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México D.F. Sábado 31 de julio de 2004

Jaime Avilés

Eduardo Galeano: la gracia de la brevedad

Cinco años atrás, en compañía del gran comediante Evaristo Valderde, adapté y actuamos, dentro de un espectáculo de cabaret, la escena siguiente: si usted lee con asiduidad La Jornada sin duda la recordará. Un hombre llega a la barra de una cantina y, al verlo, el que atiende le sirve dos tragos idénticos. Pero el bebedor rechaza uno. Desconcertado, el cantinero le recuerda que, desde hace mucho tiempo, todos los días en punto de las seis de la tarde, se toma dos copas: una para él y otra para su amigo que se ha ido a vivir lejos. ƑA qué obedece este repentino cambio? ƑAcaso el amigo distante ha finalizado su existencia?

-No -dice el cliente-, lo que pasa es que he dejado de beber.

Y acto seguido, se embucha un solo farolazo.

La trama original de esta microscópica y maravillosa historia nació de la pluma de Eduardo Galeano y apareció en La Jornada como una ''ventana". Llevarla al teatro fue una especie de homenaje. Hace algunas semanas, por indicaciones del propio escritor uruguayo, la editorial Siglo XXI me envió el libro Bocas del tiempo, la obra más reciente del autor de Las venas abiertas de América Latina.

Humor y socarronería

En circunstancias que por ahora no estoy en condiciones de revelar, comencé a leer Bocas del tiempo sitiado por una intensa lluvia, pero abrí sus páginas en busca de ese relato admirable. Confieso que, a poco de andar, lo olvidé fascinado por todo aquello que salía al paso de mis ojos. Galeano, como todo escritor que se respete, reconstruye en este espléndido trabajo la vida del mundo desde el principio. Y si el propósito que abriga es el de sorprendernos, lo consigue de sobrada manera.

Con gran sencillez didáctica, embozada en una brillante elegancia literaria, nos explica la función de las algas en el desarrollo de las especies que poblaron el planeta y subraya la importancia esencial que tuvieron como creadoras del oxígeno. Traza un mapa del tiempo que nos permite ubicarnos con precisión en el espacio:

''Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta que actualmente responde al nombre de Tierra... Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse."

Gobernado por el humor y la socarronería, disfraces inteligentes de la angustia, el libro se desplaza imparable hacia todos los temas que tienen que ver sin excepción con las miserias y grandezas de la existencia terrenal, tanto en el ámbito de los bípedos parlantes que somos nosotros como en los secretos de las especies animales más insignificantes y, empero, demoledoramente sabias, como aquellos caracoles que predicen las inundaciones y ponen sus huevos en la corteza de los árboles, por encima del nivel que al desbordarse alcanzarán las aguas de un río, y nunca, eso es lo admirable, nunca se equivocan.

Profunda y deliciosa investigación del lenguaje cotidiano, Bocas del tiempo renombra los animales cuando se refiere al serpiente y la serpienta, el araño y la araña, el urogallo y la urogallina, pero extiende sus descubrimientos cuando se refiere a cada cual y cada cuala, en una reinvención continua de las palabras que las renueva y las refresca hasta aturdirnos con su pasmosa capacidad recreativa. Historias de hombres y de mujeres, de niños y de sueños, de pueblos y de soledades, de pájaros y de reptiles, de ciudades, caminos, viudeces, amores e infortunios, historias tocadas en todo momento por la gracia de la brevedad, en la mayoría de los casos miniaturas perfectas, rematadas muchas veces por un aforismo como este que fue proferido a guisa de consuelo:

''La mujer no es indispensable; si lo fuera, dios tendría una."

Caetano y Dustin Hoffman

A Galeano y a su compañera, Helena Villagra, los conocí en Chiapas en 1996 y desde el primer instante nos hicimos amigos. Días más tarde cenamos juntos en la Zona Rosa de la ciudad de México, cerca del hotel de Gianni Miná, que fue el organizador del convivio. Sentado por la fortuna junto a mí, el creador de El libro de los abrazos -que me regaló aquella noche-, respondió con agudas observaciones y con divertidas anécdotas a todas mis preguntas acerca de su amistad con Juan Carlos Onetti.

