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México D.F. Sábado 31 de julio de 2004
Escritor único
Leer o releer a Novo es siempre empresa deliciosa tanto por lo que capturó en sus textos y por las opiniones o reflexiones que los temas tratados le suscitaron, como por la manera verdaderamente peculiar con que supo construir una prosa salpimentada y aderezada con ingredientes atractivos como las gracejadas o el humor que campea en sus escritos, que aun cuando sean de naturaleza erudita como lo fueron varios de sus libros, el producto, sin demérito de la acuciosa investigación por él realizada, resulta más que disfrutable.
Esto se advierte de particular modo en los realmente miles de artículos que entregó a la prensa nacional desde la temprana época en que comenzó a hacerlo y, como se recordará, su primer libro de prosa, Ensayos, que incluyó también unos memorables XX poemas, se integró con colaboraciones que aparecieron originalmente en publicaciones periódicas de la década segunda del siglo pasado, cuando él rodaba igualmente la primera veintena de su existencia.
Característica notable de esa vertiente de su producción fue el hecho de que al tomar bajo su pluma asuntos que para cualquier otro autor resultarían carentes de importancia o indignos de ser abordados, él les otorgó una especial categoría gracias a su estilo y al enfoque desusado que ponía sobre tales cuestiones, así, por ejemplo, entre tantos otros, la leche, el baño, las barbas y los barberos, los anteojos, los mercados, los policías, la calvicie o el ''placer infinito de matar muchas moscas", al ser llevados a las páginas de sus libros como el citado Ensayo o En defensa de lo usado, ascendieron a un plano de dignidad que si bien ya la tenían cuando aparecieron en la prensa, cuando rebasaron la efímera, volandera condición de ''artículo periodístico", asumieron a cabalidad la condición literaria que adquiere un texto cuando es recogido en volumen.
Y, posiblemente como consecuencia de su experiencia en el campo teatral, dentro del que, hay que considerar, fue también dramaturgo, echó mano muchas veces en su quehacer periodístico, del recurso del diálogo con interlocutores, en algunos casos reales, lo que le permitía, como es evidente, manejar desde su posición de redactor, más de una opinión a la vez, aun cuando en ello seguía igualmente el ejemplo de, entre otros, José Joaquín Fernández de Lizardi e Ignacio Manuel Altamirano.
De tal suerte, como cronista de la actualidad capitalina y nacional, en sus textos se encuentra ese escritor único y que era conocedor a profundidad de toda la historia literaria mexicana y que, por lo mismo, en materia de crónica y cronistas, su propia obra, como él reconoció muchas veces, es trasunto de toda una tradición nacional que arranca con Fernández de Lizardi y continúa con Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, Luis G. Urbina, Amado Nervo, José Juan Tablada y Alfonso Reyes, por citar sólo unos cuantos entre los más conocidos y algún otro que no es tan recordado, como Enrique Chávarri (Juvenal) que fue en el siglo XIX, desde las páginas del El Monitor Republicano, uno de los creadores en México de la crónica como género periodístico.
Ahora bien, dado el centenario de este hombre singular hay que acudir mejor a la fuente directa de sus testimonios para recordarlo como se debe, esto es, leyéndolo, y para ello se recoge aquí una de sus varias crónicas que a raíz de la magna exposición retrospectiva de Diego Rivera, que presentó en 1949, el casi recién nacido Instituto Nacional de Bellas Artes y por la cual salieron a flote muchas situaciones en torno de un artista tan admirado como controvertido; en esta crónica dividida en dos partes y en forma de diálogo, como se verá Novo se refirió a cuestiones que constituían el gossip del momento: un posible nuevo divorcio de Frida y un posible romance con María Félix. MIGUEL CAPISTRAN
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