México D.F. Lunes 28 de junio de 2004
Javier Oliva Posada
Vivir con miedo
La marcha del día de ayer marca, por varias razones, la historia reciente del país. Incluso por el número de asistentes y las características del desarrollo de la manifestación, las interpretaciones que podemos hacer van casi de la mano respecto del ánimo de lo que se pretenda justificar. Indudablemente, el motivo y la convocatoria habrán de ser estudiados para comprender el porqué del éxito; pero hay otras implicaciones que se derivarán en las siguientes semanas y a lo cual deberán estar atentos los principales actores políticos.
Guardadas las proporciones, la movilización de ayer me recordó en parte la experiencia que vivimos en los terremotos de septiembre de 1985. Como en aquella trágica ocasión, la inacción e impericia de los gobernantes evitaron una acción coordinada desde los primeros minutos para así atender la situación de emergencia. Al igual que aquella vez, la autoridad no atinaba a asumir directa y claramente su responsabilidad. Ahora, la expresión extendida de la delincuencia y la impunidad son tan evidentes que el número de participantes de ayer no permite muchas otras interpretaciones.
Pero el principal riesgo radica en las fórmulas autoritarias que pueden encontrar en esa atmósfera un clima propicio para desarrollarse. En efecto, los derechos civiles y de las garantías individuales fueron y son las principales víctimas en Estados Unidos y Francia, con la explicación de que se restringen las libertades en aras de la seguridad y en la lucha contra el terrorismo. En el caso de las consignas de ayer se leía frecuentemente la solicitud de pena de muerte para los secuestradores y otro tipo de delincuentes. La frontera entre la intolerancia hacia la diversidad y la libertad de acción es tenue y frecuentemente puede traspasarse.
Así, en aras de la seguridad pueden restringirse las libertades de tránsito, reunión y expresión. También pueden aplicarse medidas encaminadas a limitar las conductas diversas, e incluso prohibirlas. En esos términos, el miedo, vivir con temor, es sin duda el principal elemento que sustenta a esas proclividades autoritarias.
Las soluciones de fuerza prosperan precisamente cuando la insatisfacción, pero, sobre todo, la desesperanza respecto de un futuro mejor se anidan en el ánimo colectivo.
Robert Gellately, en su libro No sólo Hitler (Crítica) precisa que la factibilidad de un gobierno como el del dictador austriaco fue posible porque la misma sociedad lo aceptaba e, incluso, lo promovía. Con el aspecto de la seguridad en general como el principal ingrediente, fueron viables la tiranía y la erradicación de los derechos ciudadanos.
Nuestra ciudad capital es un conglomerado complejo. La expectativa de tener una convivencia aceptable solamente podrá darse a partir de la voluntad expresa de los gobernantes para corregir lo necesario. De parte de los ciudadanos también es fundamental modificar conductas que no promuevan el buen trato; si la marcha de ayer tuviera una fórmula para ser medida en cuanto a sus consecuencias, esta medición debería hacerse respecto de las modificaciones de fondo al ánimo y estilo de relaciones interpersonales.
Es de esperar que las autoridades locales y federales tomen medidas a corto plazo. Evitar señalamientos y escapar de las responsabilidades lo único que propiciará serán radicalizaciones y temores. Las reacciones basadas en ese sentimiento tan destructivo resultarán mucho más peligrosas para la estabilidad y estructuras de gobierno. Es una oportunidad, ojalá y la sepamos aprovechar.
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