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E S P E C T A C U L O S
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México D.F. Viernes 4 de junio de 2004

Canal 22 transmite hoy, a las 21:30 horas, el programa Acústico que grabó con Eugenia León

Cuba me abrió el corazón, pues ahí habita la verdad: Diego El Cigala

No fusioné la música de La Habana y la flamenca, pues ambas son del pueblo, de la tierra sufrida... del alma, afirma Junto a Chucho Valdés ofreció portentoso pero desorganizado concierto en el Salón 21

PABLO ESPINOSA

A punta de latigazos gitanos de pasión y cante, Diego El Cigala fulminó a un público entreverado de conocedores y adeptos repentinos del flamenco a lo largo de un corto y pésimo concierto no por causa de los resultados artísticos, que fueron portentosos, sino por lo mal sonorizado y peor organizado.

La estrategia artística consistió, en consecuencia, en un sistema de vasos comunicantes sostenido sobre la genialidad de los instrumentistas y el fulgor latigueante de El Cigala.

Culminó así el par de jornadas mexicanas que mantuvo en vilo al tout Mexique, esa especie que se creía en vías de extinción y que se concentró, sorteando una lluvia fragorosa, antenoche en el Salón 21.

La víspera, El Cigala convivió con sus músicos y los técnicos, camarógrafos y productores de Canal 22 durante una larga y venturosa jonada durante la cual dejó un regalo envuelto para quienes no pudieron o no quisieron o simplemente no les gusta el relumbrón y prefieren la intimidad del tornamesas y/o la imagen de la caja chica, que en esta ocasión se engrandeció porque Diego El Cigala y sus músicos grabaron para la televisión mexicana un programa entero de la serie Acústico, merced a la generosa hospitalidad de Eugenia León, titular de esa emisión, que se transmitirá hoy, viernes 4, a las 21:30 horas, por Canal 22.

Para este gitano vestido todo en blanco y con ojos de carbón prendido, las 11:30 de la mañana son todavía altas horas de la madrugada, así que tardará en llegar una hora más para sentarse junto a la mejor cantante de México, Eugenia León y uno de los protagonistas de la vanguardia musical del orbe, el maestro Chucho Valdés, frente a las cámaras en un set de televisión y emprender una charla harto sabrosa y fascinante porque era una conversación entre creadores, un intercambio de ideas entre magos que saben de la alquimia de convertir emociones en notas musicales, sentimientos en obras de arte. Fue un triálogo de grandes músicos.

Jonda ternura

Eugenia León inició la charla con una bomba de efectos permanentes: hizo flamear frente a los ojos de sus colegas, el gitano y el cubano, una copia de la fotografía que enarbola La Jornada en su contraportada del domingo anterior, 30 de mayo y donde aparecen Diego y Chucho abrazados en una pira de ternura, Diego como un cervatillo en el seno de la enorme humanidad de Chucho, marsupial de tez oscura. Celebran, en esa foto, con los cinco mil cubanos el final de su concierto en el teatro Carlos Marx de La Habana, que marcó el inicio de la gira que los trajo a México.

"Esta fotografía apareció el domingo en la contraportada de La Jornada y es hermosa. Yo quiero preguntarles ahora a ustedes: ¿cómo son capaces de tantísima ternura?". Ante la pregunta de la mexicana, el gitano se encogió como cervatillo para que su atuendo, blanquísimo, su melena rala y larga y su mirada concentrada ojos hacia adentro lo igualasen con un indio lacandón y comenzó a hacer fluir, con voz afinada en pianissimo, en un vuelo semejante a un scherzo de Bruckner, un fluido de energía a través de palabras pero ante todo una serie de signos sinópticos del cuerpo.

Semillas que conmueven

Ya puesto en órbita merced a Eugenia León, a El Cigala le vino en vena sentarse a platicar con La Jornada:

-Esta furia repentina de reflectores sobre usted por causa de un solo disco, cuando hay atrás una honda trayectoria ¿lo ha cambiado en algo?

Para responder, El Cigala pide la mirada del interlocutor nadando en sus dos lagos oculares, que son como un Nirvana:

-Sigo siendo la misma persona, hermano. Con un poquitico más de fama pero con la misma música del alma, de la tierra y ahora enriquecido con una cultura muy allegada a la tierra, como la cubana, que es como la cultura flamenca. Porque tú sales por la calle en Andalucía y ves a un niño de cuatro años cantando por bulerías y en La Habana pasa lo mismo: los niños se ponen a las puertas de las casas y te tocan el timbal, el bongó, te tocan un guaguancó que te caes de espaldas. Yo a eso no lo puedo llamar fusión, que además me suena como a té, por lo de in-fusión. Se llaman, en cambio, músicas del pueblo, músicas de la tierra sufrida. Son músicas del alma, del corazón, semillas negras, como dice Bebo Valdés. Son semillas que conmueven.

