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México D.F. Lunes 19 de abril de 2004
José Cueli
Aroma de Sevilla
La plaza de toros de la Real Maestranza de caballería de Sevilla es cosa. Más cosa, los domingos de resurrección. Tiene alma, aroma, música que se le escapa por la policromía original. Odia lo rutinario, el ''pegapasismo'' que castra. Se embebe en media verónica y la convierte en arte sutil. Rapajolera se enamoró de Curro Romero y lo resucitaba cada año al término de la Semana Santa.
Desde el año pasado, Curro, el viejo cantaor, es parte de arquitectura y en barrera se pavonea gallardo y rumboso. El, que donde ponía el meceo de los toros, le echaba el sello. Hoy, a falta de toreo, disfruta la miel caliente de su enamorada en la entrada de la primavera; perfume original a romero y yerbabuena, dibujada por el sol del atardecer.
Sevilla se engalanó y las típicas calles cambiaron de fisonomía. Atrás se quedó la pena por los muertos en los atentados en Madrid y la melancolía enmascarados por el fulgor de la gracia andaluza. En medio de los cascabeles de los caballos, las mujeres de rítmicas pisadas y miradas incendiarias reclamaban de los feriantes, colaboración intensa e imaginativa, cual corresponde a la leyenda torera de esta región española, torera como ninguna.
Este año, en cartel postinero, Enrique Ponce y El Juli no pudieron con la tradición, el ambiente y ''eso'' que es todo y es nada. ''Eso'' que despertaba Curro: realizar el milagro de construir la imagen más cercana al deseo, enlazada a la intuición. En suma, en el inicio de la feria sevillana sólo quedó en el aire ese ambiente único maestrense, en el domingo de resurrección.
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