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México D.F. Lunes 28 de junio de 2004
José Cueli
Fantasear capotero
Esta semana he recordado esas verónicas de David Silveti, en su última corrida en la Plaza México. Esos lances que provocaron el grito de olé que provenía de lo más íntimo de los aficionados y sólo en contadas ocasiones aparece. Capotear frente a una puerta de cuadrillas soleada que fue la magia del toreo. Esa que implica el no mover los pies, únicamente los brazos.
David Silveti, incapacitado a cornadas, no podía correr y tuvo que hacer con los brazos lo que le negaban las piernas. Por eso no podía limitarse a que los toros pasaran, tenía que dejarlos en el sitio preciso, para el siguiente lance, lo que resolvió con el mando de cargar de la suerte. Esa tarde inolvidable, el heredero de una dinastía torera enloqueció a la afición, al generar esa emoción única que da el toreo, en algunas veces.
Ese toreo como de sueño que se quiere coordinar y se escapa en los vuelos del capote y flota sobre el aire y al mismo tiempo lleva la marca del clasicismo, de lo bien hecho, lo perfecto. Toreó de raíz amarga sin fondo. Hondura de un capote fantasmal que se hunde en un agujero negro en el redondel. Soñar inmóvil del torero, asomado a la muerte en un jeroglífico indescifrable.
Muerte que vio y traído se perdió en ella, en lances que eran la muerte y la vida, reflejo de la belleza. David Silveti salió de ese toreo uniformado, convencional, a un juego vida-muerte como un todo, que lo hacían único. Capotear poético hecho donaire y armonía que se iba como el sol por el espacio infinito. David tomó el relevo generacional de los orfebres del capote, Calesero, Silverio, Manolo, Solórzano o El Soldado, en el mexicanísimo fantasear capotero. ƑQuién los sucederá?
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