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México D.F. Sábado 15 de mayo de 2004
Del Paso, Gutiérrez Vega y Esquinca recuerdan
a Agustín Yáñez en su centenario
''Hay pocos libros mexicanos tan universales como Al
filo del agua''
El autor jalisciense inauguró la novela moderna
en el país, subrayan en El Colegio Nacional
ARTURO JIMENEZ Y CARLOS PAUL
Integrante del club de los creadores más
importantes de la literatura contemporánea en lengua castellana,
precursor de la novela mexicana moderna, autor de la "novela fundacional"
Al filo del agua, invocador de lluvias de palabras y de mundos entrañables,
artífice de un famoso pueblo sin nombre, explorador literario de
la belleza femenina, de sus misterios, de su alma.
Es Agustín Yáñez (Guadalajara, 1904-ciudad
de México, 1980), escritor y político que fue gobernador
de Jalisco y secretario de Educación Pública, y a quien este
jueves se rindió uno más de los varios homenajes por el centenario
de su natalicio.
En esta ocasión fue en El Colegio Nacional, con
la participación de Fernando del Paso, Hugo Gutiérrez Vega,
Jorge Esquinca y el Trío Coghlan, que interpretó música
de Ibarra, Lavista y Ponce.
Del Paso evocaba el ambiente asfixiante en Al filo
del agua, una atmósfera tensa y sorprendente, donde todo pareciera
suceder por debajo de la piel de las apariencias y que se ajustaba a los
grandes acontecimientos por venir.
''Estamos
al filo de la Revolución y las palabras caen como balas llovidas
del cielo sobre las calles grises de un pueblo seco, pueblo de mujeres
enlutadas y cruces de piedra, pueblo solemne, pueblo de perpetua Cuaresma,
como lo llama Agustín Yáñez. Pueblo de templadas voces,
pueblo sin estridencias, pueblo al borde del precipicio y a la orilla de
la tempestad", dijo el autor.
Esa obra, había dicho Gutiérrez Vega en
el Palacio de Bellas Artes el 4 de mayo pasado, día del nacimiento
de Yáñez, durante otro homenaje al autor de Las tierras
flacas, ''no sólo es un retrato de la vida triste, conventual,
hipócrita, estrecha y sombría de un pueblo en el centro del
país, sino también la descripción de una moral social
enemiga de la vida y la alegría.
''El establecimiento del escenario que precedió
y propició la llegada de la Revolución Mexicana es una riquísima
galería de personajes de ficción, basados en muchos y muy
contrastados aspectos de la realidad''.
Pero ahora, en El Colegio Nacional, Gutiérrez Vega
adivinaba, como poeta que es, las claves de los primeros textos de Yáñez:
Despertar en Guadalajara, Genio y figuras de Guadalajara,
Por tierras de Nueva Galicia, Epopeya de Yahualica, entre
otros, en los que ya aparecen "los signos y los temas" de Al filo del
agua.
"En el ensayo El clima espiritual de Jalisco, Yáñez
da otra vuelta de tuerca ensayística a sus temas y descripciones.
En este texto desbordante de entusiasmo, el paisaje físico y humano
de la antigua Nueva Galicia son celebrados líricamente y analizados
con perspicacia sociológica", señalaba el director de La
Jornada Semanal.
"En las obras memoriosas de Yáñez -agregaba-,
la Guadalajara con sus barrios tlaxcaltecas y sus colonias marsellesas,
Jalisco y su tierra pródiga, Jalisco y sus tierras flacas, son metáforas
del mundo. De todas esas pequeñas cosas brota la gran verdad del
mundo y de la vida".
Pueblo único y como espejo
Es precisamente con la Revolución, retomaba Del
Paso, que nace la novela mexicana de este siglo. Libros como Los de
abajo, de Mariano Azuela; La sombra del caudillo y El águila
y la serpiente, de Martín Luis Guzmán; El compadre
Mendoza, de Mauricio Magdaleno, y Se llevaron el cañón
para Bachimba, de Rafael F. Muñoz, son los antecedentes más
importantes, ''y probablemente los más bellos'', de Al filo del
agua.
Publicada en 1947, esta obra fue la que inauguró
la novela moderna en México, recordaba Del Paso. "Ya no es una novela
revolucionaria. Deja atrás este género, aunque, paradójicamente,
si bien fue escrita años después que aquellas, la historia
está situada en vísperas de la Revolución''.
Para Del Paso, se trata de una ''obra maestra'' en la
que aparece un "pueblo en vilo y envilecido por la mezquindad y la cobardía",
un "pueblo sin nombre que recrea con enorme talento la forma de vida, y
de muerte, de una población como debía haber docenas en México
en aquellos años en que el país estaba a punto de sufrir
la conmoción que cambiaría su historia".
Pero al mismo tiempo, continuaba, ese pueblo "es un espejo
en el que se pueden contemplar muchos otros pueblos, pero es a la vez único
en la medida en que lo recrea una imaginación sorprendente y lo
alimenta la más pura poesía".
Además, agregaba, ese "pequeño, atiborrado
y abigarrado mundo que nos pintan representa una especie de transición,
de puente, entre la novela rural y la novela urbana, al incorporar, quizá
por primera vez en la historia de la literatura mexicana, algunas de la
técnicas que habían revolucionado la novela estadunidense
y europea (Dos Passos, Joyce). El espejismo es total: pocas novelas mexicanas
tan pueblerinas, pocos libros mexicanos tan universales".
Jorge Esquinca destacaba la presencia importante de las
mujeres en la obra de Yáñez y le agradecía "algunos
de los más felices, de los más perfectos retratos de mujeres
con los que cuenta nuestra literatura. En ese ámbito, la prosa del
jalisciense es casi inigualable". Y daba nombres: Alda, Melibea, Diótima,
Oriana, Victoria, María.
"Nada se le escapa a Yáñez: el ritmo de
un taconeo y la forma del zapato, el pliegue del vestido, el roce de una
capa, la colocación de un sombrero, el distraído mohín,
el gesto enérgico, la forma de una mano, la turgencia de unos senos,
el contorno de los muslos, las inflexiones de la voz, el sesgo de la mirada,
los destellos mil veces matizados en el iris de unos ojos."
En aquel acto del 4 de mayo en Bellas Artes, el hijo de
Agustín Yáñez, de nombre Gabriel, como el personaje
de Al filo del agua que hacía música con las campanas
de la Iglesia, describió así a su padre, lo cual podría
resumir muchas cosas: "Fue un hombre sensible y reflexivo, de apariencia
hermética y facciones impasibles, adusto por fuera, pero lleno de
afecto y ternura por dentro".
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