Y ya encarrerado con los recuerdos, me contó de la ocasión en que, paseando por la playa de Río de Janeiro, Caetano Veloso conoció a un muchacho que lo llevó a pasear en su bote sobre las olas para que viera la ciudad desde otra perspectiva; al terminar la travesía, el gran cantante bahiano, hermano de María Bethania, le preguntó su nombre al navegante y éste le respondió: ''Marco Polo".

Las imágenes de aquella cena, en que Helena Villagra se abrasó la lengua con unos chiles mal toreados, me asaltaron la mente cuando en Bocas del tiempo di con la página donde está narrado el encuentro diacrónico de Caetano y Marco Polo. Pero las asociaciones de ideas me llevaron a otro cuento, el de la noche en que Galeano y Robert Redford entraron en el camerino de un teatro de Nueva York, donde Dustin Hoffman jadeaba desfallecido al final de un espectáculo.

''Este personaje me absorbe de tal modo que en cada función me entrego a morir y pierdo, sudando, más de tres kilos", decía lívido el famoso histrión, a lo que Robert Redford le preguntó: ''ƑY por qué no actúas?". Pero esa evocación no aparece en Bocas del tiempo.

Convergencias

Quiso la vida que alternara la lectura de este nuevo prodigio de Galeano con Ensayo sobre la lucidez, la optimista y a la vez desoladora novela de José Saramago, en cuyas solapas la editorial Alfaguara anunció que, a la vista de los hechos del 11 de marzo en Madrid y considerando que el Nobel portugués culminó ese trabajo antes del horroroso atentado, la realidad se había atrevido a imitar a la ficción, invirtiendo el famoso precepto de Julio Cortázar. ƑQué significa esto? Bueno, que en medio de su trama, Saramago colocó la explosión de una bomba en una estación de trenes. Pues bien, en Bocas del tiempo, que Galeano entregó a la imprenta ''a finales de 2003", hay un vaso comunicante con el Ensayo... del maestro lusitano. Obsérvese.

''Dos trenes ingleses chocan entre sí, a la salida de la estación de Paddington. Un bombero se abre paso, a golpes de hacha, y entra en un vagón tumbado (...) No se escucha ni un gemido. Sólo rompen el silencio los timbrazos de los teléfonos móviles, que llaman y llaman y llaman desde los muertos". Sí, tal como sucedió el 11 de marzo con los celulares de las víctimas que yacían destrozadas en la estación de Atocha.

No son pocas las coincidencias -aunque la palabra convergencia, en este caso, me gusta más- entre Galeano y Saramago.

A principios de 2002, cuando estaba en su tétrico esplendor la crisis argentina del corralito, ambos declararon por separado, Saramago en Europa, Galeano a mi grabadora en Montevideo, que la democracia estaba sufriendo un peligroso desprestigio entre los jóvenes.

Era una preocupación compartida por ambos, aunque sin duda no se habían puesto de acuerdo para formularla casi en los mismos términos.

Y Saramago resolvió abordar el problema en su nuevo Ensayo..., mostrando con las luces de la imaginación las armas secretas e inexploradas que entraña la democracia cuando se le emplea con sensatez.

Bocas del tiempo no da cabida explícitamente a estas inquietudes pero en todo momento las tiene presentes. Hay que envolverse en una capa de lúcido escepticismo como herramienta de resistencia, para aguantar los golpes incesantes de esta etapa de la historia humana.

Pero también hay que abrir los sentidos para escuchar, en medio de la noche, tal como me ocurrió gracias a esta deleitosa experiencia de lectura, el eco de la explosión que dio origen al universo y que sigue rebotando, todavía, afirma Eduardo Galeano, por el espacio sideral.

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