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México D.F. Miércoles 25 de agosto de 2004

Arnoldo Kraus

Clonación terapéutica

Cuando un periodista entrevistó en 1955 a Jonas Salk, descubridor de la primera vacuna contra la poliomielitis, le preguntó: "Ƒquién será el dueño de la patente de la vacuna?" Tras cavilar un momento, Salk respondió: "Bien, yo diría que la gente. No existe tal patente. ƑPodría usted patentar la Luna?" La respuesta del científico fue inteligente, irónica y contundente. Sus códigos éticos eran claros: la ciencia no es de uno, es de todos y para todos.

Pocos años antes, durante el régimen nazi, buena parte de los esfuerzos de la medicina siguieron otro camino y actuaron en favor de la ideología del nacional socialismo. Muchos médicos fueron los principales artífices de la "higiene racial" o eugenesia que, como se sabe, pretendía "limpiar" a la sociedad alemana de seres cuyo mapa genético era "inferior" al ario. La "higiene racial" dio inicio con la esterilización en masa de las personas "genéticamente enfermas" y finalizó con el holocausto.

Es muy difícil entender los motivos por los cuales tantos médicos no sólo se sometieron a la ideología nazi, sino contribuyeron con todo el peso de su ciencia a implementar pruebas encaminadas a "purificar" el mundo. Huelga decir que estos experimentos carecían de códigos éticos, que el sufrimiento de las personas era inenarrable y que miles fallecieron durante los procedimientos. En esa época la ciencia se rindió ante la omnipresencia del Estado.

Entre 1945 y 2004 los códigos éticos de la medicina se han modificado. Es impensable que se repitan episodios como el acaecido en la Alemania nazi. Sin embargo, son muchas las desazones que vive la humanidad en relación con la ciencia médica o sus protagonistas. Baste señalar, dentro de una miríada de ejemplos, que no pocos experimentos se conducen de manera distinta cuando los sujetos son africanos en vez de estadunidenses, que antivirales contra el sida no se administran a madres embarazadas en Africa con tal de entender "mejor" algunos efectos del virus de la inmunodeficiencia humana, que la ciencia no está "siempre" al servicio de la humanidad, sino de intereses económicos, políticos, o del poder en cualquiera de sus formas, como ilustra la carrera por patentar el genoma humano o el nefando pleito entre los descubridores del virus del sida.

Al listado anterior añado la participación, aunque haya sido en forma pasiva, de doctores estadunidenses en las torturas a los presos en Irak, la colaboración activa de galenos como torturadores bajo el mando de Pinochet en Chile, la colaboración de los médicos en la pena de muerte, las dobles morales que rigen muchas de las relaciones entre universidades y compañías farmacéuticas, y un largo etcétera que desemboca en el título de este artículo: clonación terapéutica.

Estoy, por supuesto, a favor de la clonación terapéutica. Hace dos semanas el Reino Unido otorgó a un grupo de investigadores de Newcastle la primera licencia en Europa para utilizar la clonación terapéutica para intentar curar enfermedades como el mal de Parkinson, algunas patologías neurodegenerativas, el Alzheimer o la diabetes mellitus. La Autoridad para la Fecundación Humana y Embriología de Inglaterra aseguró que "ha estudiado cuidadosamente todos los aspectos científicos, éticos, legales y médicos del proyecto", por lo que habría que suponer que se cuidaron los aspectos tanto humanos como éticos del protocolo de investigación.

Yermo de cualquier vestimenta religiosa y admirador de la ciencia, no puedo, en muchas ocasiones, separar el poder sano del conocimiento del poder insano del conocimiento. Aunque entiendo que no es así, me encantaría que dos términos, justicia y ética, fueran el corazón fundamental de cualquier tipo de investigación en el siglo XXI. Lamentablemente sé que no es así por las razones aludidas en los párrafos previos y por dos razones más.

La primera es que los beneficios de la clonación terapéutica incrementarán el abismo entre ricos y pobres; al igual que lo que sucede con los medicamentos para detener el sida, seguramente sólo quienes tengan dinero podrán acceder a la nueva tecnología. Es decir, el conocimiento aumentará la injusticia. La segunda razón es que los ricos vivirán más y mejor, con menos enfermedades y con más poder, lo que les permitirá seguir adueñándose del mundo.

Entre 1945 y 2004 la luna de Salk sigue igual. En ese mismo periodo el conocimiento médico se ha incrementado inconmensurablemente y los códigos éticos que rigen la investigación han mejorado. Lo que poco ha cambiado es el ser humano y la moral de nuestra especie. A diferencia de la luna inopinada y neutra, el conocimiento mal usado actúa en deterioro de los más pobres. Lo que sucederá con la clonación terapéutica poco depende de la luna: los científicos tendrán que recorrer al mismo tiempo los vericuetos del laboratorio y los pedregales del ser humano.

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