Creación de don Gabriel Vargas La pícara Borola y la vigencia de la insumisión Pionera en la lucha por los derechos
de las mujeres Amalia Rivera Borola Tacuche de Burrón nació hace 56 años de la pluma del gran Gabriel Vargas, quien es a la historieta mexicana lo que Chava Flores a la música popular. Heredero de la picaresca de Joaquín Fernández de Lizardi, Vargas sacó a la luz su primer número de La familia Burrón en 1948 y de inmediato fue un éxito: se llegaron a vender medio millón de ejemplares semanales, tiraje que conservó durante décadas hasta los años 80. Los 60 y 70 fueron de gran popularidad para Borola, cuyas ocurrencias eran celebradas jubilosamente no sólo en vecindarios, sino entre las clases medias, entre lectores de diarios, ya que durante 18 años apareció en El Sol de México y en Excélsior. El fenómeno inundó también a la crema y nata de la intelectualidad y el humor a la mexicana de Gabriel Vargas atrapó a escritores como Carlos Monsiváis y Sergio Pitol, quien refiere: "fuera de lo que le ocurriera a Borola Burrón, todo lo demás dejaba de importarnos. Los amigos más tolerantes, al comprobar en qué aguas chapoteábamos, nos trataban como a víctimas de un sarampión tardío del que a lo mejor nos repondríamos con el tiempo" (1). En la actualidad su tiraje se limita a 15 mil ejemplares y su popularidad ha decrecido notablemente, sobre todo ante el cúmulo de historietas con heroínas intergalácticas extranjeras y los juegos de computadora. Las chavas de hoy no conocen a Borola, pero sí a Lara Croft, la heroína de los juegos de computadora Tomb Raider, que salió a la venta en 1996, personificada en el cine por Angelina Jolie. Habría que decirles entonces que las anodinas aventuras virtuales de Lara, sometida a una lipoescultura tras la cual su creador Toby Gard abandonó la empresa porque no aceptó los cambios de imagen con que la compañía la dotó para hacerla más sexy, no podrían competir contra las carcajadas sabrosas que arrancaba cada semana La Güereja con sus puntachos. Su gran talento inventivo la llevó a fabricar hasta un vehículo espacial con un tinaco y una licuadora como motor, así como artefactos que en su mente calenturienta calculaba, harían el trabajo doméstico; a luchar contra el mismísimo chamuco, a ponérsele al brinco a cualquier hambreador, cacique, diputado, a jalar de las greñas y estrellar contra la pared al hombre abusador, que le cae como patada de mula; a correr de su jaus al necio con una cubeta llena de agua o a darle su estate quieto con su escopeta, porque doña Borola, literalmente, es mujer de armas tomar. A Borola nunca le han temblado los carrizos que tiene por piernas ni frente a los mismos tecolotes ni a los patrulleros; nadie la asusta con el petate del muerto, a ella la autoridad le hace los mandados y siempre se mantiene del lado de las causas justas, jugando un papel más que activo, incluso promoviendo manifestaciones contra el gobierno y sus políticos que no cumplen sus promesas y que tienen muerto de hambre al pueblo, o bien contra maridos desobligados y golpeadores o los hijos abusivos de madres solapadoras, a quienes sin ningún miramiento espeta lo que piensa, ante el azoro de Macuca, su hija quinceañera, quien abre bien grandes los de apipizca ante cada nueva locura de su madre. No pocas ocasiones se la ha llevado la julia al tambo por alborotadora, lo que nunca le impide volver a las andadas, pero no tiene un pelo de tonta, sabe medir el tamaño del enemigo, por lo que cuando las cosas se ponen color de hormiga, sabe decir más vale que digan que aquí corrió que aquí quedó, y en menos que canta un gallo usa las de galopar para ponerse a salvo, jurando a don Regino Burrón, su marido, el siempre comprensivo Chaparrín, así como a San Crispín, a San Nabor y hasta a Santa Cachucha que nunca volverá a hacerlo, para al otro día volver a las andadas. Borola es una luchadora incansable por los derechos de las mujeres. Hacia 1947 las esposas todavía requerían