporaciones policiales depuradas, dignificadas y bien entrenadas.
 

 
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