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México D.F. Sábado 15 de mayo de 2004

Jorge Carrillo Olea

John Negroponte, un César estadunidense

El nombramiento de John Dimitri Negroponte como embajador de Estados Unidos en Irak tiene varias interpretaciones. Lo curioso es que éstas no se derivan de una especulación ociosa, sino que se acoplan muy bien con los escenarios que los analistas de George W. Bush, encabezados por Condoleezza Rice, seguramente han formulado, y que se referirían a:

* La situación es tan grave que no se puede confiar más el tema a alguien simplemente por proceder del clan Bush. Se acude a un hombre de gran experiencia, duro y probado, formado por Henry Kissinger.

* Si es posible que la situación evolucione favorablemente, Negroponte será útil para consolidar el imperio.

* Si la situación se confirma inmanejable, Negroponte será indispensable para aplicar un plan estratégico de índole distinta a la de las guerras tecnológicas pasadas, y distinta a la cada vez más fallida situación actual y a la vulnerable fuerza de ocupación.

La imposible estabilización de Irak, después de la proclama de victoria hecha a bordo del portaviones USS Abraham Lincoln en septiembre del año pasado, arroja ya saldos en política exterior, en política interior y en política militar que, compendiados tal vez en pérdidas humanas y altos costos financieros, resultan inmanejables frente al proceso electoral.

Las pérdidas humanas de la fuerza de ocupación resultan ya escandalosas para la opinión pública estadunidense, sobre todo después de que se han filtrado fotos antes censuradas de los ataúdes repatriados. Resultan un factor político adverso al interior de España y de culto a los héroes en aquellos países, principalmente latinoamericanos, que las han sufrido. Los secuestros, muertes de civiles extranjeros y sus manipulaciones mediáticas resultan ya inmanejables para sus gobiernos y acusatorias para el verdadero responsable.

El proyecto imperial se desgaja. Hay que abandonar la actual estrategia si para el 30 de junio se patentiza su inviabilidad y adoptar una más severa, desdichada para los iraquíes, de franca ocupación casi unilateral después de la desbandada de España, Honduras, Dominicana y muy posiblemente de Polonia, y de lo que venga.

Cualquiera que sea el escenario a concretarse, para el pueblo iraquí significa dolor y más dolor. Pagan así el costo de ser la cuna de la civilización y una de las más grandes reservas de petróleo ante la crisis energética que se aproxima. Los muertos civiles, estimados entre 9 mil y 11 mil, que incluyen naturalmente a toda la escala humana, y los casi 600 militares, son solamente una anticipación de que lo peor está por venir.

Negroponte es un experto en materia de seguridad nacional, en la guerra vietnamita, en guerras de baja intensidad en Centroamérica, coautor desde Naciones Unidas de los hechos en Irak y además suave diplomático. Rescatado de la empresa privada, a los 64 años se enfrenta al reto de su vida, por cierto inscrita ya en la historia estadunidense. Es el César estadunidense en Irak, como lo fue, con todas las salvedades, McArthur en Japón.

Virrey, pero no como lo fue Mounbatten, el que disipando precariamente los problemas entre musulmanes e hindúes, con Ghandi entregó su independencia a la India y a Pakistán. Negroponte marchará a Bagdad para acreditarse ante nadie y para ejercer un poder omnímodo para salvaguardar los intereses estadunidenses por encima de lo que sea, incluidos por supuesto los intereses étnicos y religiosos de los iraquíes.

La vieja política de orden público y gobierno militar, tan vastamente aplicada después de la Segunda Guerra Mundial, con todas las adecuaciones a que el tiempo obliga, volverá a operar. Lo que sostiene a esa vieja teoría, que en Irak ha estado vigente, se acentuará: la inexistencia de garantías constitucionales, el dominio de las instituciones civiles, de los tribunales, del sistema bancario, de la planta productiva y de los sistemas de transporte, abasto y comercialización, y ahora todo ello sin ningún recato, ficciones ni límite de tiempo.

".... (con Negroponte) Irak será libre, democrático y pacífico...", dijo el presidente Bush al nombrarlo inusualmente en la propia Oficina Oval.

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