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México D.F. Lunes 2 de agosto de 2004

La corrida del martes

Herrería mandó a novilleros a torear al Zócalo

LUMBRERA CHICO

Era el acto de circo más esperado. Hace más de un mes que se sabía. Rafael Herrerías estaba preparando un golpe "espectacular" contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Montaría una plaza de trancas en el Zócalo y soltaría un toro de lidia en puntas, para que un maletilla muerto de hambre le hiciera la faena y lo estoqueara con pundonor. Luego de eso, el enterrador de la fiesta brava en México acusaría a las autoridades capitalinas por el cierre indefinido de la Monumental Plaza Muerta.

El tip me llegó oportunamente pero con un consejo muy molesto: no lo publiques, porque si lo agarran in fraganti, ahora sí, dalo por seguro, le quitarán la licencia y se habrá cerrado la página más negra de la tauromaquia en nuestro país. Hubo, incluso, quien se atrevió a deslizar que el equipo de seguridad que resguarda el Antiguo Palacio del Ayuntamiento tenía ya un tirador (no se me especificó si franco o tímido), munido de un rifle especial para disparar dardos cargados de potentes somníferos, como los que usan los ambientalistas en Africa cuando anestesian leones.

Las semanas comenzaron a transcurrir... y nada. Herrerías se fue a España con los Tiburones Rojos del Veracruz, a jugar futbol en Valencia con equipos conseguidos por Enrique Ponce, y todo el mundo pensó que el sainete, la carambola más cantada, se pospondría hasta su regreso. Pero hete aquí que el pasado martes 27 de julio, poco antes de las seis de la mañana, la armada brancaleone que formaban cuatro toreritos incondicionales del supuesto empresario, arribó al Zócalo con su plaza, su cartel de corrida postinera y dos flacos novillos que no serían lidiados a muerte sino -cómo no-, a la usanza portuguesa en faena incruenta.

Ocurrió todo tan rápido que ni siquiera el tirador del rifle duermeleones alcanzó a enterarse. El comandante de granaderos que defendía la plaza dio órdenes perentorias de arrestar a los maletillas y quitarles sus juguetes. En la breve trifulca se metieron algunos informadores a sueldo del cacique de Mixcoac y se hicieron las "víctimas de la represión", alegando que el GDF había coartado la "libertad de expresión" de los paupérrimos artistas. En otras palabras, la trampa se cerró antes que cayera la presa.

Desde mi punto de vista, los granaderos intervinieron en forma preventiva. Era mucho el riesgo de permitir que un animal con dos pitones trotara sobre el pavimento y huyera a la menor oportunidad poniendo en peligro la vida de los transeúntes. Pero la fechoría, aún en grado de tentativa, se cometió y las autoridades no pueden conformarse con las declaraciones de los maletillas detenidos. Según ellos, fue una iniciativa de su cosecha, de nadie más, pero la verdad es que el autor intelectual está plenamente identificado. Y López Obrador tiene la solución en sus manos. Para acabar de una vez por todas con esta clase de estupideces, debe cancelar la licencia de funcionamiento de la Plaza Muerta y sacarla a licitación. Herrerías no es, no puede ser, el único empresario taurino del mundo.

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