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México D.F. Lunes 19 de julio de 2004
Fin de un pleito innecesario
Los
cancilleres de México y Cuba, Luis Ernesto Derbez y Felipe Pérez
Roque, acordaron ayer, en La Habana, el restablecimiento de las relaciones
bilaterales al nivel que tuvieron hasta abril pasado y el regreso a sus
puestos de la embajadora mexicana en Cuba, Roberta Lajous, y del representante
cubano en esta capital, Jorge Bolaños. La fecha escogida para la
reinstalación de los diplomáticos -el 26 de julio, aniversario
del asalto al Cuartel Moncada e inicio de la primera etapa de la revolución
cubana, hace 51 años- parece ser un guiño de desagravio a
la nación caribeña y a su gobierno por haber sido injustamente
involucrados en un conflicto que se gestó por la mala voluntad de
la primera cancillería foxista y estalló por la impericia
y el nerviosismo de la segunda.
En efecto, después de un periodo en el que el ex
secretario de Relaciones Exteriores se empeñó en organizar
agravios, provocaciones y groserías contra el gobierno de la nación
hermana, con el evidente propósito de provocar una reacción
airada de las autoridades de la isla -reacción que, por cierto,
nunca ocurrió-, el grupo en el poder, ya sin Castañeda a
bordo, se vio atrapado con los dedos en la puerta por un asunto estrictamente
interno: el escándalo por las entregas de dinero de Carlos Ahumada
Kurtz a funcionarios del gobierno capitalino y los indicios crecientes
de que esas transacciones indebidas, o al menos su revelación, fueron
parte de un plan urdido en el primer círculo foxista para destruir
políticamente a Andrés Manuel López Obrador, titular
del Gobierno del Distrito Federal.
La captura de Ahumada en La Habana y la deportación
del empresario corruptor por el gobierno de la isla tomó por sorpresa
al Ejecutivo federal e hizo temer, en su interior, revelaciones inminentes
sobre la vinculación de altos funcionarios en el episodio. En esa
circunstancia, la infundada reacción del canciller Derbez y del
secretario de Gobernación, Santiago Creel, contra las autoridades
de la isla, pareció más un intento por sacar el caso Ahumada
del centro de la atención que una "defensa de la soberanía
nacional", como pretendieron ambos funcionarios, los cuales no lograron
convencer a las opiniones públicas de México y de Cuba de
que el gobierno de la segunda se hubiese comportado en forma poco institucional.
La normalización anunciada ayer representa, pues,
la superación feliz y plausible de un conflicto bilateral que nunca
tuvo razón de ser. Es pertinente, sin embargo, extraer un par de
enseñanzas de todo este episodio. La primera es que el recurso del
conflicto externo como forma de desviar la atención ante un escándalo
doméstico, que constituye una de las posibles formas de la "fuga
hacia adelante", casi siempre acaba revirtiéndose contra el gobierno
que actúa de esa manera. La segunda es que resulta mucho más
fácil generar un problema que resolverlo. El presidente Vicente
Fox ofreció, cuando era candidato, que desde la Presidencia podría
solucionar "en 15 minutos" el conflicto chiapaneco e indígena.
Han transcurrido tres años y medio del inicio de
su gobierno y ese tema, a juicio de los afectados y de muchos otros sectores
de la sociedad, dista mucho de estar despejado. En cambio, una relación
bilateral centenaria, sólida y fraterna, fue puesta en crisis, en
algo así como 15 minutos, por los malos cálculos, la ineptitud
y la inexperiencia. Esta vez fue po-sible restañar los vínculos
y componer el desaguisado en un tiempo relativamente breve y a un costo
poco significativo. Pero los hombres del Presidente debieran tomar conciencia,
como colofón de este episodio, de la gravedad que pueden revestir
las consecuencias de actos de gobierno poco meditados.
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