.. |
México D.F. Martes 7 de septiembre de 2004
José María Pérez Gay /III
El Cáucaso en llamas
"Sólo una nación rechazó someterse a la violencia de los soviéticos -escribió Alexander Solzhenitsin en El Gulag-, la de los chechenos. Lo más extraño era que todos les temían y nadie les impidió vivir como se les daba la gana. Las autoridades soviéticas que se adueñaron de su país durante más de 40 años no pudieron obligarlos a respetar las leyes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los chechenos deportados en los campos del Gulag fueron siempre soberbios y hostiles, siempre resistieron el embate de los comisarios y sus torturas."
A los tres años de haber proclamado la independencia, el Estado soviético había desaparecido en Chechenia; la estatua de Lenin, derribada. La bandera verde, roja y blanca chechena con un lobo negro tendido bajo la luna llena ondeaba en el palacio de gobierno de Grozny; los viernes eran el día de descanso obligatorio, el Sabath de los musulmanes. También durante muchos años, y en una época anterior a la revolución de Dzhojar Dudáiev, los habitantes de Grozny se perdían en el gigantesco bazar de la ciudad, donde podían comprar desde metralletas Kalashnikov hasta vestidos de seda finísimos libres de impuestos. La capital tenía 400 mil habitantes.
A partir de noviembre de 1990, el general Dzhojar Dudáiev, un nacionalista extraño, casi religioso y anticomunista de pura cepa, asumió el cargo de dirigente del Congreso Nacional del Pueblo Checheno. Dudáiev había sido general de división de la fuerza aérea soviética y tuvo bajo su mando la base de bombarderos atómicos en Tartu, ciudad de Estonia. Al parecer, se trataba de un miembro en toda la línea del Partido Comunista Soviético, la KGB le tenía toda su confianza y le encomendaba tareas de inteligencia. Se destacó como un excelente estratega en la guerra de Afganistán, participó en el bombardeo despiadado a los civiles afganos y era, como él mismo lo había confesado, un musulmán no practicante. Alla, su esposa, era rusa y escribía poemas malísimos. Como sea, Dudáiev era el primer checheno que había ascendido por todos los rangos militares soviéticos; el primero también que había escuchado las voces de alarma que el consejo de ancianos hacía oír cada cierto tiempo en el Cáucaso cuando señalaba la amenaza real de los soviéticos en sus fronteras. La amenaza desde el territorio de Ingushetia no sólo era verdadera y constante, sino que contaba cada vez con mayores recursos, y si no había llegado hasta sus últimas consecuencias era porque distintos sectores del gobierno soviético no habían logrado ponerse de acuerdo para una decisión final. Todo esto lo había escuchado atentamente Dzhojar Dudáiev. Las maniobras conjuntas que mil 700 soldados soviéticos y 4 mil osetios del norte habían comenzado en la frontera de Chechenia no contribuían, ni mucho menos, a la paz, que ya más de la mitad de Europa estaba deseando para la región, ni eran un paso para la solución pacífica negociada que tantos gobiernos estaban tratando de conseguir, ni revelaban en sus protagonistas ningún ánimo real de poner término a la sangría constante que padecía desde entonces esa desdichada cintura del Cáucaso.
El sueño de Vladimir Lenin tocaba a su fin, la Unión Soviética se desintegraba y los nacionalistas chechenos paladearon la victoria sobre los comunistas de siempre, sus eternos opresores. Dudáiev se convirtió en su profeta:
-Un esclavo que no intenta liberarse es dos veces esclavo -dijo a Aslán Masjádov, su futuro sucesor en la presidencia.
Todo esto obligaba a una movilización más activa, eficaz y coherente para el logro de la independencia de Chechenia. El 22 de agosto de 1991, los insurgentes tomaron la torre de televisión de Grozny y Dudáiev salió en las pantallas para proclamar la revolución. Dos semanas más tarde, el 6 de septiembre, la Guardia Nacional paramilitar de Dudáiev asaltó el Soviet Supremo, o Parlamento Comunista local. El jefe del comité de la ciudad fue literalmente defenestrado: cayó desde un tercer piso y falleció. El 15 de septiembre el Soviet Supremo celebró su última sesión. Rodeado por los miembros de la Guardia Nacional, el Parlamento votó su disolución, la renuncia del presidente Doku Zavgáiev. La revolución se había consumado.
El 27 de octubre de 1991 se celebraron las elecciones más fraudulentas de los últimos años en Chechenia. Dudáiev las ganó de modo aplastante, obtuvo 90 por ciento de los votos, con una participación de 72 por ciento. Los análisis de los institutos electorales europeos revelaron que la participación había sido muy baja y no había superado 12 por ciento. La verdad no tenía importancia. A los numerosos periodistas que lo entrevistaron, Dudáiev les expresó la fuerza del mito checheno, su pasado de luchas contra el poder de los zares y de Stalin.
A pesar de que en un principio Moscú había alentado a Dudáiev en su combate contra Zavgaiev -sobre todo el presidente del Parlamento, Ruslán Jasbulátov-, las relaciones se deterioraron muy pronto. El vicepresidente Alexandre Rutskoi, también general de división de las fuerzas aéreas, declaró de una manera intolerante que los chechenos debían obedecer al nuevo gobierno de Rusia y deponer las armas.
