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México D.F. Lunes 31 de mayo de 2004
IMPUNIDAD OFICIAL BAJO EL FOXISMO
Los
testimonios de jóvenes manifestantes detenidos y torturados por
policías estatales de Jalisco en el contexto de las protestas
altermundistas con motivo de la cumbre de Guadalajara, así como
el asesinato a golpes de un comerciante de La Merced por agentes de la
Agencia Federal de Investigaciones (AFI), en esta capital, dan una idea
de las cotas de impunidad, brutalidad y atropello alcanzadas por los agentes
policiales en las administraciones panistas.
A primera vista podría suponerse que semejantes
actitudes criminales son expresión de una situación de descontrol
y falta de mando. Por desgracia, las reacciones oficiales ante las atrocidades
referidas obligan a elaborar conclusiones mucho más alarmantes.
El secretario de Gobernación, Santiago Creel, justificó a
los policías jaliscienses porque "había un reto a la autoridad,
en un intento de imponer ideas o propuestas a través de métodos
no democráticos, porque no hablamos de una manifestación
pacífica, sino de una mani- festación violenta, en la que
se provocaba a la autoridad".
Por su parte, Angel Buendía Buendía, visitador
de la Procuraduría General de la República (PGR), de la que
depende la AFI, pretendió ocultar el homicidio del comerciante a
los periodistas de la fuente.
Un secretario de Gobernación que pretende justificar
los excesos policiales y la tortura en aras de aplastar "provocaciones
a la autoridad", y una procuraduría que realiza intentos patéticos
por esconder un asesinato con un comunicado sobre decomiso de mercancía
pirata, son datos que recuerdan, por desgracia, los tiempos del diazordacismo,
el echeverrismo y el lopezportillismo, cuando la represión de las
disidencias se traducía en violaciones sistemáticas de los
derechos humanos, cuando desde los más altos niveles del gobierno
la preservación del orden se percibía como una justificación
legítima para quebrantar la legalidad desde el poder, y cuando los
agentes policiales tenían asegurada la impunidad para tirar en el
río Tula los cadáveres que daban prueba de sus canalladas.
Si a los escandalosos e inadmisibles abusos policiacos
de Guadalajara y al patrón de atropellos mortales de agentes de
la AFI -recuérdense los homicidios impunes de Guillermo Vélez
Mendoza en marzo de 2002 y de Aidé Heras Martínez, en enero
del año siguiente- se agrega el uso faccioso de los mecanismos de
procuración de justicia para acosar a adversarios políticos,
como es el caso de los procesos de la PGR contra el gobernante capitalino,
Andrés Manuel López Obrador, se acentúa el parecido
del foxismo con los regímenes priístas del pasado reciente,
que recurrieron a la guerra sucia como método regular de
gobierno.
El titular del Ejecutivo federal se ha paseado por diversos
países presentándose como promotor de la causa de los derechos
humanos en México, pero esa pretensión es incompatible con
la práctica de torturas y humillaciones sexuales -que obligadamente
evocan el paradigma de Abu Ghraib- en Guadalajara y, peor aún, con
un responsable de la política interior que pretende justificar tales
atrocidades.
Por su propio bien y por el del país, el presidente
Vicente Fox haría bien en deslindarse de manera inequívoca
de lo ocurrido en las crujías policiales de la capital tapatía,
en ordenar el esclarecimiento y el castigo de los delitos perpetrados allí
por servidores públicos y en poner orden, de una vez por todas,
en la PGR.
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