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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 25 de octubre de 2004

Carlos Fazio

El cuarto poder

En méxico los medios masivos de comunicación, en particular los electrónicos, están fuera de control. Fuera del control ciudadano, más aún que antes. Practican un periodismo obsceno, que atenta contra su función social originaria. La información es -Ƒo era?- un bien común. Históricamente, en los países democráticos la información fue un recurso de los ciudadanos frente a los abusos del poder político. Los medios de comunicación y los periodistas -como dice Ignacio Ramonet- actuaban como un "cuarto poder" o contra-poder. Es decir, eran el poder del que disponían los ciudadanos para denunciar, criticar, rebatir u oponerse a los abusos, mentiras, arbitrariedades y discriminaciones cometidas por los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), controlados y legitimados, a su vez, por los poderes fácticos. Fue una comunicación liberadora.

Hasta hace poco informar era proporcionar la descripción precisa y verificada de un hecho, y aportar un conjunto de elementos de contexto que permitieran al lector comprender su significado profundo. Pero la actual globalización liberal, controlada por el capital financiero especulativo, dio prioridad al "dios" mercado e hizo a un lado al hombre y la mujer concretos. Es decir, al ciudadano de a pie. Ante la dictadura de lo privado, desapareció lo público. Un individualismo egoísta sustituyó toda idea de lo colectivo-solidario. En ese escenario, de la mano de la concentración monopólica, los medios de comunicación (cadenas de radio y televisión, prensa escrita, Internet) dejaron de constituir un contra-poder. Devinieron en grandes grupos mediáticos, donde se funden la cultura de masas -con su lógica comercial y de mercado-, la publicidad, la propaganda y la información. Como en el tango, todo revolcado.

Esos megapoderes, en manos de plutócratas de apellidos conocidos (para el caso mexicano pensemos en las "familias" que controlan Televisa o Tv Azteca), no se plantean hoy, como objetivo cívico, ser un "cuarto poder". O en todo caso, como señala Ramonet, son un "cuarto poder" que se suma o integra al poder económico, al poder político y al que ostentan los funcionarios de los tres poderes del Estado. En la actualidad, el superpoder de los medios y de las grandes industrias mediáticas es vector y cómplice del poder real. Privilegia sus intereses particulares por encima del interés general de la sociedad. La ética desapareció de los medios y de muchos periodistas que, al perseguir intereses de grupo o por ganar rating, manipulan a la audiencia, difunden noticias falsas, supuestas verdades o difamaciones y actúan muchas veces contra el pueblo en su conjunto. Un ejemplo cercano es el linchamiento mediático de los trabajadores del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Al abdicar de su responsabilidad social -lo que niega el derecho ciudadano a recibir información rigurosa y verificable-, cada vez más medios y conductores se inscriben en la llamada "guerra mediática". Una guerra mediática que, como en el caso de Venezuela, es a la vez ideológica y política. Que recupera para sí la antigua función de los aparatos ideológicos del Estado: la de perros guardianes del orden económico establecido. Se constituyen, así, en adversarios de la legitimidad democrática. En tanto tales, aunque pretendan escudarse en fachadas de "neutralidad" y "objetividad" periodísticas, no pueden disimular su vocación antipopular, anticiudadana.

México, con una larga tradición de censura y autocensura periodística, que había logrado transitar hacia una mayor independencia en el pasado cuarto de siglo, no escapa a esa nueva dinámica. A través de la dictadura de la televisión, y merced a los nuevos juegos perversos del poder, la política en México se ha convertido en un circo mediático. No sólo por el caso de la difusión serial de videoescándalos; hay, hoy, como en los mejores tiempos del priísmo autoritario, toda clase de filtraciones, rumores, mentiras envenenadas, distorsiones y manipulaciones que emanan fundamentalmente desde la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación y la Procuraduría General de la República. No es preciso abundar sobre eso. Podría decirse que, al abandonar su función social y pasar a ser parte del adversario (los grupos dominantes), los medios traicionaron al ciudadano.

El mensaje esquizoide y políticamente desactivador del gobierno es propalado todos los días por cadenas de medios electrónicos que, sometidas a las leyes del mercado y en función de intereses corporativos, idiotizan a la gente mediante la manipulación y la simulación, difundiendo la falta de lógica, entorpeciendo el pensamiento abstracto, invitando a perder la memoria y la imaginación. El juego sucio lo hacen conductores histriónicos, muchos de ellos mercenarios, que se rigen por las leyes del espectáculo, recurren a la trivialidad y al amarillismo, y nos presentan una caricatura de la realidad. Son los nuevos policías del pensamiento que nos adelantaran George Orwell y Aldous Huxley. Cual nuevos apóstoles del linchamiento colectivo, los obsequiosos vengadores públicos de la pantalla chica pontifican cada día desde el "tribunal de la televisión", que se corresponde con un régimen jurídico-político que transforma los problemas sociales en peligros sociales y convierte los peligros sociales en dirigentes personales que son un "peligro social". Ellos y sus amos -los dueños de los medios- son la telecracia en acción. Un factor real de poder en el México actual, hoy, sin control ciudadano.

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