-¿Qué vieron sus ojos en Cuba?

Para responder, El Cigala abraza con sus ojos al interlocutor, lo abrasa con una corriente eléctrica que recorre espina dorsal, antebrazos y nuca. El interlocutor electrizado. Los ojos del gitano inundadísimos.

-Vi la verdad. En Cuba habita la verdad, ahora lo sé. Porque te pueden platicar de Cuba pero no sabes la verdad hasta que estás allá. Me siento orgulloso del concierto que dimos el 28 de mayo en el teatro Carlos Marx de La Habana, con todo y las consecuencias que eso pueda acarrear con la gente de Miami. A toda la gente que está contra la isla le digo: en Cuba es donde está la verdad, con su bloqueo, con sus penurias, su sufrimiento, su dignidad. Es que yo soy de esos, hermanito, yo he vivido eso.

-¿Cómo le cambió La Habana, Diego?

Para responder, porque su conversación la ha puesto todo el tiempo en tono y atmósferas semejantes a cuando canta jondo, El Cigala lleva sus dedos índice y pulgar al corazón, dibuja con ellos un corte de bisturí y muestra, abriendo los labios del tajo con los dedos, una amplia herida latiendo. Sus ojos anegados.

-Me abrió más el corazón, hermanito. Cuba me ha hecho mucho más abierto del corazón, mi hermano. Porque allá es donde habita la verdad.

Luego de una buena carne y buenas viandas y los primeros vodkas Absolut, para las seis y media de la tarde Diego El Cigala cita feliz a Benny Moré: "¡ahora sí que se me ha abierto la cachimba, hermano!" y deja grabada, ya los ojos bien abiertos, la cachimba (la garganta, el órgano de cantar) en su apogeo y para delicia del público de Canal 22, una corta pero intensérrima sesión luego de varias horas de calentamiento, improvisaciones, jugueteos con temas de música de concierto (Granados, Jacques Ivert, Maurice Ravel), de los hombres del jazz (Chick Corea, Bill Evans) y de improvisaciones canoras y travesuras trepado en el cajón peruano y golpeando con las baquetas los timbales a placer.

En el Salón 21

Veinticuatro horas más tarde, Diego tiene a sus pies, en el Salón 21, a una multitud embelesada con el portento de su hoguera que calcina por bulerías, enardece por tangos, rebosa por alegrías, sublima con boleros.

La voracidad de los organizadores presenta un sobrecupo incómodo y una saturación en los altavoces que solamente es vencida por la magia y maravilla del teclado puesto en órbita con la maestría de Chucho Valdés, el portento de los timbales de Changuito, el cúmulo de prodigios de la banda entera, coronada con una serie de erupciones volcánicas, fogonazos de placer desde la garganta gitana que latiguea.

Su ejecución brutal de Nieblas del riachuelo, su consistente mantener en vuelo los misterios de las hadas que protegen su cachimba, los chicotazos de pasión que esparció por Cielo y Hades, la coda de concierto que hizo de los momentos más sublimes, invenciones de arte, ciencia, artesanado, en su versión en vivo y en caliente del Concierto de Aranjuez, todo ello sumado, sumido en su corazón abierto, hicieron de la noche del miércoles una bella, imborrable danza ritual de fuego, un sabio y exquisito ay de ayes, un prodigio del amor más brujo.

Son casi las nueve de la noche y la música ambiental, en el Salón 21, desaparece. Entra Chucho Valdés. Un aplauso lo recibe. Va al piano e interpreta un solo de latin jazz. Tan sólo un intro. Los dedos de la mano derecha pisan las teclas, brincan, danzan, las barren con el pulgar hacia arriba.

Es el comienzo del desgrane de Lágrimas negras, el disco considerado por The New York Times como el mejor en el mundo, en todos los géneros, en 2003. Entra El Cigala, vestido con un traje color beige. Se acomoda en un banco alto y fijando la vista unos instantes en el piso escucha los primeros acordes de Inolvidable, de la autoría de Julio Gutiérrez... "En la vida hay momentos que nunca pueden olvidarse...". La voz desgarradora del Cigala, gitana, se atiene al compás del bolero.

