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México D.F. Lunes 19 de julio de 2004
Hermann Bellinghausen
Incorregibles
El atacado. A Tántalo le faltarán dedos para andar de tentón en el delirio de su condena eterna, víctima de su propia tentación. Sus insaciables ganas. Se atacó en vida más allá de lo permitido, y por andar de rebelde, los dioses le cobraron caro el desacato. Siempre le dijimos que leyera a los sabios, el Tao o algo. Que desear demasiado sería su perdición. La Carina, muy new age, le mandó una tarde a su Baba, su gurú, a ver si lo convencía. El Baba ese traía buena onda. Y conste que soy más como Harvey Keitel en Humo sagrado, especie de cowboy que ''desprograma'' a una Kate Winslet ida al Nirvana. Los gurús no se me dan. Tántalo era un sibarita del deseo, que unas veces además se le cumplía, pues Tántalo también tentaba a la Fortuna, y ella lo tentaba a él. Un tentadero... Otras ocasiones no se le cumplía ni el prólogo. Y el solo deseo infortunado era ya el cumplimiento de haber podido. Nunca nos hizo caso, ahora entiendo por qué. No necesitaba consejos. Poseía un envidiable punto de fuga. Ahora que está muerto y paga su tormento eterno, se sale otra vez con la suya. A pesar del castigo terrible, y como el Sísifo de Camus, a Tántalo García, también conocido como Pablo, no queda sino imaginarlo un muerto feliz.
El colgado. Tuvo la suerte de no nacer inglés o suizo. Esos calvinistas lo habrían enviado a la hoguera hace rato. Valerio fue el rey del retardo. La impuntualidad le corría lenta por las venas. Un delito no grave en el trópico sublatino donde las obsesiones son otras y llegar tarde no existe porque nadie se fija, y esperar está en la condición humana. Eso los hace a todos muy hospitalarios; como no saben si llevaban mucho esperando y olvidaron, o no te esperaban y de todos modos llegas, se alegran y te reciben calurosamente. Pero aún allí a Valerio se le pasaba la mano. Quedaba en ir y no se aparecía. Quedaba en llamar o escribir, y nada. No pocos se ofendían de que hiciera tan descarado honor a su nombre y diera a entender que le valía. Aunque no fuera cierto, sólo... se colgaba. Un día la familia de don Graciano Saldaña dio una recepción al nuevo ingeniero de la compañía, y el pueblo entero se cooperó con alimentos carnales y espirituosos, y se corrió la voz para que nadie faltara. A Valerio también se le avisó con tiempo y quedó en ir. Lo apuntó en una agenda que misteriosamente acostumbraba cargar. Llegada la fecha a Valerio se le olvidó salir de su casa y no llegó a ninguna parte; ni siquiera de sí mismo supo el paradero. Don Graciano lo tomó a broma, sólo su señora se ofendió un poco, pero la recepción salió tan lucida que se le olvidó enseguida.
El volado. Cree que puede. Que lo hará. Que es posible. Que siempre es posible. Ahora sí. Hace su lucha. Se le da hacer la lucha. Voluntad, y fuerza de voluntad. Optimismo. Ejerce el principio esperanza, dice él. Los demás lo consideran crédulo, los grandes. Cree que sus ocurrencias son fáciles, reales o realizables. Carece de sentido de la realidad, dicen de él y se lo dicen en su cara los hermanos, los padres, los maestros. No sus compañeros de clase, que le creen. No tienen tan buenas ideas, pero las reconocen de inmediato cuando Efrén las anuncia. A su manera, es medio líder. Y eso, exclusivamente por sus voladas, que pueden ser monumentales. Actúa de buena fe. Actúa sinceramente. Pero no es actor, ni gente de acción. Tiene la pasividad del soñador, la mirada borrosa o distante del que anda en otro plano del universo concreto. Se le ocurre cada cosa al güey. Peor cuando organiza lo que llama "motín mental". Convenció al salón de que si todos se concentraban a la vez en la barriga de Granadilla, el aplastante profesor de química, le provocarían un chorrillo incontrolable el día del examen, podrían copiar y hasta sacar los apuntes. Casi les sale. Ya Granadilla se estaba aflojando el cinturón, como empanzurrado. Pero no pasó de ahí. Efrén tiene la convicción de que alguien se rajó, por más que la clase entera jura que se concentró sin pausa. La hipótesis del débil o traidor salva a Efrén de la decepción. Lo volvería a intentar, y eso que el fracaso fue tal que por andar concentrados en la panza del profesor todos, vaya hito, todos sin excepción reprobaron. Y era examen semestral. Lo más notable es que los compañeros no se lo reprochan. Al contrario, varios hasta se sienten culpables, quizá fueron ellos quienes no se concentraron suficiente. Con esa pinche complicidad de sus amigotes, el escuincle nunca pondrá pies en la tierra, gruñe papá. Mientras tenga alguien que le festeje la gracia, lamenta mamá. Son jaladas, opinan en la escuela de lo que se enteran. Del "proyecto Granadilla" no supieron, pero sí de otros proyectos no menos delirantes. Efrén lo volverá a intentar. La inducción diarreica en el elemento más pesado de la tabla mendeleievana es sólo un ejemplo. No se imaginan ustedes lo que Efrén es capaz de imaginar.
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