.. | | México D.F. Domingo 8 de agosto de 2004 |
El peso argentino, un caso de manual
Mientras
el dólar cae, el peso argentino pierde en pocos días casi
10 por ciento de su valor. Y eso a pesar de una cosecha excepcional de
soya, con precios récord mundiales, y a pesar también de
que las importaciones todavía son relativamente reducidas debido
a que la crisis económica duradera del país no ha sido superada.
¿Cuáles son, entonces, las causas de esta devaluación
que favorece a los exportadores, pero encarece la vida para los ciudadanos
comunes?
La fórmula neoliberal para el éxito dice
que es necesario reducir la intervención estatal, permitir el libre
juego del mercado, exportar a toda costa, pero la realidad es que no son
los países los que exportan, sino las grandes firmas trasnacionales
que, además, tienen el monopolio de las ramas de exportación.
De este modo, en Argentina el peso cae porque esas firmas exportadoras
no sólo dejan en el exterior parte de las divisas logradas vendiendo
la cosecha argentina, sino que también regulan a su grado, especulando
contra el peso, la liquidación de divisas. De este modo, en los
recientes días esa liquidación pasó de cerca de 50
millones de dólares diarios a sólo 26. Como la cosecha de
soya no ha sido vendida en su totalidad (se estima que se vendieron 18
millones de toneladas sobre las 32 cosechadas) las trasnacionales del agro
esperan que el dólar sea más caro, para conseguir más
pesos en el cambio de divisas, y retienen sus ventas, además de
las liquidaciones. Esta política corresponde a los deseos del Fondo
Monetario Internacional que quiere más pesos por dólar para
que Argentina pague a sus acreedores. Si a esto se agrega que la pequeña
mejoría experimentada por la economía platense obliga de
todas maneras a importar las maquinarias e insumos que el país no
produce, porque la industria nacional fue desmantelada por las políticas
neoliberales y la libre importación, la presión para obtener
dólares aumenta, y el peso cae en uno de los momentos más
favorables para la recuperación económica. Queda por último
que las mismas exportadoras monopolistas deben competir en el Mercosur
y, por consiguiente, deben hacer frente a la diferencia de cambios con
Brasil. Hasta hace poco el dólar costaba en Brasil cerca de 3.20
reales y en Argentina 2.95. La actual devaluación del peso a 3.06
por dólar lo pone a la par con el real (3.07) y permite a la agroindustria
trasnacional de Argentina vender más.
Entonces, el mito del libre cambio cae ante la acción
de los monopolios. Además, no basta con exportar, sino que hay que
ver quién exporta y quién se queda con los beneficios de
las exportaciones. Por último, el Estado no puede ni siquiera mantener
el valor de su moneda porque ha sido desarmado y desmantelado. Y sin ingresos
relativamente ciertos y seguros y con el sistema bancario y financiero
en manos de la misma gente que integra las trasnacionales exportadoras,
no puede planificar el desarrollo ni siquiera en una bonanza de los precios.
La riqueza de pocos da más poder a un puñado de monopolistas
argentinos y extranjeros y al FMI, y aumenta la pobreza de los demás.
Lo necesario, entonces, no es menos sino más Estado y control de
cambios y, sobre todo, en el caso de Argentina, una radical limitación
del poder de los terratenientes y exportadores de productos agroalimentarios.
O sea, una ruptura con el neoliberalismo no sólo en las declaraciones,
sino también en los hechos socioeconómicos.
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