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México D.F. Martes 2 de noviembre de 2004 |
EU: lo que hay en juego
Es
exasperante, inevitable y sabido por todos: en las elecciones presidenciales
que se realizan hoy en Estados Unidos no sólo se dirimen estilos
políticos y económicos internos, sino se decidirá
también la proyección de la superpotencia hacia el resto
del planeta, lo que implica que los electores del país vecino tendrán
en sus manos el destino de vidas, bienes, ciudades y países fuera
de sus fronteras.
Aunque se ha señalado que los candidatos presidenciales
-el demócrata John Kerry y el republicano George W. Bush- representan
proyectos hegemónicos gemelos, y que no hay razón, por tanto,
para desear el triunfo o la derrota de uno u otro, un rápido cotejo
de los señalamientos de ambos demuestra que tanto en política
interna como externa hay marcadas diferencias entre el actual presidente
y el senador por Massachusetts.
Ciertamente ambos aspiran a gobernar una nación
imperialista y depredadora del resto del mundo, y ninguno se plantea cambiar
esos rasgos de identidad de Estados Unidos, poner fin a las ocupaciones
de Afganistán e Irak o redefinir las prioridades estadunidenses
en el mundo más allá del plan de reposicionamiento imperial
denominado "guerra contra el terrorismo". Pero, en términos generales,
el demócrata plantea diversas mediaciones previas al uso de la fuerza
-como menor desdén hacia el multilateralismo-, en tanto el republicano
se aferra a un ejercicio de la violencia colonial basado en la arbitrariedad
pura y dura y en el autoritarismo, guiado exclusivamente por los intereses
de la constelación empresarial de la que forman parte el propio
Bush y el vicepresidente Dick Cheney.
En el ámbito interno también es posible
apreciar matices y acentos importantes que marcan diferencias en las estrategias
económicas y sociales que propugnan ambos aspirantes, especialmente
en materia de políticas gubernamentales hacia los sectores menos
favorecidos -políticas que en la propuesta republicana simplemente
no existen- y en el terreno fiscal, en el que Bush ha sido siempre -y pretende
seguir siendo- favorecedor de los más ricos.
En una comparación de personalidades es claro que
el candidato demócrata es mucho menos directo que Bush, pero también
menos elemental, y que tiende a apelar a funciones sofisticadas del intelecto,
en contraste con los mensajes presidenciales, orientados a activar emociones
básicas como el miedo y la cólera. Por todas esas razones,
más que hacer votos por un triunfo de Kerry, la mayoría de
los no estadunidenses los formulan por una derrota de Bush, cuya presidencia
ha sido la más violenta, arbitraria, autoritaria, antidemocrática,
corrupta y zafia de entre las que ha padecido la comunidad internacional.
No debe omitirse, por último, que en los comicios
de hoy está en juego, además, la imagen de la democracia
estadunidense, lastrada por el fraude electoral que permitió al
actual presidente llegar a la Casa Blanca. Si esta noche proliferan las
demandas y los conflictos poselectorales, como ocurrió en Florida
hace cuatro años, el resultado más trascendente de la elección
no será el triunfo o la derrota de republicanos o demócratas,
sino una crisis de grandes dimensiones en la institucionalidad política
del país vecino.
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