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México D.F. Lunes 31 de mayo de 2004

Hermann Bellinghausen

Casi un artista

En los campos tomateros, dos hombres parecían bailar abrazados. Las dos siluetas llevaban sombrero de palma y extendían sus brazos como una pareja que se acerca y aleja sucesivamente en un lento rocanrol.

La escena ocurría a la distancia, donde les nace el vapor en capas a los espejismos del desierto. Hacía mucho calor. Uno de los hombres, el que llevaba la iniciativa, empezó a dar vueltas en torno al otro, tocándole los hombros, los muslos, el cuello, sin ningún cuidado, con brusquedad de carpintero. Pero seguían bailando.

Los plantíos huían sin límite hacia el horizonte, puntuados por siluetas aún más lejanas que estas bailando. Trabajadores del tomate, y de la tierra en general.

El segundo hombre, bien mirado, se mantenía inmóvil. Los brazos en cruz. Nos íbamos aproximando, y distinguí que le faltaba volumen en las piernas escuálidas. No llenaban el pantalón. El primer hombre se separó y contempló su obra: un pasable espantapájaros, tamaño natural, especialmente dedicado a los cuervos cuyas carcajadas eran amenazas de muerte para los rubicundos y cachetones jitomates, tan cerca del suelo y sin embargo tan rojos.

Llegó aquí como llegan todos, con el estómago vacío y un reducido itacate, dispuesto al trabajo que le ofrecieran. Ofrecieran, ja. Tuvo que rogar. El capataz, un alto él, sonorense, lo insultó bien feo pero aceptó contratarlo cuando Elías le dijo que era bueno con los espantapájaros.

Eso necesitaba la empresa. Las pérdidas por los pinches pájaros, más grandes que los sanatillos de Oaxaca que conocía Elías, resultaban significativas en las cuentas de los avariciosos exportadores del tomate californiano.

Semanas atrás, Elías salió de Yutanduchi sin esperanzas de volver. Viudo y nada joven, sus hijos emigrados hace tiempo apenas si lo visitan. Sus nietos puro hablan inglés. La tierra donde nació, y antes de él sus abuelos, ya no sirve. Ni falta que hace espantar allá los pájaros rapaces, si nada queda que robar.

Don Elías, que en el camino perdió el "don" y se quedó en indio pobre, oaxaquita, llegó a San Quintín gracias a dos o tres milagros guadalupanos que ya se encargará más adelante de pagar, como tantas veces hizo en la vida: cuando dejó el trago (tres veces), cuando se salvaron de ahogarse en una crecida, su esposa y sus entonces dos hijitos (ellos casados ahora en el otro lado y ella en paz descanse), o cuando salió de la cárcel de Ixcotel adonde lo metió el gobierno por participar en un bloqueo que terminó mal y con muertos.

Espantapajarero no se considera artista pero poco le falta para serlo. Sus criaturas son verosímiles hasta para uno. Lo viste y rellena bien, hasta les pone cara. Y las piernas flacas son estrategia, explica. Así es más fácil ''trasplantar'' el monigote.

Se empieza a sentir viejo, pero no viejito. No sabe cuánto le queda. Le importa poco. Está solo. Su dignidad le impide hacerse pordiosero. Sabe trabajar todavía. ƑCuánta decadencia puede soportar un cuerpo antes de hundirse en el polvo? ƑCuánto dolor antes de anestesiarse por completo? ƑCuántos recuerdos antes del apagón cerebral?

Cuando elabora espantapájaros les habla, quedito, en su lengua, todo el tiempo. Les infunde vida, no de persona, claro; de muñeco; pero vida suficiente para atemorizar a los irreverentes cuervos, y a no pocos cristianos.

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