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México D.F. Martes 2 de noviembre de 2004
China impulsa el repunte del crecimiento japonés
Los cambios hicieron poco por el gasto familiar, pero
lograron maravillas para la rentabilidad empresarial
Una dosis saludable de inflación no sólo
ayudaría a erosionar lo que queda de la deuda generada por la burbuja,
sino también estimularía a los consumidores a gastar
La fuerte demanda china ha revigorizado las moribundas
industrias japonesas, desde los astilleros hasta las fábricas de
productos químicos, acero y papel
Economist Intelligence
Unit /The
Economist
Echemos una ojeada a cualquier documento del gobierno
japonés, desde licencias de manejo hasta declaraciones de impuestos,
y de inmediato descubriremos que no estamos en 2004 sino en Heisei 16,
año 16 del reino del actual emperador, cuyo nombre oficial es Heisei.
Que Tokio se aferre a su propio calendario es un sobrio
recordatorio de que Japón no es un país que se pueda sacudir
con facilidad sus añejas tradiciones. Sin embargo, eso es precisamente
lo que los partidarios de Junichiro Koizumi, quien ahora entra en su cuarto
año de gobierno, aseguran que el primer ministro está logrando.
En deliberada referencia a la famosa restauración Meiji, en 1868,
cuando Japón abandonó su pasado feudal en favor de una rápida
modernización, los consejeros de Koizumi hablan de la restauración
Heisei emprendida por el primer ministro.
En el centro de Tokio un pizarrón electrónico
muestra las cotizaciones bursátiles del día. El banco central
de Japón ha convencido a los mercados sobre la seriedad de su propósito
de abatir la inflación FOTO AFP
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El
tema de su gestión, dicen, ha sido revigorizar al país reduciendo
el gobierno y desmantelando el modelo de planeación estatal que
ha predominado durante 60 años. En fechas más recientes se
ha aplicado el término ''revolucionaria'' a la privatización
de la oficina de correos, la mayor institución financiera del mundo.
Esa aseveración es sumamente exagerada, al igual que la comparación
con la profunda transformación social y económica que experimentó
Japón a fines de siglo XIX.
Para muchos comentaristas, el primer ministro es pródigo
en retórica y parco en acción. Con todo, Koizumi es un líder
que, por suerte o designio, ha presidido sobre una etapa importante de
la moderna historia japonesa. Tanto en economía como en política,
el país ha tenido cambios significativos durante su régimen.
Cuando llegó al poder, en 2001, como un ''antipolítico''
inclinado a desafiar los convencionalismos, asumió el compromiso
de ejecutar una dolorosa restructuración. Una década después
del espectacular colapso de la burbuja de activos, Koizumi prometía
una transformación radical de la economía, basada en el mercado,
a la cual llamó ''reforma sin santuario''.
En la práctica, poco de eso ha ocurrido. Para los
liquidacionistas, sobre todo extranjeros, quienes alegaban que las fortunas
japonesas sólo podrían restaurarse permitiendo que las fuerzas
del mercado arrasaran con empresas débiles e ineficientes, los tres
años pasados han sido una desilusión. En cambio, los menos
ideologizados han recibido con alivio que Koizumi haya evitado la cirugía
económica, en particular su promesa de recortar el gasto público.
En lo que ambas partes coinciden es en que, en lo referente
a la economía, Koizumi ha tenido suerte. Lejos de acarrear sufrimiento,
ha presidido sobre una de las recuperaciones más robustas y prolongadas
desde el estallido de la burbuja, en 1990. Si esta suerte persiste, la
recuperación podría durar lo suficiente para sacar al país
de la deflación que ha estado royendo su cobertura económica
desde mediados de los noventas. Una dosis saludable de inflación
no sólo ayudaría a erosionar lo que queda de la deuda generada
por la burbuja, sino también estimular a los consumidores a comenzar
a gastar.
Es una perspectiva tentadora, pero las gracias deben ir
sobre todo a China, más que a la reforma interna. La fuerte demanda
de la gigantesca vecina de Japón ha revigorizado las moribundas
industrias japonesas, desde los astilleros hasta las fábricas de
productos químicos, acero y papel. Eso, y las saludables importaciones
europeas y estadunidenses de automóviles, artículos electrónicos
y componentes, han sostenido un auge exportador que ha puesto a la economía
de nuevo en movimiento.
