México D.F. Martes 26 de octubre de 2004
Teresa del Conde
Basquiat, Ƒoutsider?
A finales de la Segunda Guerra Mundial, Jean Dubuffet emergió como uno de los más notables apologistas de las artes producidas fuera de la mainstream. Después de reunir una nutridísima colección de dibujos infantiles antes de 1940, volvió su atención al trabajo de los pacientes siquiátricos y al de los autodidactas.
Un viaje a Suiza en el que visitó asilos, le permitió adquirir trabajos de Wölfli, Heinrich Antón Müller y Aloïse, un trío que resulta ''clásico" respecto de lo que producen los pacientes de los manicomios que, de encontrarse recluidos por muhos años, llegan a formular sus persistentes estilos, de los que no se apartan jamás como sucedió también con nuestro Martincito Ramírez.
De haber vivido décadas antes, Basquiat hubiese hecho las delicias de Dubuffet, no porque su arte se asemeje en modo alguno al detallismo obsesivo de los cuatro mencionados, sino porque se encuentra cerca de lo que él entendía por ''arte tribal" o ''arte espontáneo".
La naturaleza llamémosle cruda, impremeditada, que suelen deparar algunos trazos de Basquiat, son propios de los artistas outsider, y éste lo fue en los comienzos de su meteórica trayectoria pictórica. No me refiero a su etapa de grafitero como SAMO, siglas que, como se sabe, significan ''same old shit", sino al momento en que dejó el underground neoyorquino en aras de intentar situarse en el contexto artístico del SOHO y de la calle 57.
Casi por ósmosis su cultura museística y su amor por la música determinaron que sus gestalten correspondiesen a un cierto orden que es evidente en obras como Pez dispenser (ca. I984) o en Ass (burro), que sin duda es una de las piezas más atractivas de toda la exposición: se trata de la puerta de madera pintada que ostenta un burrito.
En un principio esta puerta correspondió al sitio donde vivía y ahora es una preciada pieza de colección, aun si se tiene en cuenta que las puertas pintadas por artistas pululan, antes y después de que Basquiat haya decidido trabajar la suya, cosa que le tomó unos cuantos momentos.
Si se observa bien, todos sus trazos son rápidos y la preparación para el fondeo es casi inexistente. En multitud de ocasiones pintaba sobre papel adherido a la pared con chinches; sus galeristas y dealers retiraban los papeles y los hacían montar en tela, ''curándolos" en todos sentidos para que tanto la apariencia como la preservación de los mismos tomaran cuerpo.
Más que audaz, Basquiat es vistoso, a veces casi enérgico, y eso confiere a sus composiciones la idea de fuerza, porque tuvo intuición para el color y para los contrastes. Sobre lo que se percibe como un fondo amarillo de nápoles muy claro, pinta unas efigies negras, dientonas, tipo Grupo Cobra. Les dosifica unos toques de rojo y el ligerísimo escurrido azul en cierta zona generan una composición efectiva y, sobre todo, altamente decorativa de tónica si se quiere seudoexpresionista. Al encimar unos soportes sobre otros, por ejemplo en Dead Bird, lo que es un simple efecto volumétrico logra volverse interesante.
El gran espectáculo en sus inicios fue un tríptico algo dislocado. Fue sometido por parte de sus mecenas o dealers a un montaje que resulta perfecto. Las tres secciones están unidas mediante cortes de cubos de madera con bisagras y clavos visibles. Son estos complementos los que determinan en buena medida la congruencia objetual de la pieza, que conviene compararla con S.T. 82, un grafito auténtico no sometido a tal tipo de tratamiento que resulta irrelevante.
Si proponía sus epígrafes como antídotos para ''la mierda de la nueva ola", no es menos cierto que se asimiló bastante a ésta, situación que se vio favorecida en proporción geométrica durante los años ochenta por la demanda de un arte ''excitante". Tan es así que sus galeristas Annina Nosei y Mary Boone llegaron a vender sus cuadros antes de que estuvieran secos, en cantidades que resultan exorbitantes aun para el criterio actual: 200 mil dólares. Se trató de la victoria de la promoción sobre la sensibilidad y el genuino conocimiento.
En un artículo valiente como pocos, Robert Hughes puso de relieve el fenómeno Basquiat: ''un nicho en el panteón de los años 80 no depende necesariamente del mérito".
Es grato encontrar público juvenil (unamenses y esmeraldos mezclados con la Ibero y Casa Lamm) en la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes, pero ojalá no nos encontremos dentro de poco con epígonos del basquiatismo. Jóvenes aspirantes a pintores y pintoras: no muerdan el anzuelo de la seducción. El fenómeno Basquiat ya pasó, es irrepetible, como irrepetible es la red de circunstancias que lo llevó al estrellato en los años 80.
|