México D.F. Martes 9 de noviembre de 2004
A marzo de este año el costo del saneamiento
suma un billón 251 mil 967 millones de pesos
Lejana, la posibilidad de sacudirse la deuda adquirida
con el rescate bancario
ROBERTO GONZALEZ AMADOR
La deuda generada por el rescate bancario, endosada al
Estado por un grupo de políticos ligados al estamento financiero
nacional e internacional, reproduce una vieja historia de transferencia
de recursos públicos a manos privadas bastante conocida en México
y América Latina.
Cuando la administración de Ernesto Zedillo inició
el proceso de "saneamiento financiero" después de la devaluación
de 1994, el gobierno estimó que el precio a pagar por evitar la
quiebra de los bancos sería equivalente a 5 por ciento del producto
interno bruto (PIB). Entre 1999 y 2003 ya fueron liquidados a los banqueros
intereses, derivados de esas operaciones, por un monto similar a 7 por
ciento del PIB, mientras el pasivo todavía alcanza otros 11 puntos
del producto nacional y sigue en aumento.
En
el otoño de 1995, mientras el país comenzaba a acusar los
efectos de la crisis iniciada la Navidad anterior, José Madariaga
Lomelín y Antonio del Valle Ruiz, presidente y vicepresidente de
la entonces Asociación Mexicana de Bancos, comentaban en privado
que la debilidad de los bancos al momento de la devaluación del
peso había estado a punto de provocar "una crisis económica
mayor" a la causada por el colapso de la moneda, que llevó la economía
a un derrumbe de 6.7 por ciento ese año.
Ambos banqueros aseguraban que la intervención
de las autoridades mediante un rescate indiscriminado para evitar la bancarrota
del sistema había sido "lo más apropiado". Ellos ya no están
en el negocio, pero los contribuyentes mexicanos tienen por pagar una deuda
más grande que la contratada por el país en el exterior durante
toda su historia, que ejerce una presión creciente sobre las finanzas
públicas y representa un lastre al crecimiento de la economía.
Controvertido en términos políticos, irregular
visto a la luz de las leyes del país y oneroso para los contribuyentes,
el rescate bancario iniciado hace una década con la intervención
gerencial por parte del gobierno federal, en septiembre de 1994, de los
bancos Cremi y Unión, determina en gran medida el curso del debate
presupuestario cada año. No es para menos: el costo asociado al
proceso de saneamiento financiero reproduce paso a paso una experiencia
vivida por México con la deuda externa a partir de los años
ochenta del siglo anterior: por más que se abona, el pasivo crece
y la posibilidad de sacudirse el endeudamiento es más que lejana.
Así como México ha liquidado, por medio
del pago de intereses y amortizaciones, al menos cuatro veces la deuda
externa que tenía en los años ochenta del siglo anterior,
el rescate bancario implica una de las mayores transferencias de recursos
públicos a manos privadas y, principalmente, a grupos empresariales
del exterior, que son los propietarios mayoritarios del sistema financiero
que opera en el país.
Como cada año desde 1995, el debate entre el Ejecutivo
y el Congreso por las asignaciones presupuestales topa con el tema del
servicio de la deuda asumida por el gobierno del ex presidente Zedillo,
al margen de la Constitución, para rescatar a los banqueros que
habían adquirido las instituciones durante la privatización
realizada por el gobierno del ex presidente Carlos Salinas, entre 1991
y 1992.
Las cifras, elaboradas con base en cálculos del
Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara
de Diputados y de la Auditoría Superior de la Federación
(ASF), el órgano de fiscalización del Congreso, son reveladoras:
A marzo de este año, el costo del rescate bancario
suma un billón 251 mil 967 millones de pesos, monto equivalente
a 18.5 por ciento del PIB. La cifra ha sido validada por la Secretaría
de Hacienda.
El costo ya pagado con recursos públicos hasta
2003 ha sido de 483 mil 785 millones de pesos, 7.2 por ciento del PIB.
Mientras tanto, los pasivos actuales derivados de las operaciones de rescate
de los banqueros todavía suman 768 mil 182 millones de pesos, que
representan 11.4 por ciento del producto interno bruto.
Los montos de recursos presupuestales requeridos para
hacer frente al servicio de esa deuda no son menores, pues alcanzan en
promedio medio punto porcentual del PIB y sólo en 2004 representan
una erogación de 38 mil 30 millones de pesos. Esta cantidad es sólo
la necesaria para cubrir el llamado "componente real" de los intereses
generados por el rescate bancario, es decir, la proporción de los
réditos arriba de la inflación. No implica que se abone al
principal de la deuda, de acuerdo con información de la Secretaría
de Hacienda y el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario
(IPAB).
Este año el tema vuelve a escena, con el pesar
de los banqueros y de sus voceros en las cúpulas empresariales y
los medios de comunicación. El punto de partida es la negativa de
todas las fracciones representadas en la Cámara de Diputados, con
excepción de la perteneciente al gubernamental Partido Acción
Nacional, de someter a revisión el convenio firmado el 15 de julio
por el IPAB y Banamex, BBVA Bancomer, HSBC y Banorte para intercambiar
bonos emitidos por el extinto Fondo Bancario de Protección al Ahorro
(Fobaproa) por títulos amparados por el Instituto para la Protección
al Ahorro Bancario.
A mediados de octubre, el Banco Mundial, a petición
de la Secretaría de Hacienda, elaboró un diagnóstico
sobre las asignaciones del gasto público en México. En una
parte del análisis, el organismo afirma: "poderosos intereses creados
se han adueñado de partes importantes del gasto, mismas que, en
consecuencia, se convierten en rubros rígidos del gasto difíciles
de reasignar a las prioridades programáticas del gobierno".
Aunque el organismo mundial se refería no sólo
a la partida para el pago de deuda -añadió el pago de salarios
a la burocracia y algunos programas de gobierno-, la apreciación
es válida para el tema del rescate bancario, que consume de manera
permanente recursos fiscales para financiar operaciones sobre las que existe
duda en cuanto a su legalidad y en momentos de estrechez presupuestaria
para atender otras obligaciones del Estado.
|