de la autorización del marido para trabajar fuera del hogar, pero ella se salta las trancas, no pide permiso, actúa y en su sueño de tener su propio dinero, de ganar millones de chuchos, dejar de ser ama de casa y convertirse en millonaria, diputada o en próspera empresaria, se vale de los más divertidos medios porque se atreve a todo: a disfrazarse, a robar, a coquetear, a enseñar los chamorros, a inventar una rifa fraudulenta de un coche último modelo, que desde luego no es suyo; su audacia no conoce límites como tampoco su desfachatez ni cinismo, sólo parece importarle el qué dirán y guardar las apariencias, pues de muchas maneras reniega de su clase, aunque la injusticia y la miseria cotidianas la han llevado a solidarizarse con los pobres y a luchar con ellos. Borola es muy vanidosa, viste siempre su cuerpecito de zancudo al último grito de la moda, incluso fue de las primeras en intentar operarse su fisonomÌa 舑esbelta, que no flaca, aclara siempre舑, a pesar de que en aquellos años las operaciones estéticas prácticamente no existían. Como todo buen mexicano que le tira a sacarse la lotería cuando sueña, Borola dedica su energía a construir sus sueños, pero al final ¡sopas! siempre fracasa; sólo el ranazo que recibe tras la caída de la nube, la devuelve a la realidad: a su vecindad en el callejón del cuajo número chorrocientos, de la que nunca saldrá como tampoco de la pobreza. Eternamente hambreada, siempre buscando el pipirín o algo para echarle a la tripa, llegó incluso a preparar una sopa con el trapo de la cocina, a robar manzanas o a llevarse a toda la familia a comer como reyes al mejor restaurante del DF, cuya cuenta se niega a pagar inventando que hay una mosca -que llevó ex profeso- en el steak. Su temeridad es tal que a pesar de no llevar sino lo estrictamente necesario para pagar el camión de regreso, incontenible ordena: ¡Págale, Regino! Nunca volveremos a este sitio. Háblale al diputado Salmerón para que sepa qué clase de servicio hay aquí y también al abogado Rojas, para que le avise a su esposa y no vuelva ninguna de las amigas del club de las Popof. Luego de comer de gorrra, se marcha, muy digna, dando caderazos. Borola es la antítesis de la madre abnegada que proyectaba el cine nacional de la Epoca Dorada; si bien adora a sus bodoques, no se muestra muy dispuesta a quitarse el bocado de la boca y si siente cansancio no duda en subirse sobre las espaldas de El Tejocote, su hijo mayor, para que la lleve de ¡caballito! Le indignan las madres alcachofas que las están matando y no piden auxilio y que no les duele estar de arrimadas en casa ajena para solapar al mal hijo. Borola ejerce un matriarcado y es una pionera del feminismo, de las primeras que salieron a las calles con pancartas abogando por los derechos de las mujeres, contra canallas, desobligados y desvergonzados, e incluso en un episodio se declaró en huelga y dejó de hacer los quehaceres domésticos en tanto no contó con la cooperación del resto de la familia. Es chismosa, vengativa e implacable contra el que se atreve a pasar sobre sus derechos, los de su familia o sus vecinas. Es una lideresa natural y como dice Monsiváis (2), en lucha permanente contra el alza de precios, una agitadora profesional que no se sabe quedar callada. De muchas maneras Borola es una triunfadora vencida por el poder de la realidad. En el México de finales de los años 40, cuando las mujeres parecían condenadas al silencio y ni siquiera tenían calidad de ciudadanas, una personaja como Borola, que trabaja como bestia todos los días, literalmente como burrón, buscando más allá de ganarse la papa, salir adelante contra viento y marea, intentando acabar a como se pueda, incluso como chiva en cristalería, con el machismo y un sistema lleno de injusticias, no puede quedar en el clóset de los anacronismos, porque ocupa un lugar de primer orden en la historieta mexicana. 1) Pitol, Sergio., "Borola
contra el mundo", La Jornada Semanal,
mayo 10, 1998 |