México D.F. Lunes 2 de agosto de 2004
Decenas de autobuses hicieron una fila de un
kilómetro a las afueras del Circo Volador
Fiel, la banda oscura de distintas partes de México
rindió pleitesía a Lacrimosa
CHAVA ROCK ESPECIAL
Si en México hay una raza fiel, esa es la banda
oscura: esa horda bronceada que acepta las mezclas del metal con el punk,
el gótico, el dark; con lo sinfónico y el glam. Mítico
monstruo de mil brazos que explota en este género musical que atrae
siempre a miles de fanáticos. Por eso es que grupos como Lacrimosa
se pueden dar el lujo de llegar a México y ser recibidos como dioses,
pese a que sus discos no se editen en nuestro país, y a pesar de
ser ignorados por los canales de videos y estaciones radiofónicas.
Decenas de autobuses formaron una fila de medio kilómetro
de distancia a las afueras del Circo Volador (foro en el que se realizaron
los tres conciertos que el grupo alemán ofreció en la ciudad
de México), para dar paso a los cientos de chavos poblanos, guanajuatenses,
queretanos, regios... todos convertidos en vampiros.
Así
llega la banda a lo que antes fue el cine Francisco Villa. Las calles cercanas
al ahora foro cultural se transforman en pasarelas sobre las que desfilan
distintos personajes, la mayoría luce sofisticados atuendos que
van de la típica gabardina negra a las camisas con holanes al frente:
visten de gala. Los rostros morenos se tiñen de color luna blanca,
algunos maquillan con sombras el contorno de sus ojos.
Más de dos mil jóvenes se internan religiosamente
al foro; el ingreso es un ritual; la banda oscura rinde pleitesía
a Lacrimosa, grupo que en nuestro país es un fenómeno de
culto, mientras en Alemania es considerado un grupo comercial.
Después de la acostumbrada introducción,
abre con Shakal y continúa con Malina, indicio de
que intercalará su presente y su pasado. Los violines y demás
instrumentos sinfónicos son el aderezo para el potente sonido de
la banda que viene a presentar su nuevo álbum, Echos.
Tilo Wolff, voz y alma de este dueto que se presenta como
grupo, se apodera del escenario; no necesita recorrer el escenario de un
extremo a otro para incendiar el recinto: basta con su mirada.
Su compañera, la encantadora tecladista y cantante
Anne Nurmi, es otro espectáculo: brilla detrás de sus teclados,
cuyo sonido semeja en ocasiones al de un piano y en otras al de un órgano.
Cumple bien su papel en los coros, al igual que cuando interpreta Apart
y The turning point. Diosa de tez de luna, su canto se eleva como
oración. Extiende sus delgados brazos, cual ángel wimwendersiano
a punto de emprender el vuelo.
Der morguen danach es uno de los primeros temas;
los vampíricos escuchas levantan y bajan el brazo flexionando el
codo, en signo de aprobación, y señalan al cantante, quien,
complaciente, se deja atrapar; en respuesta, recibe el coro gigantesco.
Momentos semejantes ocurren con Alleine zu zweit y Sheele in
not.
La escenografía es sencilla: manteles de color
rojo y negro tapizan las partes laterales y bases de los instrumentos;
al fondo una enorme manta muestra el rostro del arlequín, logo de
Lacrimosa. Al frente, Tilo deja un sufrimiento en cada tema. Kabinett
der sinne es densa, acerca un poco al viejo Black Sabath, pero en gótico,
la voz melancólica, profunda y grave empieza a formar llagas; el
sonido sinfónico hace dulce la laceración. Las guitarras
son llanto. La voz de Anne sale por los micrófonos y se acerca a
Tilo.
El final se acerca y sueltan lo más conocido, lo
esperado: Ich bin der brennende komet; desde la entrada del teclado
la raza empieza a aullar. Tilo en el lapso instrumental voltea hacia su
baterista y conduce a las cuerdas y percusiones con el movimiento de sus
brazos.
Lacrimosa se despide para regresar en instantes con otro
contundente corte: Darkness. Tilo se muestra contento; el largo
y estilizado mechón blanco al frente de su extensa cabellera es
emulado por decenas de chavos. Tilo Wolff, Rey del Lamento, en ocasiones
suelta gritos desgarradores, como en Am ende stehen wir zwei, otro
corte significativo de esta banda, complementada por AC en la batería,
Jay P al bajo, Sascha Gerbig y J Küstner en las guitarras.
El segundo regreso al escenario: Copycat, tema
obligado en sus presentaciones. Para entonces ya todo está fuera
de control; Tilo se atreve a caminar de un extremo al otro del escenario.
Poco habla Tilo Wolff, lo más que se atreve a decir es "gracias".
Cuando parecía que todo había terminado,
el grupo regresa por última vez. El vocalista reparte besos a sus
adeptos. Cierra con la soberbia Stolzes herz. Los corazones arden
al instante. Una joven, montada sobre los hombros de su acompañante,
arroja su ropa al grupo y muestra sus senos. El ritual termina. Amén.
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