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México D.F. Lunes 19 de abril de 2004
Encierro bien presentado de Rancho Seco, pero
defendiéndose y con sentido
Absurdo calcutismo taurino en la temporada de
la plaza La Florecita
Abraham Ruiz, cabeza sin sello Víctor Martínez,
clase con precauciones
LEONARDO PAEZ
Por
dos pecados de lesa taurinidad pasará a la historia la desafortunada
empresa que hace 11 años dice promover la fiesta brava en la Plaza
México: uno, haber reducido a su mínima expresión
dicha fiesta, y dos, haber ahuyentado de las plazas a un público
que agotó su paciencia ante la pobre oferta de espectáculo
de los que "arriesgan" su dinero, así no sepan hacer negocios taurinos.
Por idénticas razones, tarde o temprano también
pasará al basurero de la historia taurina del país la "competencia"
de tan alegres empresarios: la firma Espectáculos Taurinos de México
(ETMSA), propietaria de las plazas de Guadalajara, Monterrey, León,
Ciudad Juárez, Acapulco, Irapuato, las dos de Tijuana y las dos
de Aguascalientes, y que igualmente dice arriesgar su dinero, aunque "dar
toros no es negocio sino afición".
Lo más grave de este aventurerismo empresarial
taurino es que otras empresas, con menos recursos pero más entusiasmo,
no logran escapar a la pésima influencia del citado duopolio y aunque
prescinden de las figuras milenarias y se olvidan del novillote, nomás
no logran ofrecer corridas de toros que interesen.
Tal es el caso de la empresa Acha y Quintana, que por
segundo año consecutivo logra el patrocinio de una marca de brandy
y reanuda el reto de contribuir al rencauzamiento del espectáculo
taurino en México, así sea en la plaza La Florecita, de Ciudad
Satélite, con 2 mil 500 localidades. Ayer, en la corrida inaugural,
con un mano a mano entre Abraham Ruiz y Víctor Martínez,
dos toreros con cualidades pero oportunamente desperdiciados por nuestros
inefables taurinos, dicho coso registró casi tres cuartos de entrada,
pues está visto que la gente no desea participar en fiestas benéficas,
sino en espectáculos taurinos que lo emocionen a cambio de lo que
paga.
De la negligencia autorregulada e impune a la calcutización
del espectáculo taurino, donde dar oportunidades se confunde
con hacer caridades, en especie de tés canasta de promotores piadosos
con combinaciones modestas, pero bien intencionadas. En cualquier caso,
la promoción inteligente de la fiesta de toros en México
continúa siendo terapia ocupacional más que posibilidad real
de hacer negocios, tan buenos como transparentes y benéficos para
tan manoseado espectáculo.
El menudito Abraham Ruiz, que tantas esperanzas hiciera
abrigar como novillero inteligente e intuitivo en su triunfal temporada
en la plaza de Arroyo, y que después, por la antiadministración
que persigue a los toreros mexicanos se fue perdiendo por falta de oportunidades
regulares, recibió con templadas verónicas a Fundador,
de 520 kilos, escobillado de ambos pitones, que no empujó en la
única vara que tomó. Con la muleta, Ruiz insistió
por ambos lados ante una res muy agarrada al piso y se eternizó
pinchando hasta escuchar dos avisos.
Con su segundo, Jerezano, según la pizarra
con 607 kilos de peso y sin duda el mejor del encierro, que recibió
hasta tres puyazos, pero llegó a la muleta con claridad y recorrido,
Abraham logró ligar varias series con la diestra e incluso naturales
enjundiosos, y se hizo aplaudir fuerte cuando calló a la banda que
ya se arrancaba con inoportuno pasodoble. Cuando ya tenía ganada
merecida oreja... vuelta a pinchar y todo quedó en palmas al diestro
y fuerte ovación a los despojos mortales del ranchosequeño.
Víctor Martínez, que debutara como novillero
hace cuatro años en esta misma plaza, y que al igual que Ruiz no
ha contado con un apoderamiento profesional y menos con una sensibilidad
empresarial que consolide su potencial torero, ejecutó con Andaluz
(583 kilos), de desarrollada cornamenta, bellas y acompasadas verónicas
algo despegadas. Tras dos puyazos en que el toro recargó, este Martínez
dejó ver con la pañosa su falta de sitio -dos corridas en
un año de matador- y escuchó un aviso.
Cerró plaza Español, con 610 kilos,
también escobillado de sus astas, que fue castigado en exceso, incluso
después de ordenado el cambio de tercio. Algunos derechazos consiguió
ejecutar Víctor, aprovechando el viaje más que templando
y mandando; fue cogido sin consecuencias y dejó una entera caída.
Pero lo que se dice arrebatarse delante de los toros,
salir a enloquecerse y a enloquecer al tendido, ni Abraham ni Víctor
lo tienen claro, ya que la falta de sitio no es atenuante de la falta de
entrega. Lo dicho, una fiesta de pasión se ha vuelto de compasión.
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