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México D.F. Domingo 15 de agosto de 2004

MAR DE HISTORIAS

Franeleros

Cristina Pacheco

"A todo se acostumbra uno menos a no comer. Cuando se me casó Alondra y el marido se la llevó a Saltillo pensé que no podría resistir tenerla lejos. Como no quiso estudiar, ella era mi compañerita: andábamos siempre juntas. Cuando nazca su hijo, a ver si puedo ir a visitarla unos días."

Antonia habla con las ollas y platos que atestan el fregadero. Adquirió la costumbre de monologar ante muebles y trastos desde que su niña se le casó. La extraña pese a que tiene otros dos hijos, pero no cuenta con ellos: Claudio sale muy temprano rumbo a la fábrica en Lechería. A Johnny, el menor, tampoco lo ve mucho. El niño pasa la mañana en la escuela. Al salir se reúne con su padre para ayudarlo a lavar coches de los empleados que trabajan en las oficinas próximas al jardín Esperanza. A las seis de la tarde vuelven a casa. Caminan juntos, con las cubetas colgando de sus manos y las franelas terciadas al hombro.

En medio de su pobreza, Antonia se siente feliz porque en su familia no hay drogadictos ni ladrones. Le cuenta a la escoba:

-Jamás, ni siquiera cuando Eusebio se quedó tantos meses sin trabajo, se le ocurrió meterse en algún negocio sucio. Y eso que, como chofer, no faltaba quien le dijera: "Te presto mi camioneta para que vayas a entregarme este bulto y te doy una feria". Nunca aceptó nada de eso. Dice que prefiere morirse antes que verse tratado como ladrón.

Antonia admira a Eusebio por honrado y batallador. Sabe que no hay deshonra en el trabajo que él hace con el auxilio de Johnny, pero preferiría que su hijo se concentrara en la escuela y su marido siguiera como chofer de doña Zaira.

Antonia, mientras sacude el tocador, recuerda las ventajas de aquel empleo:

-La mujer, como todas las viudas, era muy metódica. A Eusebio le tenía prohibido llegar al trabajo oliendo a cigarro o a cerveza. Otra cosa favorable, al menos para mí, era la edad de la señora: andaba por los setenta.

-Eusebio estaba tan contento trabajando para la viuda que hasta olvidó el sueño: volver a la carretera manejando un tráiler. Su patrona le agradecía sus buenos servicios y él acabó por decir: "Tengo viuda para rato". Su certeza se tambaleó un lunes en que se presentó a trabajar y doña Zaira lo recibió acompañada de un joven ojiverde con barba de candado:

-Te presento a Rommel. Es el hijo de una prima que vive en Tampico. Vino a buscar trabajo. Mientras lo consigue se quedará en la casa.

Eusebio no desconfió del recién llegado, Antonia sí. Sus sospechas de que Rommel era un vividor quedaron confirmadas cuando lo conoció y leyó una advertencia en los lunares que agraciaban la cara del joven.

-Mi papá decía: "persona lunareja, o muy viva o muy pendeja". Ese tal Rommel no es ningún tarugo. Te apuesto lo que quieras a que acabará metiéndose en la cama de tu patrona. Es lógico: "gata vieja quiere ratón tierno".

Eusebio acusó a su mujer de perversa y desdeñó sus advertencias. No pasó mucho tiempo sin que lo lamentara. Un viernes por la tarde, junto con su sueldo, Zaira le entregó quinientos pesos para recompensarlo por tantos años de trabajo. Eusebio agarró una borrachera que se prolongó varios días. Cuando al fin recobró la conciencia, Antonia no le hizo reproches, sólo le dio un periódico:

-Revísalo, a lo mejor encuentras un trabajo. Con lo que Claudio me da, porque no me alcanza y no quiero que Johnny deje la escuela.

Guiado por los anuncios, Eusebio se presentó en oficinas, talleres, centros comerciales y hasta en un velatorio. De nada le sirvió no tener antecedentes penales. En todas partes lo rechazaron por las mismas razones: falta de certificado de secundaria, desconocimiento del inglés y ser mayor de cuarenta años.

Harto de los rechazos, Eusebio decidió emigrar a Estados Unidos. Le pidió a Claudio que solicitara un préstamo en el trabajo creyendo que así podría comprar el boleto a Tijuana. Antonia desbarató sus planes:

-Llegas allá, Ƒy luego? ƑCon qué vas a pagarle al pollero? Y si pasas, Ƒcómo vas a sostenerte mientras te dan trabajo los gringos?

Eusebio reinició la búsqueda. Para no gastar en pasajes lo hacía a pie por los alrededores de su casa. Cuando agotó las posibilidades ocultó su fracaso refugiándose en el jardín Esperanza, frente al edificio ocupado por una aseguradora.

Un viernes, una muchacha se estacionó junto al parque. Por amabilidad, Eusebio le advirtió el riesgo de que la grúa se llevara su coche. Ella consultó el reloj.

-Llevo horas buscando un estacionamiento y ya se me hizo tardísimo. Si no pago la mensualidad pierdo el seguro.

Al verla tan angustiada, Eusebio le ofreció ayuda:

-Si quiere, deje las llaves de su coche. En cuanto se desocupe un lugar se lo acomodo.

Eusebio aún se sorprende de que la muchacha le haya confiado las llaves. Al salir del edificio, ella le entregó una moneda. Ocurrió justo cuando otro automovilista buscaba dónde dejar su vehículo.

-Por aquí no hay estacionamientos, pero voy a salir. Le cedo mi lugar -dijo la muchacha.

Después de una complicada maniobra, el automovilista se dirigió a Eusebio:

-Lo cuidas bien. El otro día me robaron las polveras, el espejo y los limpiadores.

Eusebio montó guardia junto al automóvil y una vez más fue recompensado. Cuando regresó a su casa le entregó a Antonia su ganancia, le pidió una cubeta y una de las franelas con que sacudía los muebles.

A partir de la siguiente mañana, los empleados de la aseguradora se convirtieron en sus clientes y Eusebio terminó pidiendo la ayuda de Johnny.

II

Al anocher, mientras saca la ropa limpia, Antonia desahoga su inquietud ante su vieja lavadora:

-Van a dar las ocho y aquellos no regresan. Dios quiera que no les haya sucedido nada malo. En ese jardín hay muchos drogadictos. Me da miedo que alguno vaya a darles un navajazo para quitarles el poquito dinero que ganan.

Antonia interrumpe su monólogo al oír una descarga de golpes en la puerta. Abre. La alegría de ver a su hijo y a su marido desaparece cuando advierte su palidez y su temblor.

-El corazón me lo advirtió: šlos asaltaron!

-šNo hables!- Eusebio se mantiene inmóvil, atento a los ruidos de la calle. Luego se dirige a Johnny: -Tranquilo. Ya se fueron.

-ƑQuién los persigue? -pregunta Antonia, horrorizada.

-Dos policías -le responde su marido.

-Eusebio, Johnny, Ƒqué hicieron?

-Le estaba entregando su coche a la licenciada Minerva y ella, como todos los días, me pagó la lavada y se fue. En eso aparecieron los policías y nos acusaron de extorsionar a la señora. Les dije que no, pero no me creyeron y a fuerza querían subirnos a la patrulla. Nos escapamos. Corrimos por el jardín. Estaba bien oscuro. Sólo oíamos los gritos: "šAllá van, que no se nos escapen!" Nos persiguieron, como si fuéramos ladrones. Y tú sabes, Antonia, que jamás en mi vida me he robado ni un alfiler. Puede que allí esté mi error.

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