-Dudáiev no tiene más que una banda de 250 forajidos -declaró Rutskoi en la televisión rusa.
Dzhojar Dudáiev devolvió el golpe con una declaración de guerra. Estaba muy lejos de sospechar que Rutskoi sería su verdugo electrónico. "No busco poder, ni riqueza, ni cargos públicos. Siempre he tenido una única idea: luchar por el derecho a la independencia del pueblo checheno. Esta es la meta de mi vida y no me apartaré de ella", declaró al Times de Londres, "no me importa qué tan grande sea la presión o el ataque". En Dzhojar Dudáiev se compendian todas las contradicciones y los aciertos, la valentía y los errores de los dirigentes y luchadores chechenos. Ni Chechenia ni Rusia parecían dispuestos a impedir la desgracia; la guerra estaba en la puerta. Todo hacía pensar en la posibilidad de que algo sangriento pudiera ocurrir, pero nunca en las dimensiones que alcanzó la ocupación rusa de Grozny.
Dudáiev fue perdiendo el control político de su gobierno, la retórica revolucionaria lo envenenó y el odio a los dirigentes de Moscú no le permitió ver lo que pasaba en Chechenia. Los jóvenes chechenos se dedicaron entonces al contrabando, no les importaba el bloqueo impuesto por Yeltsin. A todo lo largo y lo ancho de la frontera con Daguestán, los guardias fronterizos y los mismos soldados rusos dejaban pasar a cualquiera si recibían una cantidad de dólares establecida de antemano. Los ferrocarriles que cruzaban Chechenia a lo largo de la gran línea transcaucásica Rostov-Bakú fueron asaltados en el mejor estilo del oeste estadunidense: 829 trenes sólo en 1993. El aeropuerto Jeque Mansor de Grozny, siempre abierto a un número incontable de vuelos, se convirtió en la puerta de entrada del mercado de armas. Los vendedores ambulantes aparecieron en esos años llenando el bazar de Grozny como nunca antes, un inverosímil paraíso de compras para el Cáucaso del Norte. Todo se compraba en esos locales, las mercancías más surtidas y baratas. Televisores y videos japoneses, directos desde Hong Kong y los Emiratos Arabes; perfumes franceses, ropa deportiva occidental de las mejores marcas, artesanía de madera y cuero de Turquía; diamantes de Africa del Sur, y, sobre todo, la increíble colección de armas. Anna Politkovskaya describe la central telefónica del bazar, donde "hombres de aspecto duro, gafas oscuras y el pelo muy corto vendían desde ametralladoras ligeras Borz (Lobo), fabricadas en Eslovaquia, misiles antitanques, pistolas alemanas 9 milímetros, bazukas y explosivos de plástico. En ese lugar, donde las ramas eran veneradas, el bazar se convirtió en la Meca.
Después de la guerra, el general Dudáiev entró en la historia como un mito checheno admirado y reconocido por todos. En su increíble torpeza, los dirigentes rusos se encargaron de volverlo un mito poderosísimo. En marzo de 1996, en su última rueda de prensa, un mes antes de su muerte en los bosques del sur de Chechenia, Dzhojar Dudáiev afirmó:
-El propósito principal es matar a Dudáiev.
Acorralado por el ejército ruso y la fuerza aérea a la que había servido antes, siempre en movimiento y levantado en armas en los bosques, con el uniforme soviético oscuro, el bigote bien recortado y su presencia dominante de general y piloto, Dudáiev parecía encarnar el propósito de eternidad de los chechenos. "Este hombre había lanzado a su nación al fuego, pero él nunca se había quemado", escribe Anne Nivat, la corresponsal del diario Liberation; "Dzhojar Dudáiev tenía el aura de la inmortalidad. Se la había ganado". Los periodistas y los políticos rusos se preguntaban, y alarmaban a la opinión pública rusa, por qué el FSB (el servicio de inteligencia) y los múltiples comandos no habían conseguido asesinar a Dudáiev. El enemigo público número uno conseguía dar entrevistas a la televisión rusa, debatir con los comentaristas, argumentar contra las tropas asesinas rusas y sus crímenes en Grozny. El intento de los rangers estadunidenses de capturar al señor de la guerra somalí Mohammed Farra Aidid en Mogadiscio se transformó en un sangriento fracaso porque los helicópteros de alta tecnología y los comandos cayeron en la red defensiva de Aidid. Al cercar a Dudáiev los rusos entraban en territorio rebelde, donde cualquier hombre, mujer o niño podía ser un guerrillero o un informante.
La FSB planeó entonces un atentado de alta tecnología digital. El diputado Constantin Voronoi, un eficaz mediador en el conflicto checheno, logró establecer comunicación con Dudáiev por medio de su teléfono celular vía satélite y un cohete aire-tierra guiado por la emisión del teléfono pulverizó al general en los bosques del sur de Chechenia. Su muerte correspondió, como escribe Juan Goytisolo, "a la lógica gangsteril del entorno de Yeltsin recientemente depurado y se añade a la ya larga lista de jefes y guías político-religiosos chechenos, ajusticiados o muertos en cárceles rusas antes y después de la revolución".
|