Su voz y sentimiento chocan con una nube de humo de cigarro. El ruido propio de una cantina lo obligó a pedir silencio ("sshhh"). Diego choca sus palmas para llevar el ritmo y arrastra el dedo medio como si una de ellas fuera la cubierta de un pandero. Seguirá con Veinte años, de María Teresa Vera, que en el clímax dice: "Un amor que se nos va es un pedazo del alma que se arranca sin piedad". Algunos paran la oreja. Tampoco el sonido es óptimo. A los lados se escucha lejano y al fondo, del tapanco hacia la barra, desaparece. Ante eso, algunos se acercan lo más que pueden y, pocos, consiguen un lugar en la escalera a un costado del escenario, desde donde se ve el perfil gitano de Diego y la espalda de Chucho.

Comienza Lágrimas negras, la inmortal de Miguel Matamoros que Bebo Valdés (padre de Chucho) y El Cigala han convertido en un nuevo clásico. Si sorprende la técnica, el virtuosismo de Chucho con la mano derecha, con la izquierda hace milagros. Algunas parejas tratan de bailar como pueden entre el sillerío, pues la otrora pista fue ocupada con mesas. ¿Dónde bailar si no había espacio? El Salón 21 es, sobre todo, un sitio para bailar.

Lágrimas negras es un himno de tristeza y sabrosura. Diego dedica el concierto a "esta tierra bendita, para este público y todo México". El concierto sigue el orden del disco. Van con Niebla del riachuelo, con letra de Enrique Cadícamo y música de Juan Carlos Cobián.

Para esa hora la música ha calmado a los más enardecidos y el concierto entra en un buen momento. Aplauden y cantan, o miran detenidamente disfrutando el arte sonoro, Carlos Payán, Cuauhtémoc Cárdenas y Lázaro Cárdenas Batel; Julieta Egurrola, Liliana Felipe, Ignacio Toscano, la embajadora de España en México, Cristina Barrios; Marisa Lara, las hermanas Gómez Haro, José Luis Paredes (Pacho), quien trajo al Cigala por primera vez a México, en el marco del Festival del Centro Histórico, en 2003; la directora del Auditorio Nacional, María Cristina Cepeda, y el director del Instituto Politécnico Nacional, José Enrique Villa, entre otros.

Se escucha Corazón loco, de Richard Dannemberg, profundo razonamiento sobre el hecho de amar a dos mujeres. Ahora Se me olvidó que te olvidé, de la mexicana Lolita de la Colina. Changuito, en los timbales, brilla con luz propia. Vete de mí, de Virgilio y Homero Expósito, que mete a cientos en su pasado sentimental. Ritmo y dolor. Un bolero chévere.

Cierra fuerte. La Bien pagá, de Perelló y Mostazo. Un reclamo hecho canción. Un regalo: Amar y vivir, de Consuelo Velázquez, que incluirán en Lágrimas negras 2. Brinda El Cigala y los ¡salud! Se repiten. Preámbulo de El concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo. Acaban con Obsesión y en encore Lágrimas negras. A las 22:20 se van los músicos: El Cigala, Chucho Valdés, José Quintana, Changuito, en los timbales; Javier Colina, en el contrabajo, y el cajonero Sabú, hermano de Piraña; Dagoberto, en el violín. De 20:50 a 22:10. Sólo eso. Dicen los productores que Chucho y Diego estarán de nuevo en el Salón 21 el próximo septiembre. ¡Gulp!

En su propia voz

-Jacobo Zabludovsky, periodista: "He visto artistas españoles, desde Miguel de Molina, en 1947; Concha Piquer, en el 46, en México. ¿Cuánto hace de eso? Ahora que oí al Cigala con La bien pagá, recuerdo que yo la vi y oí con los dos que la estrenaron, De Molina y Piquer, que eran enormes artistas, pero El Cigala tiene algo que los gitanos llaman duende, que no se puede definir. Lo tenía García Lorca, que no era gitano. Puede haber una mejor voz, una presencia más bella físicamente, pero el que no tiene duende, no la hace. Chucho Valdés estuvo magnífico. He visto a su padre, Bebo, la última vez en Barcelona, pero Chucho no le pide nada al papá. Lo del Concierto de Aranjuez nunca lo había oído. Fue un hallazgo. Llevaron al flamenco a lo clásico, y viceversa. Fue una hermosura, como el toreo: efímera".

ARTURO CRUZ

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