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México D.F. Jueves 12 de agosto de 2004
Soledad Loaeza
Pasos en el tejado
La amenaza de la violencia nunca ha sido un instrumento legítimo de la democracia; en cambio, la historia enseña que es un arma común entre movimientos, partidos y líderes autoritarios. Normal-mente quienes pronostican, anuncian, advierten o amenazan con la violencia están expresando una mal disimulada desconfianza en las instituciones y desdén por la ley. Tras una supuesta prudencia, enmascaran su verdadera intención que es intimidar. Basta leer las Memorias de Alexis de Tocqueville de la revolución de 1848 en Francia para reconocer la ruta que llevó a Luis Bonaparte al trono de emperador, y que muchos otros líderes autoritarios han seguido después de él con una boleta electoral en una mano y una macana en la otra. Entre nosotros el doble discurso de la democracia y la violencia tampoco es una estrategia original ni novedosa, sólo que había sido utilizado en un pasado remoto por el viejo PRI, el de Fidel Velázquez y Adolfo Martínez Domínguez.
En las últimas semanas la joven democracia mexicana ha estado escuchando pasos en el tejado. Distinguidos dirigentes perredistas han evocado, aunque a su manera, las referencias a golpes de mano autoritarios, así como los ecos de la presidencia autoritaria para defender a Andrés Manuel López Obrador de un posible juicio de desafuero. No sabemos si Leonel Godoy, presidente nacional del PRD; su secretario general, Carlos Navarrete; Agustín Guerrero, líder del partido de gobierno en el Distrito Federal, y Leonel Cota, gobernador de Baja California Sur, están conscientemente repitiendo las viejas ideas de los autoritarismos y las dictaduras del siglo XX. Lo que sí sabemos, porque así nos han informado, es que la línea oficial de un partido que está representado en el Congreso y gobierna entidades importantes en el país consiste en cuestionar la credibilidad de las mismas instituciones que lo han llevado al poder, para salvar la carrera política de un líder al que quieren llevar al poder, a como dé lugar.
Declaraciones tan graves de hombres de influencia no pueden pasarse por alto. A la luz de sus palabras brilla con más fuerza la ambivalencia de López Obrador frente a la ley. Parece increíble que el país "se incendie" para defender las aspiraciones presidenciales del jefe de Gobierno. En cambio, es incuestionable que las palabras de los dirigentes perredistas han dejado al descubierto los reflejos autoritarios de izquierdas premodernas que no pudieron hacer la revolución cuando eran radicales, pero que ahora cuentan con los recursos que les ha brindado la democracia para socavar sus fundamentos. Esta estrategia tampoco es original. No es la primera vez en la historia que un partido autoritario, al que impacienta la condición de minoría electoral, recurre a movilizaciones extraparlamentarias para dar prueba de una fuerza que, si bien no tiene en el Congreso, está en el corazón y en los puños del "pueblo". Largas y devastadoras son las tragedias que se escriben con este argumento.
La pasión de estas izquierdas por el líder, por un líder, es más intrigante que el doble discurso de democracia y violencia. Los mexicanos no somos de ninguna manera ajenos al ejercicio personalizado del poder; la autoridad presidencial desbordada, que no se detiene ante leyes ni instituciones, era el corazón del México príista que tan intolerante y represivo fue de corrientes de izquierda como las que ahora apoyan a López Obrador. En cambio, el PRI nunca fomentó el culto a la personalidad del líder como lo ha estado haciendo el PRD con Andrés Manuel López Obrador, distribuyendo propaganda que lo presenta como un profeta bíblico o, mejor todavía, como el David que se enfrenta al Goliat del gobierno federal, y que después de derrotar al gigante, no hay que olvidar, es coronado rey.
Aparentemente las izquierdas presidencialistas reconocen en el potencial atractivo popular de la figura del líder, un capital político más fácil de explotar que las ideas de la izquierda democrática. Sueñan con amplias movilizaciones populares, más ágiles, ruidosas y efectivas en el corto plazo que las filas de votantes que tienen que formarse paciente y ordenadamente para depositar su voto en las urnas.
Es posible que el PRI, otra vez, le dé un amable empujón a la carrera política de López Obrador, como lo hizo cuando estuvo dispuesto a reconocerle residencia en el Distrito Federal, para que pudiera contender por la jefatura de Gobierno. Entonces también nos amenazaban -o nos pronosticaban estallidos de violencia- en caso de que se aplicara la ley. Ahora, la estrategia perredista es grave, sobre todo por lo que anuncia para las elecciones presidenciales de 2006. Sobre advertencia no hay engaño. Si los resultados son adversos a Andrés Manuel López Obrador, el PRD no va a permitir que las urnas les arrebaten un triunfo que desde ahora dan por seguro, porque, nos dicen, el pueblo está con ellos. Ya sabemos que a menos de que López Obrador sea declarado triunfador, su partido va a denunciar los resultados como espurios. Ya sabemos que si criticamos a López Obrador nos van a ofender, nos van a agredir y a insultar. Ya lo han hecho. Por eso, mejor no hay que votar. Luego se enojan.
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