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México D.F. Lunes 25 de octubre de 2004
José Cueli
Verde amarillos de las toreras
Se terminó la temporada de novilladas en la Plaza México. Destacó la torera Elizabeth Moreno que calentó a los pocos cabales que aún asistimos al coso de Insurgentes. A la vez en sí y fuera de sí, en un paradigma donde se enunciarían las ganas de superación, la vibración sin límite, la tensión máxima, el miedo, es decir helada, asustada, turbada, pero con unas ganas de ser que transmitió a los aficionados.
Elizabeth toreaba fuera de sí, contenida en lo que se escapaba -a pesar de su verdor- en éxtasis. Además, dejó el interminable "derechazo", sinónimo de aburrición y vulgaridad en la mayoría de las faenas. Se pasó la muleta a la mano izquierda y a implementar faenas por pases naturales en los que siente latir los pulsos de la vida-muerte, en una dimensión etérea de llegar a lo inllegable. Arrimándose a los espléndidos novillos de Sergio Rojas, los sujetaba a su larga trenza, que le servía de lazo, entre ella y los novillos; en su propia versión del ballet femenino torero.
Este domingo Elizabeth repitió y confirmó ese aire de frescura en una tanda de naturales, en coso ahogado en la repetición de faenitas premeditadas, sin nada a la espontaneidad. La frescura fue más envolvente al encontrarse con Hilda Tenorio, que se trae lo suyo, sobre todo en el manejo de la muleta, en la que meció al quinto novillo en la cueva de sus brazos de terciopelo, al final de la faena. Todo esto ante novillos de Garfias, mansos, descastados. Las toreras están verdes pero tienen todo para madurar.
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