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México D.F. Sábado 15 de mayo de 2004
Hospitales privados, negocio perverso
Seguros médicos amañados y graves deficiencias a precios de primer mundo
MARTHA SCHTEINGART
La experiencia de tener a un paciente con un cuadro complicado de dolencias en un hospital privado de la ciudad de México, y la posibilidad de observar de cerca durante más de un mes de internación el comportamiento de los componentes del sistema de salud que rige, nos ha llevado a hacer públicas las deficiencias que los caracterizan y de las que son víctimas pacientes y familiares. Si a esto se agrega la manera como actúan los seguros médicos privados, a los que se aporta durante largos periodos sumas considerables de dinero para poder disponer en su momento de los recursos necesarios para hacer frente a los altos costos de los referidos hospitales, podremos tener un cuadro completo de las graves e inaceptables situaciones a las que están sometidas miles de personas en este país.
Es importante aclarar que son mucho más conocidas y comentadas las carencias y limitaciones de la atención a la salud en los hospitales públicos (donde en general la situación es mucho más deficiente y ha empeorado notablemente en años recientes), aunque con respecto a los privados existen muchas quejas que no se han canalizado de manera adecuada en los medios, para crear una corriente de opinión que pueda ejercer una influencia positiva con miras a su mejoramiento.
Refiero en este espacio mi experiencia en el hospital Médica Sur, aunque por muchos comentarios recogidos recientemente, algunos de los problemas que señalamos ocurren también en otros importantes hospitales privados de México.
La escasez de enfermeras y, en algunos casos, la mala calidad del servicio que prestan, lo cual se hace extensivo al personal auxiliar (camilleros, técnicos de servicios especializados, etcétera) tiene que ver con la necesidad de abaratar costos y aumentar las ganancias del negocio que en esas instituciones se realiza con la salud de la población. Esto redunda en una sobrecarga de trabajo para el personal y en deficiente atención a los pacientes, sobre todo a los que se encuentran en un estado de salud muy delicado.
Para atender a estos pacientes se encuentran en los hospitales servicios especiales como terapia intermedia y terapia intensiva. Me voy a referir al primero, porque nuestra experiencia se centra justamente en sus grandes limitaciones. Se supone que en el piso dedicado a este servicio especial, cuyos cuartos tienen un costo bastante más alto que los de los pisos comunes, los pacientes por enfermera no deberían superar el número de tres. Sin embargo, en la práctica cada enfermera debe atender alrededor de seis pacientes graves o delicados, con el consecuente abandono de los mismos, a pesar de su estado, si no se contrata el costoso servicio de otras enfermeras de fuera del hospital, o si los familiares no permanecen las 24 horas al lado del enfermo. Esta situación se acompaña a veces de una actitud descuidada de las enfermeras, recargadas de trabajo y mal dispuestas a concurrir con presteza a realizar las tareas demandadas por la gravedad de las dolencias que sufren los pacientes.
Desgraciadamente nos ha tocado verificar en la práctica cómo funciona, en el piso llamado de terapia intermedia, el control computarizado de los signos vitales de un paciente en un momento crítico y la falta absoluta de personal en un fin de semana y en el horario nocturno, situación que de ninguna manera puede aceptarse en un piso de cuidados especiales.
Con gran asombro descubrimos que en esos días y horas las computadoras ubicadas en la sala de control centralizado del piso quedan largo rato sin personal especializado que las esté monitoreando. Además, a pesar de que obligadamente debe existir un médico de turno en cada piso, cuando son requeridos brillan por su ausencia, porque tienen que atender varios pisos a la vez, dejando totalmente desprotegidos a los enfermos graves.
Si bien existe en el hospital un departamento de relaciones públicas que ofrece casi diariamente sus oficios recorriendo los cuartos con el fin de recoger las quejas y demandas de los pacientes y sus familiares, en la práctica esos servicios no funcionan adecuadamente. Pudimos comprobar esta deficiencia, porque ante las quejas presentadas alegando negligencia y mala práctica de personal de enfermería, que dañó al paciente, no logramos que la administración del hospital tomara las medidas compensatorias.
