México D.F. Martes 2 de noviembre de 2004
El Fisgón
George W. Bush, el peor presidente mexicano de todos los
tiempos
La globalización del libre comercio produce fenómenos
sumamente curiosos: China, la última potencia que se reclama socialista,
se complace en vender mano de obra esclava a empresas multinacionales;
una compañía de India resuelve por Internet los impuestos
de una empresa estadunidense que produce vodka en Perú para venderlo
en Madrid a migrantes polacos que construyen un edifico financiado con
capital inglés; un consorcio que hace biotecnología de punta
patenta los genes de una tribu aislada del Amazonas y George W. Bush se
ha convertido en el peor presidente de la historia de México.
La globalización tiende a desdibujar fronteras
y límites económicos, geográficos, sociales y culturales
y hoy, más que nunca, la alta tecnología convive con formas
primitivas de explotación: Taiwán vende relojes a los suizos,
Brasil exporta tecnología a Holanda, y las evidencias obligan a
pensar que Bush ha robado su forma de gobernar a los viejos políticos
mexicanos.
La cultura política mexicana tiene rasgos muy definidos
y el presidente de EU parece haberlos absorbido todos: en los cacicazgos
mesoamericanos, el poder suele heredarse de padre a hijo. El típico
cacique mexicano suele tener un gusto por las armas, una inclinación
por la violencia y la crueldad; desprecia la legalidad y a los intelectuales,
tiene un historial de disipación y alcoholismo, miente por sistema
y se declara devoto servidor de Dios (¿nos faltó algo?).
Según la tradición mexicana, los políticos
llegan a sus cargos mediante procesos electorales fraudulentos y se rodean
de una camarilla que usa sus puestos de poder para hacer grandes negocios.
Las elecciones presidenciales en Florida o los negocios de Halliburton
en Irak, la empresa con la cual ha trabajado el vicepresidente Cheney,
serían ejemplos clásicos de la corrupción mexicana.
Con base en este sistema de cacicazgos, en México
floreció un régimen presidencialista totalitario que se organizó
alrededor de un partido cuyo nombre sigue siendo un monumento a la paradoja:
el Partido Revolucionario Institucional (PRI). No hay que dejarse engañar
por las apariencias; este modelo fue tan eficiente (para el PRI, claro
está) que duró más de 70 años en el poder.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa no dudó en calificarlo de
"La dictadura perfecta".
Esta dictadura perfecta era una carga y una vergüenza
para los mexicanos. Sus profusas manifestaciones de cinismo y sumisión
eran un deleite para los caricaturistas. En la corte presidencialista mexicana
se podían escuchar diálogos como éste:
El Presidente pregunta: -¿Qué horas son?
Un ministro responde: -Las que usted diga, señor
Presidente.
Nuestros presidentes eran seres todopoderosos, las voces
de Dios sobre la Tierra. No estar con ellos era estar contra ellos. Después
de ellos, el diluvio, la catástrofe ecológica o el Apocalipsis
atómico.
Para mantener el control, este régimen necesitaba
restringir las libertades civiles y limitar la libertad de imprenta. Mientras
otros callaban, los políticos mexicanos hablaban siempre con libertad
envidiable, sin trabas, sin escrúpulos, sin tener que obedecer siquiera
a la realidad y decían cosas como éstas: "En el estado de
Guerrero los únicos que se quejan son los pobres (98 por ciento
de la población)", y "Ni sí, ni no, sino todo lo contrario".
Sin duda, Bush tenía a estos sabios en mente cuando
declaró que los franceses no podían entender a los estadunidenses
porque en francés no existe un término como entrepreneur.
Todo esto y mucho más ha tomado el presidente Bush de los políticos
mexicanos y ha escalado las cimas de la perfección política
mexicana al punto de convertirse en el más notorio cacique de los
tiempos modernos y lo ha hecho sin pagar un solo centavo de regalías
a sus antecesores.
Uno de los mayores triunfos políticos de la actual
globalización fue la implantación de las democracias de libre
mercado y se afirma que la llegada a la Presidencia de Vicente Fox -un
prócer del libre comercio, si los hay- marca una nueva era de la
vida política de México. Los caricaturistas mexicanos temíamos
que el fin del PRI significara el fin de nuestro paraíso profesional,
pero, por suerte, no ha sido así. Fox conserva todos los vicios
de nuestros viejos jefes políticos, pero carece de su autoridad
y ha aportado al régimen presidencialista la exposición del
marketing moderno y una buena dosis de humor involuntario; parece
ser un experimento genético en el que clonaron el ADN de un viejo
presidente mexicano con el de Dan Quayle y Jerry Lewis. Los promotores
de las democracias de libre comercio buscan reducir el tamaño del
Estado y Fox es una expresión de eso: nunca el Estado mexicano fue
tan menor; nunca habían pesado tanto en la vida de los mexicanos
las decisiones de Washington.
La globalización favorece la teoría del
caos: una mariposa aletea en la jungla y un huracán se forma en
el Caribe; en Arabia Saudita nace un bebé entre sábanas de
seda y dos torres caen en Manhattan. Un político estadunidense actúa
como un cacique mexicano y se desata una guerra del otro lado del planeta.
La única ventaja visible de los políticos
mexicanos era que tenían una capacidad muy limitada para hacer daño.
Bush ha vencido este obstáculo. Después de todo, cuenta con
una tecnología y un arsenal con el que apenas podían soñar
nuestros tiranos locales. Cuando él afirma que está bendecido
es porque nosotros estamos condenados.
Bajo el paraguas nuclear del imperio del libre comercio
y por medio de su incipiente gobierno mundial, una camarilla de mezquinos
jefes políticos puede dictar la agenda económica de decenas
de países tercermundistas. En los últimos años, el
Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, Wall Street y Washington
definen las prioridades de la economía mexicana; ellos marcan la
cuota petrolera, los pagos de la deuda externa y hasta definen los salarios
mínimos. Fox se comporta como lo que siempre ha sido: un gerente
de la Coca-Cola, un administrador al servicio de multinacionales, mientras
que el verdadero presidente de México no es Fox, sino Bush, ese
cacique de caciques.
Según la tradición mexicana, los políticos
son calificados según cuidan y hacen prosperar a sus pueblos...
y bajo esos criterios podríamos considerar que Bush es el peor de
los presidentes que ha tenido México en su historia.
Se dice que la democracia estadunidense aún funciona,
pero, si fuera cierto, es el único aspecto de ese país que
no se globaliza, lo cual significa que millones de ciudadanos de todo el
planeta no tendrán derecho a votar en estos comicios, a pesar de
que sus futuros también están en juego. Para los mexicanos
esto representa un trago particularmente amargo. Después de todo,
¿no deberíamos tener el derecho de expresar nuestra opinión
sobre el último cacique?
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