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México D.F. Miércoles 27 de octubre de 2004
COLECCIONISTAS DE VIDAS
Hay evidentes diferencias entre los practicantes de las
bellas artes; pero si tienen algo en común es que todos son coleccionistas
de la vida y, de forma cotidiana, aunque más si van de viaje, suelen
llevar consigo un cuaderno en el que anotarán, cada uno según
el arte que lo caracterice, cuanto llame su atención.
Es frecuente que estos cuadernos o diarios queden vírgenes,
o tal como los deje el artista, al regresar a casa; pero hay algunos que
más tarde o más temprano, asentados, germinan en una obra
que los tendrá de origen sin que, por cierto, necesariamente el
resultado se les parezca en lo más mínimo. Aun así,
estos apuntes son esenciales. Son el punto de partida o el extremo del
ovillo que el trabajo, al desovillar la madeja, transformará en
arte.
De este modo, un artista visual, como Vicente Rojo, guarda
anotaciones de las que, a lo largo de los años, han ido "saliendo"
sus diferentes series en óleo o en acrílico, en gouaches
o en obra gráfica, en escultura o también en cerámica.
Sin los cuadernos, en ocasiones conjuntos de hojas sueltas
que sólo gradualmente se van formando o que van encon
trando a qué orden pertenecen, hay obras que no
existirían porque, por más que a uno lo atraiga determinado
aspecto de la realidad y crea que por ese único hecho lo recordará
para siempre, la memoria nunca se ejercita lo suficiente para conservar
un detalle mínimo del que nacerá una obra, una gran obra,
específica.
Las notas actúan de detonadores. En el artista
visual, un bosquejo, un recorte de una revista, un dibujo minucioso, se
convierten, apenas llamadas, en bombas que estallan o florecen en el campo
de la creación. Solas pueden no tener sentido; pero, acompañadas
del recuerdo, conforman su significado total. No hay una que sobre, por
más que no todas sean utilizadas. Las descartadas son el relieve
de las elegidas, su perspectiva, su lectura entrelíneas. Están
en la obra, si bien invisibles a simple vista. Están, porque ejercieron
una función, porque evocan un mundo por otra parte oculto o soterrado.
En su momento, despertaron una sensibilidad particular en el artista, de
manera que ni siquiera su ausencia en la obra acabada, por más despejada
que quede, las borrará por completo del imaginario de su final.
Arriba, portada de Cuaderno de viaje, de Vicente
Rojo. Abajo, Madrid (1992), obra incluida en ese volumen
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