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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 25 de octubre de 2004

"Venimos a limpiar la Suprema Corte porque usted la tiene hecha un asco"

Dejan megacarta a Mariano Azuela para pedir que renuncie a la SCJN

Simpatizantes de López Obrador organizan lúdica manifestación en defensa del mandatario

JAIME AVILES

DSC00018Sábado 23 de octubre a las cuatro de la tarde: después de pulir con pasta y cepillos de dientes la cochambrosa puerta de bronce de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tres organizaciones ciudadanas comprometidas con la defensa de Andrés Manuel López Obrador se retiran del edificio dejando un sobre de correo aéreo de tres metros de alto y cinco de largo, dirigido a Mariano Azuela Güitrón, así como un pastel de merengue, de cinco pisos y también de tres metros de alto, que recuerda uno de los episodios más infaustos y absurdos de la historia de México: la Guerra de los Pasteles (1837-1839).

A la izquierda de la ahora reluciente puerta, encubierta por el sobre y el pastel, adherida al turbio muro lateral de la fachada, aletea con el viento de la tarde una hoja de papel descomunal que dice: "Ministro Mariano Azuela: venimos a limpiar la Suprema Corte porque usted la tiene hecha un asco. ¡Renuncie!". Y firma: "el pueblo de México"

El sobre y la carta fueron realizados por los integrantes de una nueva organización ciudadana llamada Red Nacional de Jóvenes con Andrés Manuel López Obrador, que cuenta con afiliados en todos los estados de la República: de hecho, su proyecto nació como respuesta a la obsesión del prianismo y del foxismo, empeñados en derrocar por las buenas y por las malas al jefe de Gobierno del Distrito Federal.

El pastel, de irresistible pero engañoso merengue, también tiene su historia: al cabo de largas sesiones de discusión, en las que al principio su diseño fue encomendado a un escultor que planeaba construirlo con bloques de unicel y forrarlo de una pintura que más tarde se descubrió que podría ser tóxica, las militantes del Plan de los 3 Puntos (P3P) resolvieron investigar en las pastelerías del centro de la ciudad, compararon presupuestos y, lo que son las cosas, terminaron descubriendo que era más barato encargarlo a Sanborns.

En 1837, en una calle del pueblo de Tacubaya, a resultas de una manifestación popular en que chocaron con violencia liberales y conservadores, una piedra destruyó la vitrina de una panadería francesa. El repostero presentó una queja ante el gobierno de Antonio López de Santa Anna y exigió una indemnización de 60 mil pesos. Como su "alteza serenísima" se negó a pagar, el pastelero invocó el auxilio del gobierno francés. Para respaldar su demanda, Francia mandó una flota de cinco barcos de guerra que a lo largo de 1838 bloquearon el puerto de Veracruz, saboteando nuestro comercio exterior por el Atlántico, y al final de ese año, con sus menguadas tropas que venían de ganar y perder en Texas, Santa Anna las atacó.

Moraleja: el puerto de Veracruz fue destruido a cañonazos, Santa Anna perdió una pierna y México pagó no 60 sino 600 mil pesos en reparación de los daños sufridos por los barcos galos. Del pastelero nunca se volvió a saber. Pero mientras el gabinetazo foxista se empeña en que olvidemos nuestra historia y miremos al futuro, el enorme pastel intentaba recordarle a Mariano Azuela y a todos los políticos involucrados en el golpe de Estado contra el gobierno de la ciudad que una tontería, como los tramposos motivos del juicio de desafuero contra López Obrador -entablado por la construcción de una calle inexistente-, bien puede conducirnos de nuevo a la guerra.

De esos argumentos nació la idea de protestar de esa inhabitual manera, y a tales propósitos se sumó otra organización ciudadana, el grupo Proyecto Esperanza, nacido en Coyoacán durante la campaña electoral de 1988 para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, y que más tarde se incorporó con redoblado entusiasmo a las tareas solidarias con el EZLN, en las que estaban sus miembros enfrascados hasta que estalló la pejemanía, atizada en muy buena medida por las torpezas sin límite de los detractores del político tabasqueño.

Cada loco con su tema

Para llevar a cabo la limpieza simbólica de la Suprema Corte, exigir la renuncia de Mariano Azuela, evocar la Guerra de los Pasteles y reiterar el inmenso apoyo ciudadanos a López Obrador, faltaba un equipo de sonido. A suministrarlo se comprometieron los del Proyecto Esperanza, pero a última hora, cuando ya estaban listos los aparatos -dos micrófonos, dos bocinas-, se produjo una estremecedora noticia: el Zócalo sería inundado, a la misma hora, por miles y miles de jovencitas que acudirían a escuchar a su ídolo, el cantante Jair, y simultáneamente, a 50 metros de la Corte, otras organizaciones ciudadanas instalarían un tribunal popular para juzgar a Luis Echeverría por la guerra sucia de los años setenta.

