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México D.F. Sábado 15 de mayo de 2004

DESFILADERO

Jaime Avilés

Reflejos en un cuchillo plateado

El martirio de Joaquín Romo de Vivar y Sandoval
Un empresario de Monterrey en peligro de muerte

CRONICA NEGRA. En los primeros minutos del domingo 15 de agosto de 1999, un muchacho de baja estatura, vestido con camiseta y pantalones guangos, como suelen ataviarse los "colombianos" de las orillas de Monterrey, saltó la barda trasera de la casa número 4 en el discreto y elegante conjunto de siete viviendas de la calle Vía Caecilia 105, municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, hábitat natural de los más ricos entre los ricos del norte del país, y se introdujo en la jardinera o "patiecito" de cuatro metros cuadrados de superficie, antes de rasgar la tela de alambre de la puerta de aluminio, entrar en el espacio de la sala-comedor y deslizarse como un fantasma entre la gran mesa de 12 asientos que había a su derecha y una escuadra formada, a su izquierda, por un sofá de tres plazas y un sillón de madera rústica. Todo estaba a oscuras.

De lo alto del cubo de la escalera chorreaba una luz cónica. El aire ardía a 36 grados, estancado en la exacta mitad de agosto. El muchacho oyó el zumbido del ventilador en el piso de arriba y subió la escalera como había entrado: flotando en sus mágicos zapatos de goma. Era, con mucha probabilidad, miembro de una de las 3 mil 600 bandas juveniles de las orillas de Monterrey que en 2001 censó el especialista Nicho Colombia, popular figura de la radio local que conduce programas de música de vallenato y realiza trabajo social entre los "colombianos": niños, adolescentes y veinteañeros marginales, analfabetos, alcohólicos y drogadictos, extremadamente violentos, fanatizados por los discos de Celso Piña y el culto a los símbolos del kitch satánico, especie de religión que los divide por la posición de la herramienta favorita de Belcebú, en "trinche parriba" o "trinche pabajo", emblema que se grafitean en la ropa e incluso en la piel para distinguirse.

Y cuando un grupo de "trinche parriba" se encuentra con uno de "trinche pabajo", en alguna callejuela sin asfalto ni drenaje, perdida entre las devastadas montañas que rodean la mancha urbana de Monterrey, salen a relucir las navajas, truenan las pistolas, corre sangre, se pierden vidas prácticamente a diario, mientras abajo, en torno de la Macroplaza, giran con sus grandilocuentes bloques y rizos de concreto y brillan con sus inmensas fachadas de cristal y acero los edificios posmodernos de una ciudad que se siente hermana gemela de Houston.

El muchacho venía de ese mundo invisible, y trepó los escalones en silencio rumbo a la habitación donde reposaba su víctima. "Yo lo sentí sin verlo. Estaba recostado en la cama, a oscuras, vestido todavía con mis pantalones de mezclilla, en camiseta, pensando, cavilando. Pero lo que sí vi fue el reflejo de la luz de la escalera en el cuchillo", recuerda el hombre que en ese instante iba a ser asesinado.

No abras la puerta


-¿Qué quieres? -le dijo-. Llévate lo que quieras.

Con el suave acento nasal de los habitantes de aquella región, el muchacho tuvo la cortesía de informarle:

-Te vengo a matar. Te vengo a dar en la madre.

Habla el empresario Joaquín Romo de Vivar y Sandoval: "Estas frases y esa voz las tengo perfectamente grabadas en la memoria, tan es así que si un millón de gentes las dijeran yo podría reconocer a mi atacante, nunca se me olvidará esa voz", afirma, luego de aclarar que jamás vio el rostro del sicario.

Que lo mataran era lo que temía cuando siete meses antes -enero de 1999- fue a Londres y visitó las oficinas de Amnistía Internacional donde presentó una queja. Más de dos años antes, en octubre de 1997, lo habían amenazado de muerte en presencia de agentes judiciales, pero en los archivos de la policía local, por órdenes de la autoridad suprema del municipio, alguien destruyó el parte policiaco que daba cuenta del segundo de aquellos dos hechos. Los altercados se produjeron en un lapso de 10 días y en el curso de un litigio que mantenía a don Joaquín ocupado en ir de aquí para allá entre oficinas de abogados y tribunales donde todo el aparato del poder actuaba en su contra.

Una semana antes de aquella noche de agosto de 1999, alguien (que no conoce o no desea identificar) lo llamó por teléfono para decirle: "Va a llegar a tu casa un muchacho y te va a preguntar si quieres que te lave el carro. No le abras la puerta".

Por lo tanto, de hecho, dice, "no me sorprendí". Este es su relato:

"Salté como resorte y me le fui encima. Traté de quitarle el puñal a manotazos y me corté las palmas, aquí y aquí", añade, y muestra las huellas en la base de ambos pulgares. "Con la furia de la adrenalina que tenía logré doblarle el puñal y sangrando de las palmas lo alcé casi en vilo, era muy chaparro, me llegaba apenas arriba del ombligo, y traté de aventarlo escaleras abajo para que se golpeara, pero él se aferró a mis pantalones y rodamos juntos, forcejeando, hasta abajo".

