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México D.F. Jueves 10 de junio de 2004
SECUESTRO: FACTORES DE FONDO
La
proliferación de la industria del secuestro, delito infame y exasperante
como ninguno, ha colocado en el centro de la polémica política
las posibles maneras de enfrentar y erradicar las bandas dedicadas a esa
modalidad delictiva. Por desgracia, en vez de generar consensos entre las
instituciones, las fuerzas políticas y los organismos sociales,
el tema ha dado lugar a una mayor polarización, a un enrarecimiento
adicional de la vida republicana y a la distorsión ideológica,
partidaria y mediática de una realidad lacerante e inadmisible.
Ante la confusión, los despropósitos y los intentos por hacer
del tema un arma esgrimida entre adversarios políticos, es pertinente
poner en perspectiva los factores de fondo que han propiciado el surgimiento
y la multiplicación de grupos organizados de plagiarios.
Debe considerarse, por principio de cuentas, que la modalidad
más impactante y visible del secuestro -esa que tiene entre sus
víctimas a personas acaudaladas, que pone en juego rescates cuantiosos
y que suele dar a los medios el pretexto para una cobertura obsesiva,
amarillista y poco escrupulosa- requiere, por parte de los delincuentes,
importantes recursos humanos, económicos, logísticos y tecnológicos,
así como conocimientos, capacidad de planificación, estructuras
de comunicación e inteligencia, entrenamiento policial o militar
y cobertura de elementos infiltrados en las corporaciones de seguridad,
preventivas y judiciales, de diversos niveles de gobierno. Esa clase de
plagio -que inspira y alienta a secuestradores de menor monta y ambición-
no puede realizarse sin la participación activa o pasiva de agentes
o ex agentes policiales, informadores ubicados en el entorno familiar,
laboral o financiero del secuestrado y estructuras de seguridad y transporte.
Tales operaciones, en su conjunto, requieren de una inversión significativa,
de cálculos de riesgo y costo-beneficio y de un alto grado de organización.
En la industria del secuestro confluyen las expresiones más extremas
de la voracidad empresarial y la cultura de la ilegalidad, que propician
la impunidad y la corrupción. Esta práctica sólo puede
prosperar en un entorno de descontrol de los aparatos gubernamentales de
seguridad y en el caldo de cultivo de la descomposición institucional.
Las delirantes peticiones de establecer la pena de muerte
contra los plagiarios son, desde esta perspectiva, improcedentes. Las demandas
de una mayor presencia policiaca, patrullajes constantes y medidas de vigilancia
exhaustiva no atacan el fondo del problema. De poco serviría llenar
las calles de gendarmes cuando algunos mandos superiores de los policías
establecen con los secuestradores pactos de complicidad, encubrimiento
y repartición de las ganancias. Este escenario no es, por desgracia,
una mera especulación. Casi invariablemente, cuando se anuncia la
captura de una banda de plagiarios, se descubre que entre éstos
hay agentes del orden en activo o en retiro.
Ciertamente, en la circunstancia actual, cuando existen
individuos secuestrados en poder de grupos criminales y cuando se planifican
nuevos plagios, la sociedad no puede sentarse a esperar a que las instancias
del poder público se armen de voluntad política para emprender
una campaña moralizadora de fondo contra la corrupción y
la infiltración delictiva en cuerpos policiales o entidades financieras,
depositarias estas últimas de información crucial sobre el
patrimonio de las víctimas. El combate al secuestro debe presentarse
tanto en sus causas profundas como en sus expresiones inmediatas. Las autoridades
federales y locales tienen la obligación de rescatar a los plagiados
del momento, devolverlos vivos a sus familias e identificar, capturar y
consignar a los captores, y para estar en condición de cumplir con
esas tareas deben actuar de manera coordinada y con una plena colaboración
entre los diversos niveles de gobierno. Los dimes y diretes y las acusaciones
mutuas son el peor de los escenarios para hacer frente a la delincuencia
organizada.
Pero si realmente se desea erradicar la práctica
intolerable del secuestro, las instituciones encargadas de brindar seguridad
a los ciudadanos, perseguir el delito y procurar justicia deben proceder
a una limpia profunda en casa y a una exhaustiva tarea de inteligencia
que permita identificar las fuentes de información, abastecimiento
y protección de los secuestradores.
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