México D.F. Lunes 25 de octubre de 2004
Hermann Bellinghausen
Inmóvil como un colibrí
El camino fue demasiado largo como para que me diera cuenta. Hay días que parecen años, Ƒa poco no? No necesitaba más lecho que una tabla, y obtuve más que eso. Arrullado por grillos y ranas a la intensa luz de media luna, no sé si la noche fue larga o corta, porque no estuve ahí para atestiguarlo.
Las ocupaciones sucedieron desde temprano, punteadas por los gritos de sorpresa, casi lastimeros, de los gallos desorientados, y el cuchicheo de los patos entretenidos en sepa qué. Unos patos feos.
Bajé a la poza cuando aún era joven la tarde. El río traía toda el agua del verano reunida, revuelta. No era el río esmeraldado y transparente de primavera y de invierno, sino el turbulento de ahorita.
Caía el sol a plomo cuando me desocupé y pude encaminarme al agua, que estaba sola, sin gente, la sombra del mediodía seguía atrapada entre las ramas encima del río. Caí al agua, salí a flote, nadé hacia el borbotón de la cascada escalonada que allí en la poza termina, y seguí nadando, tranquilamente, centenares de metros contra la corriente, inmóvil, braceando a discreción. En la quietud de colibrí que Henry Miller tenía como el estado ideal del espíritu: Still as a hummingbird.
La corriente desgreñada se dividía al topar conmigo, y me la quitaba de encima a brazadas ligeramente por debajo de la superficie, sin la menor violencia. Los músculos se dijeron agradecidos, como si despertaran al fin en un mundo para el cual fueron diseñados.
Pude esforzarme para alcanzar la otra orilla, o dejarme llevar por la corriente ciega. Pude buscar el fondo y aferrarme a una roca, o regresar al escalón de lodo del punto de partida. O poner el trasero en el lodo del rebalse y adoptar el punto de vista de Heráclito.
Nada de eso. Quedé nadando, necio, sin cambiar de sitio, agitadamente. El agua murmuraba infinidad de frases incomprensibles al pasar sobre mi cuerpo, y su murmuración era una risa.
Uno entra en un estado. Gente hay que paga por hacerlo en un spa o un gimnasio. Que le pregunten al colibrí que se hipnotiza frente a una flor y gasta la energía de un elefante en oponer resistencia a la atmósfera. No es de extrañar que uno vea náyades en la ribera y crea que una le sonríe. No es de extrañar que descubra gárgolas asomadas en la selva y ferrocarriles de humo en las nubes. Las rayas de sombra cuadriculan inútilmente las aguas del torrente que corre, salta y salpica, casi devora el puente de madera río abajo.
Ahora escribo estas líneas brincándome las páginas como si hicieran falta dejar tramos blancos en el trayecto. Como si el futuro, ese intruso, los pudiera llenar.
Y el agua cayendo de prisa, contrariante, turbia, rijosa. Esto ya lo dije antes, esto ya lo hice. ƑO sólo supe que iba a suceder? Lo he olvidado. La vida redobla como un buen tambor un rato más en medio de la corriente.
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