En cuanto a la utilización de medicinas y materiales necesarios para la atención de los enfermos internados, el hospital cobra precios muchísimo más altos que en el mercado y, por ejemplo, no se permite en ningún momento que los pacientes utilicen las medicinas que ya poseen y que adquirieron incluso en la propia farmacia del hospital. En nuestro caso el paciente estuvo por dejar el hospital en una ocasión, porque los médicos tratantes consideraron que estaba en condiciones de regresar a su casa, razón por la cual se compraron todos los medicamentos recetados por ellos: sin embargo, en el último momento el paciente tuvo algunas complicaciones y continuó internado. El hospital rechazó, no obstante, el uso de las medicinas que se habían adquirido para la casa, trato sin duda injusto y desconsiderado.
Esta situación llegó al colmo del abuso cuando observamos que en la lista de elementos que no estaban cubiertos por el seguro médico se incluía una enorme cantidad de pares de guantes de goma, con un valor unitario casi 10 veces mayor que el precio de mercado, y que sumaba una cantidad considerablemente alta de dinero que se agregó a otros elementos que en un principio no quiso pagar el seguro. Cuando investigamos la causa de esta omisión, el seguro nos respondió que los guantes debían ser incluidos entre los gastos corrientes cubiertos por el hospital, y que en otros hospitales privados sí eran cubiertos por los mismos.
El argumento esgrimido por el seguro médico nos pareció aceptable, ya que no es admisible que materiales que forman parte de la higiene indispensable en la atención a un paciente, no se incluyan dentro de los gastos básicos del hospital y, por lo tanto, en el precio del cuarto. Por otra parte, éste no puede considerarse un problema secundario o de detalle cuando se trata de un paciente que está internado largo tiempo y requiere uso frecuente de estos materiales, ya que estos excesos aumentan significativa e injustificadamente los gastos médicos.
De la internación y alta de los pacientes
Un aspecto realmente escandaloso en los hospitales privados es que no atienden a un paciente, por más grave que esté, si no se firma el voucher de una tarjeta de crédito. Si el paciente no está en condiciones de firmar, debido a su estado de salud, y la persona que lo acompaña no dispone de tarjeta, simple y llanamente no puede internarse. El argumento que se suele manejar para justificar tal exigencia es que el hospital tiene que asegurarse de alguna manera el pago de los pacientes internados, lo cual es comprensible; sin embargo, deberían buscarse otras alternativas para las personas que, por ejemplo, se encuentran en la situación crítica que acabo de mencionar. Lo mismo ocurre cuando al paciente se le da de alta y no se ha podido llegar a un acuerdo con respecto al rembolso o pago de la compañía de seguros a la que ha estado aportando el asegurado. En general, estas compañías no quieren pagar lo que les corresponde y retrasan los informes con respecto a lo que van a cubrir del total de gastos efectuados; de esta manera, cuando llega el momento de salir de la internación, al asegurado le toca pagar un alto porcentaje de su cuenta, quedando atrapado en el hospital si no lo hace: o paga todo o no puede abandonarlo para regresar a su casa. Esta situación es distinta y más lógica en otros países (por ejemplo en Estados Unidos) donde los pacientes se retiran y luego el hospital se arregla con la empresa de seguros.
El problema adquiere visos dramáticos cuando el paciente fallece en el hospital, como fue el caso que nos ha tocado vivir recientemente en Médica Sur. En efecto, no se puede retirar el cuerpo de la persona fallecida y no se entrega el certificado de defunción correspondiente, si no se paga todo lo que se acumuló hasta el final, suma que a veces resulta muy alta y difícil de afrontar para personas que, además, están sufriendo un momento doloroso por la muerte de un ser querido.
El negocio de la vida y la muerte no respeta sentimientos, y aplica su cruel y desconsiderado criterio mercantil en los peores momentos que puede atravesar un ser humano.
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