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México D.F. Lunes 19 de abril de 2004
APRENDER A MORIR
Hernán González G.
ƑLlevar a restaurantes?
"LE AGRADEZCO HABER recomendado en su columna la película Suite Habana. En 82 años de vida nunca recibí un tratamiento mejor contra los achaques, la depresión y la soledad. La he visto dos veces y la recomiendo a cuanto conocido o extraño puedo. Ojalá se hiciera más cine como éste y menos del que a diario vemos", escribe don José Raúl García, de Naucalpan, estado de México, y yo lo felicito por su disposición a tratarse también por la vía del arte, que va directamente al ánima y al ánimo, al espíritu y al valor, esenciales para mantener una calidad de vida.
AURORA DELGADO DE Osuna pregunta qué tan conveniente es llevar a las personas de edad avanzada a restaurantes, sobre todo cuando ellas lo solicitan.
AL IGUAL QUE la juventud, la vejez, más que cuestión de edad, es un nivel de salud, entendida, antes que como disponibilidad de energía, como disposición a aceptar la propia realidad. En este sentido, suelen escasear las personas de la tercera edad cuyo envejecimiento físico se sustente en una aceptación serena y lúcida del mismo. Por el contrario, abundan ancianos frustrados, resentidos o enojados, no tanto por su situación presente o dolencias actuales, sino por el recuento, con saldo en contra, de su vida, luego de haber postergado un oportuno aprendizaje a vivir como ayuda primordial en el aprendizaje a morir, ese tránsito ordinario e incluso excitante, dramatizado desde siempre por las instituciones.
SI DESPUES DE una vida lograda -70 u 80 años con salud razonable- un anciano aún tiene arrestos para padecer restaurantes y usuarios, combinar sazones y ruidos, aglomeraciones ciertas y servicios dudosos, a la vez que intenta restaurar su organismo y renovar su gusto por los sabores, qué mejor si sus familiares pueden habitualmente darle esa satisfacción.
PERO SI RESULTA peor el remedio que la enfermedad, si para el viejo son mayores las incomodidades que las satisfacciones; si es miedo, negación o evitación lo que anima a los parientes a "pasear" al anciano, más que la genuina gratificación de éste; si hay renuencia en él o en algunos miembros de la familia a modificar costumbres y hábitos sociales, o si de plano se le niegan a la persona mayor alimentos igual o más importantes que la comida y bebida, como son el cariño, la atención, el trato considerado y los momentos compartidos -conversando, no monologando, leyéndole o en silencio-, entonces el anciano y su familia deben negarse a restaurar su ánimo en restaurantes.
AHORA, SI EL deseo de comer fuera es compartido y las condiciones físicas de la abuela lo permiten, siempre queda la alternativa de prepararle uno o más de sus platillos favoritos -ya sin obsesivos cuidados dietéticos-, ponerle su ropa preferida, quizás un pañal desechable, y llevarla periódicamente, de ser posible entre semana, a un arbolado parque donde compartir los alimentos con sus seres queridos, disfrutar de una tibia tarde y, sólo por ese día, seguirle diciendo, todos, sí a la vida.
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