En los dos años pasados, la balanza de pagos de
Japón con el resto del mundo se ha ensanchado en 55 por ciento.
Sólo el año pasado los envíos a China, que ahora se
disputa con EU el sitio de principal socio comercial japonés, dieron
un notable salto de 33 por ciento. En consecuencia, las compañías
han invertido en nuevas plantas y equipo. Más o menos la mitad del
crecimiento japonés, que ha decaído en meses recientes, ha
venido de la inversión de capital. La demanda externa ha sido el
factor predominante en la recuperación, pero el país ha estado
mucho mejor colocado de lo que muchos esperaban para aprovechar la coyuntura.
Una gran sorpresa ha sido la aparente facilidad con que
las empresas, restructurando más de lo que se había notado,
han sido capaces de traducir en ganancias el crecimiento en ventas. Muchas
industrias, como la siderúrgica, la banca y la construcción,
se han consolidado. Las fusiones, a veces dirigidas por el Estado como
forma de levantar a los débiles, han brindado oportunidad de reducir
la capacidad instalada, bajar costos y adelgazar la fuerza laboral. En
otras industrias, las compañías han pagado deudas, mejorado
la eficiencia, cerrado divisiones incosteables y rebajado salarios. El
concepto del trabajo de por vida -parte importante del alineamiento de
metas laborales, empresariales y nacionales en la posguerra- se ha ido
erosionando poco a poco.
Si bien estos cambios han hecho poco por el gasto familiar,
pieza faltante en la recuperación japonesa, han logrado maravillas
para la rentabilidad de las empresas. Ese proceso ha sido auxiliado por
una nueva actitud hacia China. Muchas compañías han sacado
del país la producción de bajo valor agregado y redoblado
esfuerzos por mantener un liderazgo tecnológico en el país.
Como resultado, China se ha transformado de una supuesta amenaza económica,
hace pocos años, a lo que Motoya Okada, presidente de la cadena
comercial Aeon, llama ''el cofre del tesoro'' japonés.
Para hacer justicia al gobierno de Koizumi, sus políticas
han tenido algún mérito. Con Heizo Takenaka, académico
designado por el primer ministro contra los deseos de su propio partido
Demócrata Liberal, Japón ha superado su crisis de créditos
incobrables. La Agencia de Servicios Financieros ha obligado a los bancos
a cancelar más aprisa esos créditos, tarea facilitada por
la mejoría en las condiciones económicas, que ha transformado
a morosos potenciales en deudores más solventes.
Los funcionarios han tenido las agallas para ponerse enérgicos;
en el caso más reciente pusieron de rodillas al UFJ, el cuarto banco
en tamaño del país, al exponer irregularidades contables.
Que el sistema financiero sea lo bastante robusto para sostener la subsecuente
guerra de ofertas por el UFJ, es un signo de que los bancos son mucho más
sanos.
Los efectos del escándalo del UFJ han sido aprovechados
por algunas dependencias gubernamentales para acelerar la renegociación
en las industrias. Por ejemplo, la endeudada cadena de tiendas Daiei, considerada
el epítome de los ''zombis'' corporativos japoneses, por fin está
siendo obligada a ponerse en orden.
El Banco de Japón también ha hecho su parte.
Con Toshihiko Fukui, gobernador designado el año anterior, el banco
central ha convencido a los mercados de que es serio su propósito
de abatir la inflación. Los especialistas señalan que si
la economía puede mantener el crecimiento otros 18 meses, Koizumi
podría pasar a la historia como el líder que dejó
definitivamente atrás los años de la burbuja.
Pero no será fácil. Por el momento la economía
pasa por un periodo de solidez debido a la desaceleración global.
Algunos economistas ya expresan inquietudes de que esta recuperación
pudiera extinguirse, como ocurrió con otros dos repuntes posteriores
a la burbuja, lo cual dejaría a Koizumi como el heraldo de otro
falso amanecer.
Jeffrey Young, economista de Nikko Citigroup, alega que
en las empresas priva la fuerte sensación de que la recuperación
puede avanzar. Sin embargo, dada la continua dependencia japonesa del estímulo
externo, es probable que el legado económico de Koizumi sea determinado
más en Pekín y Nueva York que en Tokio.
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