¿En qué medida iban a competir dos pequeñas bocinas y dos modestos micrófonos con las gigantescas torres de bafles de una estación de radio, capaces de ensordecer al Zócalo? La pregunta no es ociosa: describe el abismo que hay, en términos de poder, entre las organizaciones ciudadanas que apoyan a López Obrador y los omnipotentes medios electrónicos. Pero, como bien lo ha escrito Paco Ignacio Taibo II, "ésas fueron las cartas que salieron", y toda la logística se puso en marcha.

Jesusa Rodríguez, que se había acostado temprano para estar fresca, abandonó su casa de Coyoacán vestida como la Justicia, pero cubierta de harapos. Los jóvenes con AMLO, que se habían situado estratégicamente en Tepito, salieron a las calles uniformados con overoles que ostentaban el nombre de su organización, y atravesaron el corazón del barrio bravo cargando el macrosobre para atraer público, usando las viejas tácticas publicitarias del circo.

Entre aquellos remolinos de vendedores ambulantes y compradores se abrieron paso temiendo que su preciada obra se rasgara, pero llegaron con ella invictos al Zócalo y dieron la vuelta a la plancha, suscitando el azoro de las numerosas jovencitas que tal vez no les hicieron tanto caso. Por su parte, Sanborns entregó el pastel a tiempo y la mole de merengue se desplazó por calzada de Tlalpan en serio peligro de desmoronarse.

La Suprema Corta

Todo, excepto el estruendo ensordecedor, resultó como estaba previsto. La anhelada Justicia fue recibida con aclamaciones, mientras decenas de manos se volcaban sobre la puerta de bronce para pulirla con cepillos, estopa e incluso con herramientas más sofisticadas; en pocos minutos la dejaron albeando, aunque no en su totalidad, y no por falta de Brasso, sino de escaleras más altas. A una de ellas se encaramó Jesusa, posando para los fotógrafos de todos los medios que se desprendieron del tribunal popular, cruzaron la calle, se deleitaron retratándola (aunque a la postre nadie les publicaría nada) y se fueron.

Cinco minutos después llegó la megacarta, y entonces, por su esforzada parte, llegó el pastel. La imagen pretendida se integró en segundos. El equipo de sonido funcionó... cuando dejaban de cantar allá en el Zócalo, pero esos intervalos de silencio fueron aprovechados muy bien por los activistas mayoritarios, hombres y mujeres de la tercera edad, que dijeron gritando por qué apoyan a López Obrador, cuánto desean que ascienda a la Presidencia de la República y cuán disgustados se sienten por la conducta golpista de Vicente Fox.

En una de tantas pausas, dos señoras de cabeza blanca, entrañables y encantadoras, pidieron permiso para cantar un corrido a Fox, cuya letra dice: "Bonito León, Guanajuato/ su feria con su jugada/ allá en mi León, Guanajuato/ Vicente no vale nada". Y fue tal el éxito que obtuvieron que media hora después el público las obligó a cantarlo otras dos veces.

Antes de retirarse entre (por momentos) sonoros aplausos, Jesusa empuñó los micrófonos, cantó uno de los muchos corridos populares que le han escrito ya al jefe de Gobierno, y cerró su actuación con una mentira piadosa: "En el Zócalo la gente está gritando: la Nueva/ Amor/ con López Obrador". Falsísima noticia que la gente correspondió coreando el estribillo. Cuando todo parecía haber concluido, una voz tenebrosa se escuchó detrás de la bruñida puerta de bronce: "No sean huevones, ¡límpienla bien!"

Desde la perspectiva de los números, el acto fue provechoso: atraídos por la mesa que colocaron los del Proyecto Esperanza, alrededor de 2 mil personas firmaron cartas personales de apoyo a López Obrador y también para exigir la renuncia de Mariano Azuela. ¿Cuántos seres humanos pasaron ante la megacarta, el macrosobre y el simbólico pastel a lo largo de casi cuatro horas? Decenas de miles y muchas de ellas, a su discreta y sorprendida manera, saludaban con simpatía, se detenían un momento, pasaban a firmar o se iban en oleadas como habían venido. En un ataque de modestia, a eso de las dos de la tarde y al ver el tumulto que se estaba formando, el GDF ordenó que se cerraran las bocas del Metro que dan a la fachada de la Corte, mientras alguien se encargaba de rebautizarla desde una cartulina anónima con el punzante nombre de "la Suprema Corta".

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