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México D.F. Sábado 17 de abril de 2004

Bernardo Bátiz V.

Manuel Gómez Morín

Manuel Gómez Morín, fundador del PAN, rector en breve pero intenso lapso de la Universidad de México, hombre de negocios, abogado, impulsor y redactor de leyes fundamentales para México, fue reconocido oficialmente como un hombre ilustre, y por ello, sus restos llevados a la famosa Rotonda del Panteón Civil de la Ciudad, conocido popularmente como panteón de Dolores.

Merecido homenaje, sin duda. Se lo otorgan los panistas sin regateo alguno, y los demás integrantes de los partidos grandes, a cambio del reconocimiento a Jesús Reyes Heroles, por el PRI, y a Heberto Castillo, por el PRD y la izquierda en general.

Por mi parte, yo lo recuerdo ya mayor, retirado parcialmente de la política, congruente con su convicción de que los caudillos no han sido buenos para México. El pensaba, y por eso fundó un partido político, que las luchas por el poder no deben darse alrededor de personajes, por brillantes y elevados socialmente que sean, sino alrededor de ideas y principios. Ejemplos de funestos caudillos encontramos muchos en nuestra historia.

Don Manuel, como le decían con respeto en el PAN en el que milité, pensaba, cuando en 1940 condenó a los caudillos, en el "generalito del caballo blanco", Juan Andrew Almazán, campeón de la oposición contra el candidato oficial, pero también en José Vasconcelos.

Esta inclusión del ex rector Vasconcelos en la crítica del fundador del PAN se debió a que Gómez Morín le propuso a su maestro, al finalizar la campaña de 1929, en la que el primero colaboró en lugar destacado, que la lucha continuara mediante la fundación de un partido político, y este último prefirió emular a Madero con un fallido plan, el de Guaymas, convocando al levantamiento popular.

No confiaba don Manuel en caudillos; sí, en cambio, en instituciones, en la permanencia en la lucha y, principalmente, en una doctrina clara que fije el rumbo, que evite los bandazos, los titubeos, las alianzas coyunturales y los acomodos pragmáticos.

También pensaba en algo más que en la libre competencia como motor de la vida económica y social; de él fue de quien por vez primera escuché el término "rectoría del Estado". El Estado no tiene por qué ser el dueño, el titular de los medios de producción, su obligación es otra, la de regir, equilibrar, buscar la justicia social, la distribución amplia de los bienes y no su acumulación inequitativa, y para ello cuenta con sus propios instrumentos, políticos y económicos, como las leyes, los impuestos y, destacadamente, el gasto público bien orientado y honradamente administrado.

Gómez Morín creía en la democracia, en el voto, en la organización de los ciudadanos y en la participación de lo que se llamaba antes "grupos intermedios" y hoy se conoce como "sociedad civil".

Si el gobierno convoca a elecciones, aprendimos de él, debemos tomarle la palabra. No se pueden acostumbrar los ciudadanos al ejercicio de su poder soberano sin ejercerlo. Una prédica panista de los años 60 y 70 era: se puede pasar del voto emitido al voto respetado, no del inexistente.

El camino se aprende caminándolo, por eso el PAN de entonces convocaba a votar cuando otros pensaban o en la revolución violenta o en aprovechar las circunstancias (aprovecharse) y tratar de cambiar al sistema desde dentro. Muchos políticos, en ese intento, acabaron cambiando ellos mismos. Los panistas de hoy celebran a Gómez Morín como una fórmula, pero no dan trazas de ser congruentes con su doctrina. Voltean a Estados Unidos, cuando la doctrina panista proclama nuestra integración y solidaridad con Iberoamerica; se alian con los que antes combatían y repiten esquemas de autoritarismo, centralismo y despilfarro que antes criticaron.

Una contribución al homenaje al fundador de Acción Nacional sería recordar y llevar a la práctica una frase pronunciada en célebre conferencia: "Lo insustituible en la democracia es la identificación del poder y el pueblo".

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