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México D.F. Jueves 3 de junio de 2004
POLITICA ECONOMICA: CAMBIAR EL RUMBO
En
un documento interno, preparatorio para la próxima Conferencia de
Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas
en inglés), que habrá de realizarse en Sao Paulo a mediados
de este mes, se hace referencia a México como un ejemplo del fracaso
de las estrategias de apertura comercial indiscriminada, desregulación,
liberalización y adelgazamiento del Estado, que en conjunto se conocen
como neoliberalismo.
El texto referido -cuyas conclusiones se recogen en la
nota principal de la edición de ayer de La Jornada- es particularmente
crítico con los resultados del Tratado de Libre Comercio de América
de Norte (TLCAN) firmado por Carlos Salinas en 1994: creación de
empleos ficticia en el sector de las maquiladoras, reducción de
los salarios reales, ahondamiento de la desigualdad y consecuencias catastróficas
en la agricultura, ''que han llegado a demostrar que son los pobres del
campo quienes llevan en sus espaldas el peso de los ajustes del acuerdo
comercial''.
Para colmo, las ganancias de la globalización,
de acuerdo con el documento, se han distribuido en forma inequitativa,
tanto entre países como entre estratos sociales, lo que ha agrandado
la brecha entre países ricos y pobres, y acentuado los contrastes
sociales en los últimos.
El reporte de la UNCTAD se limita a las consecuencias
económicas del empecinamiento neoliberal de cuatro gobiernos seguidos
-los de Miguel de la Madrid, Salinas, Ernesto Zedillo y el de Vicente Fox-
pero es claro que los impactos del dogma económico aún vigente
se extienden a otros ámbitos más allá de la economía.
Las preocupantes rupturas sociales y el pavoroso desgaste político
e institucional no son sólo consecuencia de ineptitudes gubernamentales
ciertamente inocultables y exasperantes, sino también resultado
de un modelo depredador que privilegia la especulación internacional
en detrimento de las estructuras productivas nacionales, margina a los
sectores que no representan una rentabilidad evidente y directa, ahonda
la corrupción, concentra riquezas y recursos en unas cuantas manos
y, a la larga, socava la viabilidad de las naciones menos favorecidas.
Así se explica que, independientemente de sus buenos
propósitos inaugurales -suponiendo que fueran auténticos-,
e incluso si no se hubiese operado con la inepcia administrativa y política
puesta de manifiesto en este trienio, el foxismo no sólo no ha sido
capaz de detener el deterioro económico, social, político
y moral heredado por los anteriores sexenios priístas, sino que
lo ha agravado de manera evidente y alarmante.
La estrategia neoliberal no es, como la han presentado
sus panegíricos y promotores, la única posible en el contexto
de la actual globalización. Además, el cambio de paradigma
no implica necesariamente una catástrofe, como han demostrado en
sus respectivos países los presidentes Luiz Inacio Lula da Silva
y Néstor Kirchner. Por el contrario, el afán de mantener
la ortodoxia económica corriente lleva, ese sí, a un seguro
desastre: tarde o temprano los saldos de empobrecimiento, marginación,
desigualdad e injusticia de la estrategia neoliberal vigente provocarán
quiebres institucionales e indeseables escenarios de ingobernabilidad.
El gobierno federal debe, en consecuencia, reconocer el
fracaso del modelo, operar un cambio de rumbo y empeñarse en la
construcción de una economía más preocupada por el
bienestar, la producción y el empleo, que por la estética
de los indicadores macroeconómicos y la tranquilidad de los especuladores
nacionales e internacionales.
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