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México D.F. Sábado 31 de julio de 2004
Robert Kaplan
Una historia natural del cero
Robert Kaplan, profesor en la Universidad de Harvard, es experto en filosofía y en matemáticas. En su libro titulado Una historia natural del cero se remonta a la antigua Sumeria, Grecia e India, además de la región maya, para plantear, luego de una fascinante odisea por el arte de las abstracciones matemáticas en el transcurso del tiempo, a la pregunta fundacional: Ƒcómo se relacionan el ser y la nada? Con autorización de Editorial Océano, ofrecemos a nuestros lectores un fragmento de esta novedad bibliográfica.
Es muy probable que cualquier cosa traída de Occidente -donde en buena medida había una cultura rural- fuera mirada con recelo. Cualquier cosa proveniente del Oriente se consideraba muy peligrosa, asiento como era ese territorio de viejas y todavía potentes herejías. La herejía más odiada y temida fue el maniqueísmo, esa mezcla de mitología persa y teología gnóstica en el siglo III dC, que duró, en diferentes formas, hasta la Edad Media. Dicha doctrina vio el bien y el mal en lucha pareja; Dios y el Diablo competían en el campo de batalla del Hombre. Según se iban acumulando las conclusiones para un sistema, dos rasgos se mantenían constantes en nuestro interés: el primero, que el vacío se identificó con el Mal, y el segundo, que las fuerzas y los seres podían incitarse a existir: podían provocarse con sólo nombrarlos. Cuando el dualismo maniqueísta fue perseguido y obligado a esconderse por las pasiones que habían desatado las creencias en conflicto, lo que emergió de los oscuros rincones fueron prácticas extrañas, rituales de evasión e invocación a las figuras de las sombras en tiempos de necesidad. La esencia se había vuelto superstición, mucho más poderosa por no ser producto del examen.
En la medida, por consiguiente, en que el cero se relacionaba en forma o significado con el vacío, tuvo que ser tratado con cautela, si se le trataba. Una idiosincrasia romana acerca del cálculo reforzó ese deseo de evitarlo. Los 360 grados de longitud, por ejemplo, se midieron siempre a partir del equinoccio de primavera, que se encuentra en el signo zodiacal de aries; éste debió ser cero grados, 0Ɔ, aunque lo común era llamarlo ''el primer grado", ''aries 1Ɔ", como hizo Plinio alrededor del 60 d., con lo cual trastornó los cálculos de muchos que le siguieron. Esto significa que si se trazan cuatro marcas en la tierra, y se camina de la primera hacia la última, Ƒse han dado tres o cuatro pasos? Evidentemente tres, aunque había cuatro marcas implicadas. Para obtener la respuesta correcta puede denominarse línea ''cero" a la línea de partida, entonces será que el número de marcas corresponderá con el número de pasos. Pero los romanos contaban de forma tal que tres días después del domingo era martes; para los italianos el decimoquinto siglo es el quattrocento y todos nosotros aún llamamos en música a los dos tonos del do al mi la tercera mayor, tomando el número de los tres tonos que participan en ella.
La superstición volvió aborrecible al cero para el piadoso, a la vez que lo colocó dentro de los arcanos de aquello que pasó a lo oculto. En alquimia, su figura aparece como Ouroboros, el dragón que se traga su propia cola, y simboliza la prima materia y, como rutina de trabajo, lo vuelve el método circular de la transformación alquímica. Su círculo aparece en todas partes en el ámbito mágico, para delimitar la tierra de los hechizos. Este círculo no estaba confinado a los ritos rurales ni a las fiestas de los magos: aparece, por ejemplo, otra vez como el mandala en la conflictiva siquiatría plagada de magia de C.G. Jung. De hecho, siempre que estemos descontentos con nuestra inteligencia y pensemos que no puede estar a la altura de fuerzas misteriosamente exaltadas; siempre que la sabiduría antigua resplandezca con una luz más feroz que los conocimientos modernos; siempre que las insignificantes distensiones entre las cosas disminuyan y comprendamos que cualquier cosa puede ser todo y cada una es también su opuesto, entonces la imagen del anillo perfecto del cero brilla ante nosotros: cero el número del Tonto Sabio de las cartas del tarot, y el anagramático Tarot en sí, transformado en Rotat.
Los números arábigos brindaron en forma colectiva a los iniciados un conjunto más de símbolos que los ataban de modo exclusivo y los manipulaban en formas que podían evocar quién sabe qué poderes. Se puede volver a experimentar una sensación de perplejidad, matizada con temor y espanto, igual a la que debió haber sentido un seglar de aquella época al ver una secuencia de escritura astrológica.
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