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México D.F. Lunes 31 de mayo de 2004
Cunde el buen ejemplo en La Florecita, ahora
con Promociones Taurinas La Legua
Sentidas actuaciones de los novilleros Ramón
Olvera y Ernesto Sánchez
Superior encierro de San José, ante el que destacaron
también varios subalternos
LUMBRERA CHICO
¡Vaya
forma de honrar la memoria del maestro Antonio Navarrete ayer en la plaza
La Florecita, de Ciudad Satélite! Cuando alguien por el deficiente
sonido local pidió "un minuto de silencio" con motivo de la partida
física del gran pintor taurino fallecido el viernes pasado en esta
ciudad, desde el tendido alguien gritó con acierto: "¡Mejor
un minuto de aplausos!", y el prestigiado e íntimo coso se desgranó
en cerrada, convencida ovación para el gran artista yucateco.
Tan lograda como su obra fueron la vida y la conversación
del también magnífico acuarelista y novillero en sus mocedades.
"Aquí afiné la técnica y experimenté el duro
trance de deslindarme de mi maestro", decía Navarrete mientras señalaba
el edificio en la esquina de 5 de mayo y Filomeno Mata, donde tuvo su taller
el valenciano-mexicano Carlos Ruano Llopis.
Pero Navarrete, al igual que Espino Barros o Pancho Flores,
por citar a los otros alumnos más talentosos, también sabría
descubrir un propio estilo, académico pero de personalísima
estilización en que la ligereza de trazos hacía flotar en
cada suerte a hombres y bestias. Hombre de enorme cultura general y taurina,
Antonio deja para la posteridad una obra vastísima, entre apuntes,
acuarelas, óleos, libros y vivencias. Pertenece a esa estirpe de
individuos que no pueden morir del todo, pues la calidad de su arte los
preserva.
La soleada tarde de ayer Navarrete, gozoso, habría
plasmado en el papel o en la tela el torero desempeño del queretano
Ramón Olvera y de la promesa de San Pedro Xalostoc, Ernesto Sánchez,
ante los bravos ejemplares de San José, acreditado hierro propiedad
de don José Arturo Jiménez Mangas, de tan gratos recuerdos
en La Flor.
Tras la ovación al gran pintor, la empresa organizadora,
Promociones Taurinas La Legua, a través de su presidente, Claudio
Quiroz; de su gerente, el maestro de toreros Leonardo Campos, y de Rafael
Florez, coordinador de Relaciones Públicas, hizo entrega de un reconocimiento
al matador en retiro Pepe Luis Vázquez y a los subalternos Zenón
Romero, Leonardo Campos padre, Miguel Sánchez y Cecilio Hernández.
En segundo lugar saltó a la arena Granizo, cárdeno
oscuro, con un par de pitones, al que Olvera recibió con una larga
de hinojos, alegres verónicas y revolera. Luciendo largas patillas,
Efrén Acosta, hijo, brindó el puyazo a don Leonardo Campos,
también varilarguero, y luego de citar de largo realizó la
difícil suerte con torería y precisión. Fue sacado
al tercio.
Olvera, con sello y buena planta, supo aprovechar la noble
y repetidora embestida, pero se conformó con tandas de dos o tres
muletazos y el remate, templados aunque despegadillos. Lo mejor vino cuando
tras un molinete, sin enmendar, ligó cuatro acompasados derechazos,
uno de pecho larguísimo y un desdén de altos vuelos, para
finalizar con ayudados por alto de elegante juego de brazos. Dejó
una estocada desprendida y recibió merecida oreja, mientras a los
restos mortales de Granizo se les daba arrastre lento.
El tercer espada fue el xalostoquense Ernesto Sánchez,
que enfrentó a Nubarrón, de bella lámina y armónicas
defensas. Verónicas bien rematadas y una vara en que el astado recargó,
para enseguida echarse el capote a la espalda y revivir una escena intemporal:
tres ceñidas gaoneras, con las manos bajas y los pies atados a la
arena, rematadas con sedeña revolera.
Bordó Ernesto Sánchez un trasteo por nota,
en los medios, a base de naturales larguísimos, ajustados y sentidos,
verdaderamente asilveriados por el ángulo que formaba el brazo izquierdo
y la expresión intensa en la ejecución, rematados siempre
con suavidad, todo en un palmo de terreno, con mucha intuición y
sentido de la distancia. Dejó una entera caída luego de un
pinchazo arriba, pero la vuelta que dio entre el aplauso unánime
fue la confirmación de su capacidad para transmitir emoción
al tendido.
Manolo Calderón, primer espada, frío y esforzado
pero sin proyectar, no aprovechó la buena embestida de Trueno,
y Jesús Garza, de Monterrey, se perdió ante el toreable
Aguacero, al que por cierto banderillearon con mucho lucimiento
Juan Ramón Saldaña y Marco Antonio Dunes, para ser aplaudidos
en el tercio. ¿Que no hay cómo qué hacer repuntar
la fiesta en México? Sólo si se carece de voluntad para ello.
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