México D.F. Miércoles 6 de octubre de 2004
Cerca de 2 mil mujeres son drogadictas, la mayoría
por el trauma de la guerra
Vuelve a Afganistán el tráfico de opio;
al menos 60 mil adictos en Kabul
Crece el consumo de heroína y con ello el riesgo
de contraer sida, advierten médicos
NICK MEO THE INDEPENDENT
Kabul, 5 de octubre. Halima fumó opio por
primera vez para ahuyentar las pesadillas tras la muerte violenta de su
esposo. Le dispararon en un puesto de control, delante de ella, cuando
trataban de huir de los combates en Kabul. Quedó viuda a los 27
años con tres hijos pequeños y un futuro desdichado.
"No sé quién le disparó", dice. "Pero
no podía dejar de verlo, se desangró hasta morir, tirado
en la calle, sin que nadie lo ayudara".
En la oscura vida de esta afgana había poco en
qué distraerse, hasta que un vecino le mostró por primera
vez una pasta color café. Muy pronto tuvo necesidad de fumar opio
en la mañana, al mediodía y en la noche.
"Me
conforta y me ayuda a olvidar mis penas", dice. "Es una cosa vergonzosa.
Si mi cuñado se entera, me corre de su casa".
Desde que las tropas de Alejandro Magno llegaron a Asia
Central, el opio se ha empleado como medicina. La cascarilla que guarda
la semilla de amapola se hierve como té para calmar el llanto de
los niños.
Consumir opiaceos es haram, es decir, el Islam
lo prohíbe. Sin embargo, su uso fue primordialmente medicinal incluso
cuando el naracotráfico internacional se apoderó de los cultivos
durante los años 80. Aunque los granjeros hicieron a un lado sus
escrúpulos y comenzaron a exportarlo, las comunidades lo desaprobaban
y casi siempre se impedía que se consumiera en los hogares.
Finalmente, el tráfico de opio que ha causado tanta
miseria en Occidente se ha reanudado en Afganistán. Sólo
en Kabul hay unos 60 mil drogadictos, y estas cifras se han visto engrosadas
por desplazados que regresaron con la adicción en míseros
campos de refugiados en Pakistán e Irán.
Se vende en cualquier bazar
Los doctores en la capital afgana temen que las cosas
empeoren todavía más. El doctor Ahmad Shah Habib, director
del centro de rehabilitación de Nejaf señaló: "Hace
15 años la heroína era desconocida en Kabul. Ahora los traficantes
tienen el camino libre y se puede comprar esta droga en cualquier bazar".
En efecto, los vendedores no son difíciles de encontrar incluso
en las zonas que quedaron en ruinas tras bombardeos, rechazadas incluso
por las familias sin techo más desesperadas.
A los heroinómanos se les conoce como poderi,
son figuras harapientas que se ocultan o salen corriendo detrás
de un dragón y que comparten agujas sucias. Como en todos lados,
pagan por la sustancia mediante el crimen o la prostitución.
Las mujeres afganas, cuyas vidas son más difíciles
que las de los hombres, están particularmente en riesgo. El centro
Nejaf conoce a unas 2 mil usuarias y cree que hay muchas más. La
mayoría de están demasiado avergonzadas y ocultan su hábito
de esposos y familias.
Casi todas ellas tienen terribles historias de pérdida
a causa de la guerra. La mayoría son viudas, y algunas son primeras
esposas que han sufrido la humillación de que su marido tomó
una segunda mujer. Los bebés nacen adictos, y también se
vuelven dependientes los niños que son explotados en la fabricación
de alfombras, a quienes se les da opio para que aguanten las largas jornadas
de trabajo.
El opio y las pastillas para dormir hechas con este fármaco
son las drogas más comunes, pero las mujeres jóvenes consumen
cada vez más heroína. El incremento de fábricas de
esta droga dentro del país y la creciente complejidad de la industria
afgana de la droga es mayor que nunca.
La mayor parte de la droga refinada es enviada hacia los
lucrativos mercados occidentales, pero esto deja enormes cantidades de
heroína de mala calidad, misma que es vendida a bajo precio en los
bazares.
En una clínica de la pestilente ciudad vieja de
Kabul, hay un cuarto lleno de mujeres vestidas con burkas manchadas
que esperan recibir tratamiento para su adicción.
Una de ellas se enganchó al opio para quitarse
el miedo que le impedía dormir durante los ataques con cohetes en
la guerra civil. Otra se habituó a los tranquilizantes cuando su
esposo y su hijo fueron ultimados en los combates.
El tratamiento no siempre funciona. Una abuela de 60 años
se hizo adicta a la heroína por una amiga que hizo cuando estaba
en el hospital recibiendo tratamiento para curar su adicción al
opio.
El doctor Habib afirma que "el trauma de la guerra es,
por mucho, el factor decisivo en el uso de opiaceos. Aun cuando el abuso
no ocurrió durante la guerra, las pesadillas están con ellos
años después.
Habib no tiene idea todavía de qué tan común
es el VIH en Afganistán, pero dado el intercambio de agujas, la
mala higiene y el hecho de que muchos adictos se prostituyen, está
seguro de que se incrementarán en mucho los 300 casos que tiene
identificados.
"Este es un problema que comenzará a emerger dentro
de cinco años", afirmó.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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