Don Joaquín guarda un asombroso parecido con Vicente Fox, pero sabe, porque ha hablado con el Presidente cuando éste era candidato, para exponerle este asunto, que es ocho centímetros más alto que él. Nacido en 1945 en Puebla, graduado en relaciones internacionales por la UNAM, aquella noche tenía 54 años.Y como está bien comido, no fuma, bebe poco, es robusto y sólido, posee una excepcional resistencia física.

"Yo estaba tirado, con las piernas en el suelo y la espalda sobre los primeros escalones, cuando él se levantó; corrió a la cocina y cogió uno de los cuchillos para guisar que tengo a la vista en un bloque de madera, y al volver me dio una puñalada aquí -se toca el abdomen, a la altura del cuarto ojal de la camisa-, y otra aquí", ladea la cabeza a la derecha y recorre con el índice una cicatriz diagonal en el costado izquierdo del cuello. El parte médico, en poder de este diario, confirma sus palabras:

"Román González Ruvalcaba, médico legista honorario, dictamina haber examinado al paciente Joaquín Romo de Vivar y Sandoval, quien presenta las siguientes lesiones: 1º x herida x arma blanca epigástrica penetrante de abdomen c/lesión de colon y vesícula 2º herida penetrante en cuello izq c/lesiones musculares y de parótida 3º heridas de manos y contusiones menores (...) Monterrey, NL, 15 de agosto de 1999."

El dedito de Dios


Continúa don Joaquín: "Como él estaba encima de mí, yo encogí una rodilla y extendí la pierna lanzándolo hacia atrás, y como acababa de comprar un bulto de rieles de aluminio que estaba en el jolecito de la entrada, él se tropezó con eso y cayó hacia atrás con las patas para arriba. Yo aproveché para levantarme, entré a la cocina, agarré un sartén de hierro para asar carne y se lo estampé en la frente con toda mi alma, provocándole una hemorragia instantánea".

Pero entonces, agrega, el atacante se cubrió la cabeza con las manos y al ver los chorros de sangre que brotaban de su cuero cabelludo, protestó con una queja casi infantil:

-¡Mira lo que me hiciste, cabrón, mira lo que me hiciste!

Don Joaquín asegura que abrió la puerta exterior de su casa y salió al jardín cuadrado del conjunto habitacional sin saber qué hacer. "Y entonces vi que se pelaba, con las manos en la cabeza, bañado en sangre, corriendo por el pasillo que va a la Vía Caecilia. Y yo dije 'Virgen santísima, ¿qué hago? Si despierto a mis vecinos y pido que llamen una ambulancia, de aquí a que venga, me voy a desangrar'", recuerda. Así que tomó una decisión insólita: irse, manejando su camioneta, hasta el hospital más cercano. Pero antes, añade, subió a su recámara y por el absurdo afán de mostrarse limpio, se puso no una sino tres camisas, que se quitó al instante porque todas se empapaban, hasta que resolvió envolverse una toalla sobre la herida del cuello, echarse agua en la cara y partir.

Montó en su vehículo, asegura, y zarpó con la idea de internarse en el hospital San José, a seis cuadras de su domicilio, pero sin explicarse todavía por qué o cómo, terminó estacionando la camioneta frente al hospital Santa Engracia, a 15 cuadras de su hogar. Entró caminando en la sala de urgencias y mientras lo acostaban en una camilla y le brindaban los primeros cuidados para estabilizar los signos vitales, contó lo que le había sucedido y dio el número telefónico de la casa de Jesús, "mi ayudante de toda la vida", quien llegó 45 minutos después para firmar la responsiva médica, y desde luego el voucher de American Express, requisitos sin los cuales no lo hubieran operado.

"El doctor González Ruvalcaba me explicó que Dios, con su dedito, fue guiando la punta del cuchillo del asesino para que no me perforara el bazo, el hígado y el páncreas, órganos que están superpuestos. Y me dijo que al abrirme descubrió muchas piedras en la vesícula, o sea que, si no me atacan, de todos modos muy pronto me hubieran debido intervenir, porque estaba tomando Prozac y otras pastillas a causa de los problemones que tengo", confiesa.

Cuando los agentes de la Policía Ministerial inspeccionaron su casa a partir de las cuatro de la mañana "no reportaron la rasgadura en la tela de alambre, ni el cuchillo doblado en la recámara, pero me robaron una videocasetera y un fax. Y al ver los dos regueros de sangre en el pasillo que va del jardín a la calle dijeron que eran de una sola persona y que yo me había tratado de suicidar", subraya.

Uno de los rastros hemáticos iba de la casa al estacionamiento de don Joaquín y el otro, el del muchacho, se bifurcaba hasta la acera donde se esfumó porque alguien, se deduce, lo estaba esperando en otro vehículo. Una investigación periodística revelará, sin embargo, en próximas entregas, que más allá de este episodio criminal, conectados por diversos motivos con este caso se encuentran destacados militantes del Partido Acción Nacional en Nuevo León, así como Mariclaire Acosta Urquidi, quien fuera subsecretaria de Relaciones Exteriores en el gabinete de Vicente Fox, durante la gestión de Jorge G. Castañeda.

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