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México D.F. Sábado 22 de mayo de 2004
Una boda indecente y previsible
La plebe, convidada de piedra en la unión de Letizia
y Felipe
MARCOS ROITMAN ROSENMANN
Casarse por la Iglesia es un acto de fe religiosa. La
ceremonia tiene un estricto protocolo. Todo se desarrolla de acuerdo con
un plan. Se trata de una confirmación en la doctrina de Cristo y
ante los ojos de un Dios omnipresente y todopoderoso. Pero, ¿qué
ve Dios en la catedral y sus alrededores mientras Felipe y Letizia declaran
su amor?
Madrid está cercado por policías, militares,
guardia civil y servicios de inteligencia, que patrullan calles y ejercen
un control minucioso sobre paseantes y curiosos. El cierre de comercios
y grandes superficies a petición de la casa real, con el fin de
evitar dispersión en las fuerzas de seguridad, es asumido estoicamente.
En contrapartida, las tiendas podrán abrir sus puertas el día
en que Dios descansa y resarcirse de las pérdidas. Se trata de un
apoyo desinteresado a la boda real.
A
una distancia prudente, kilómetros de por medio y fuera de peligro,
sin temor a levantar el chiringuito por sorpresa ante el acoso de los agentes
municipales, los vendedores ambulantes -la mayoría inmigrantes ilegales,
marroquíes, latinos y asiáticos- han cambiado de rubro. Hoy
se disputan los mejores puestos en calles y plazas ofreciendo a precios
accesibles, casi de ganga, recuerdos del enlace. Cambian las camisetas
del Real Madrid por caprichos para monárquicos convencidos o turistas
de ocasión. Son llaveros, platos, ceniceros, banderas con los rostros
de los novios, pañuelos, cirios, estampitas... Todo lo que Dios,
en su misericordia, puede imaginar y los empresarios producir con fines
crematísticos. Ellos son los beneficiados. Poco importa si los vendedores
callejeros logran capitalizar el riesgo. Además, lo que no se venda
hoy terminará arrinconado o bien se ofertará como premio
de consolación en las ferias estivales de los pueblos de España.
Por un tiempo sustituirán los tradicionales osos de peluche. Para
los iluminados empresarios es la última oportunidad de lucrarse
con la familia real, ya no quedan vástagos solteros. Habrá
que esperar años para comercializar una boda con herederos al trono.
(Ojalá se evite esta guisa y en cambio podamos celebrar el advenimiento
de la tercera república, síntoma evidente de la llegada de
otro tiempo democrático.)
Mientras tanto, la catedral rebosa poder. Reyes y reinas,
primeros ministros, jefes de Estado y de gobierno, miembros de la corte
y demás invitados hacen acto de presencia. Vestidos para la ocasión,
son contemplados por 259 cámaras ubicadas estratégicamente.
Los periodistas acreditados sacan fotos y se dan un festín de famosos.
Coches de lujo con choferes engalanados, prestos a cumplir su cometido,
abren las puertas para el descenso de condes, duques, archiduques, infantes
y cortesanos. Sin contratiempos y ordenadamente ocupan sus lugares asignados
según rango y honores. Pocos son los elegidos. Nada ha cambiado
en siglos de bodas reales. Las diferencias entre clases y estamentos no
se disimulan. La movilidad social es un eufemismo. No hay lugar para el
común.
La catedral de la Almudena se convierte en una clase práctica
de sociología del poder y de estructura social. Clero, militares,
capital financiero e industrial, jueces y fiscales, aristocracia, cortesanos,
burguesía monárquica, miembros del gobierno, presidentes
autonómicos, todos presentes. Unos pocos rechazaron la invitación
por decencia. Los republicanos de Cataluña, Izquierda Unida, el
Partido Nacionalista Vasco y algún otro que se apuntó de
última hora. Pero entre los asistentes a nadie escapa el lugar que
ocupan en una jerarquizada escala social. En este alambicado casamiento,
el poder se refleja según sea la órbita más cercana
o lejana a la pareja real. Los últimos de la fila son conscientes
de su suerte, están tocados por la vara real, su presencia tiene
como objetivo mostrar el carácter bonachón de la corona.
Tampoco faltan actores, cantantes, deportistas, intelectuales,
gente variopinta cuyo éxito les hace merecer el favor real a pesar
de recibir emolumentos a cambio de trabajo, categoría inapropiada
para juzgar la actividad desarrollada por reyes y príncipes, ellos
no se ganan la vida con el sudor de su frente. El erario público
subvenciona sus gastos y presta atención a sus necesidades. Sin
ir más lejos, esta boda supone cientos de millones de las antiguas
pesetas a costa del sufrido contribuyente. Factura a la que hay que añadir
otros gastos menores sin precisar. No olvidemos la movilización
de tropas, el aparato logístico y el conjunto de regalos de ayuntamientos,
comunidades autónomas y demás instituciones de la corona,
cuyos representantes no han escatimado en gastos. Realmente indecente,
cuando aun están presentes los atentados del 11 de marzo. Pero ello
también esta previsto en la organización. Hay tiempo para
recordarlos entre la multitud de actos complementarios. Así, la
monarquía se amalgama en el dolor del pueblo. Nada se deja al azar.
También la emisión de sellos y monedas de oro y plata para
coleccionistas. Todo un detalle con el fin de inmortalizar tan fastuoso
acontecimiento real.
Cuando ''monseñor'' oficia la misa, los invitados,
muchos de ellos, con los ceños cabizbajos y síntomas de aburrimiento,
dejan escapar sus mentes y piensan en el festín: jamón ibérico,
mariscos, carnes rojas, buenos vinos. La gula, ese pecado capital, hace
acto de presencia a medida que avanzan las horas, es necesario ir cerrando
la ceremonia religiosa. El sí de Letizia es comentado con sobriedad.
El clímax se ha producido. Ahora queda el baño de multitudes.
La salida y el recorrido oficial, acompañado del tradicional ¡¡vivan
los novios!!
La televisión pública, que lleva dos semanas
con especiales dedicados a la boda, cubre el acontecimiento. Liberados
del tedio de la misa, comienza el espectáculo. Los comentarios son
más pedestres y hacen referencia a los zapatos, corbatas, camisas,
pantalones, esmoquin, bolsos, sombreros y peinados lucidos por insignes
invitados. Un tiempo más generoso es guardado para el vestido de
la novia. No faltan especialistas en moda contratados ex profeso
para intercalar, entre corte publicitario y corte publicitario, sus atinados
comentarios sobre las últimas tendencias en modelos.
El confite, la serpentina y demás parafernalia
con que se agasajó el paseo nupcial será recogida con celeridad
el mismo día. Los empleados de la limpieza, muchos de ellos con
contratos basura y sobre explotados por empresas privadas, harán
el trabajo. En Madrid, la resistencia y el rechazo de una parte cualitativamente
significativa de la sociedad civil a conceder carácter de Estado
a una ceremonia religiosa y privada será omitida. Con su pompa y
boato evidenciará la falta de respeto a más de ocho millones
de españoles, según Cáritas, que viven en condiciones
de pobreza y extrema pobreza. Sin olvidar los sin papeles, emigrantes en
condiciones de semi-esclavitud. Los novios deberían haber sido conscientes
de esta realidad y haber decidido en bien de España celebrar una
boda más apropiada para demostrar su compromiso con la democracia
y la justicia social. Su renuncia a ello deja en evidencia que la monarquía
no considera la democracia como una de sus cualidades. Parece ser que la
democracia sí tiene en la forma republicana de estado una mayor
posibilidad de existir. Quizás sea esta la reflexión que
debemos realizar. ¡Viva la república!
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