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México D.F. Martes 7 de septiembre de 2004
Teresa del Conde
Corporis et animae
Con ese título el Centro Cultural Olimpo, dependiente del ayuntamiento de Mérida, exhibe una selección del muy ecléctico acervo que ha reunido el galerista, coleccionista, hotelero, promotor cultural y hacedor de instalaciones Manolo Rivero, que ha dado a conocer en su ciudad natal a varios artistas nacionales y extranjeros de primera línea, entre los más recientes están Julian Schnabel, Sandro Chia y José Bedia.
Repartida en tres salas, la primera de ellas provocó estupor entre los numerosísimos asistentes a la inauguración por la combinación, acertada a mi juicio, de antigüedades, piezas de época y obras contemporáneas. El curador de la muestra fue el propio Rivero y en su lectura hizo gala (o a mí me lo parece) de un estimabilísimo sentido del humor, capaz de provocar hasta carcajadas debido a la combinación de piezas que formaban altares, ex votos, iconostasios, velatorios.
Varias de las piezas antiguas allí reunidas, un Cristo negro en pasta de caña con abundante cabellera, estofados del siglo XVIII, un icono bizantino auténtico, cercano a otros que son recientes, bustos de mármol, efigies de santos, ánimas del purgatorio, madonnas, señalaban composiciones que, como la de Magali Lara, formaban un contrapunto o un ''efluvio" dada la manera en que los elementos fueron dispuestos en un ámbito en el que las paredes o mamparas fueron recubiertas de pintura verde-veronese y rojo quemado.
La idea de formular un ambiente sacralizado es muy patente en esa sala, si bien la ''sacralidad" es de tipo muy singular porque Manolo es, al decir de uno de los artistas más representados, cierta especie de Fitzcarraldo que emprende proyectos sólo realizables y visualizables mediante sí mismo.
El arsenal de toda índole que ha reunido supera con creces lo que pudo exponer en las tres salas amplias que ocupan la exposición en ese edificio posmoderno vecino al MACAY y, por tanto, a unos cuantos pasos de la catedral, cuya arquitectura interior se distingue por su sobriedad, derivativa de propuestas como las de G.B. Alberti.
Nada sobrio hay en la exposición a la que me refiero, que entrega, por así decirlo, el ánima y el cuerpo del coleccionista, más que referirse al espíritu y a la materia en un sentido general. La idea de decadencia es patente en no pocos de los arreglos que logró, contrapunteados con una serie de cristos contemporáneos, todos realizados a lo largo de lustros por Gustavo Monroy. Varios se exhibieron en la muestra individual de este artista, presentada hará un año en el MUCA.
A la sala ''sacralizada" siguen otras en las que reunió pinturas, esculturas e instalaciones de artistas contemporáneos. Especial relieve cobran algunas obras distinguibles por su calidad de propuesta, entre las que están un dibujo apaisado de Roberto Turnbull, el óleo de la serie Petates, de Boris Viskin, una pieza de 1992 de José Bedia, el pequeño y maravilloso boceto al óleo de Alberto Gironella sobre El entierro del conde de Orgaz de El Greco, un cuadro de la serie Careyes, de Irma Palacios, y un óleo con hoja de oro que tiene como motivo central un excusado, de Teresa Zimbrón.
Dispersos museográficamente siguiendo tendencia de coleccionista posmoderno, a este núcleo se adhieren otras piezas notables por su buena estructura, como las dos monotipias fotográficas del francés Antoine Poupel, la gran escultura en poliuretano y hierro forjado de Gerda Gruber (una de las piezas maestras del conjunto) el asiento de coche intervenido de Schnabel, cuatro ''catres" de Alberto Castro Leñero, un buen relieve en madera de Germán Venegas y el tríptico del cubano Jesús Rivera, que en una de sus secciones glosa al exitoso paisajista Tomás Sánchez.
Este curador-museógrafo digno de figurar (debido precisamente a su falta de discriminación espacio-temporal) en los ciclos que ofrece el museo Carrillo Gil en torno al fenómeno del coleccionismo, pretendió reunir obras de todos los artistas que hasta la fecha han exhibido en sus dos o tres galerías, pero no le fue posible realizar su propósito, aunque sí logró incluir un biombo de José García Ocejo, dos excelentes piezas de Pedro Friedeberg y un atractivo paisaje de Gabriel Ramírez realizado en 1974.
En la Galería-Hotel Trinidad, se exhiben varias obras neo-pop del francés Jean Paul Souchaud que guardan cierta tónica conceptual y son ejemplares propositivos de pintura que está en vilo con el grafiti y el cartel. Obras, ciertamente menores, de artistas tan importantes como Antonio Berni, Wifredo Lam, Roberto S. Matta y Karel Appel dan idea de los múltiples intereses de este promotor, que además incluyó en la selección de su acervo, una vistosa instalación suya colocada en el piso de uno de los recintos.
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