México D.F. Miércoles 27 de octubre de 2004
Arnoldo Kraus
Sin
Las fronteras entre tener y no tener son cada vez más distantes. En nuestros tiempos, la polarización entre poseer "demasiado" y contar con "lo mínimo" para sobrevivir es cada vez mayor y cada vez más dolorosa. La depauperización y las desigualdades en todos los ámbitos -sexual, educativo, social, médico, laboral, territorial- son inmensas; son mensurables, pero no creíbles. El término sin es síntesis de esas distancias y espejo de muchas de las realidades de nuestro tiempo.
Son varios y varias los sin. El ser sin -y los grupos sin- se ha convertido en una forma de vida y en noticia diaria. Sin es supervivencia y un estado de ánimo que traduce humillación y pérdidas. Es sinónimo de pobreza y de todo tipo de injusticias. Es una condición dolorosa de la vida contemporánea que crece a la vera de la ciencia y de la tecnología. Sin techo, sin papeles, sin tierra; niñas que tienen niñas, sin voz, sin trabajo, sin clítoris (hablo de los millones de africanas a quienes se les ha practicado la infundibulación); sin igualdad legal (me refiero a los homosexuales), sin futuro o sin derecho a la salud son vivencias cotidianas.
Aunque no todos los sin sean absolutos -como el de la salud o el del derecho al matrimonio entre homosexuales- la mayoría denotan una serie de desventajas insalvables que devienen más desigualdad. La esfera de los sin crece en relación directa a la concentración y al uso del poder. Refleja, a la vez, el peso de la injusticia. Sin es brazo y extensión de fenómenos como la discriminación, el olvido y la pobreza.
Hace más de 40 años, en un prólogo memorable al libro de Franz Fanon Los condenados de la tierra, Jean-Paul Sartre escribió: "No hace mucho tiempo, la Tierra estaba poblada por 2 mil millones de habitantes, es decir, 500 millones de hombres y mil 500 millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado". Ni la tierra ni los habitantes de Sartre han cambiado: los indígenas sin voz comparten su realidad con los citadinos sin voz.
No menosprecio, por supuesto, el valor y la voz del movimiento zapatista o de los levantamientos indígenas en Ecuador o en Bolivia. Sin embargo, a pesar de que cuentan con adeptos y grupos que los apoyan en muchas partes del mundo, poco se ha logrado: se les oye "un poco" y se les mira "un poco", se les sabe "un poco" y se les entiende "un poco", pero su voz y sus reclamos no han sido suficientes para mejorar su calidad de vida. El uso del Verbo y la (casi) hegemonía de la voz siguen perteneciendo a quienes manejan el poder, no sólo por la naturaleza del poder, sino, porque la mayoría de los medios de comunicación están a su servicio.
Es muy probable que en términos generales los sin de hoy pervivan con más desventajas y desasosiego que los de antaño. Muchas son las comunidades y grupos atrapados en los sinsabores del sin; muchos y muchas viven precariamente y algunos sin esperanza. Ni los frutos de la civilización han llegado donde deberían llegar ni el Verbo de los sin ha repercutido como debería ser.
En la sociedad contemporánea la responsabilidad hacia la verdad es exigua o nula. La inmensa mayoría de los políticos en el mundo se han encargado de sembrar y fomentar esa irresponsabilidad hacia la verdad. Muchas de las causas que dan origen a los sin se deben a que no se cultiva ni se fomenta ese compromiso, esa cultura que pondere el peso y el valor de la verdad. La tan mentada tolerancia cero que se ejerce contra el crimen, para favorecer, sobre todo, los intereses del poder, debería imponerse también cuando se piensa en el universo de los sin.
Términos como refugiados, prostitución infantil, desaparecidos, indocumentados, homeless, semaforistas o niños y niñas en situación de calle son vivencias nuevas que han tenido que agregarse al léxico para describir formas de vida otrora no descritas. La pregunta no versa exclusivamente sobre injusticia o miseria humana. La cuestión es más profunda y seria: versa sobre lo que sucede y sucederá con todos estos grupos, con todos estos seres humanos.
Algunos de los grupos sin han sido desplazados del mundo y del presente; otros son víctimas de las peores caras de la discriminación. Muchos sin subsisten en condiciones de vida inimaginables; otros lo hacen llenos de rencor y resentimiento; algunos viven sumidos en la desesperanza y a no pocos los rodea un halo de odio -nihilismo también- hacia la clase dominante. Las cuestiones son realmente complejas: Ƒqué hacer para devolverles a los sin lo suficiente? ƑQué hacer para impedir que se rompa el insano equilibrio que para unos es normal y para otros pesadilla?
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