México D.F. Sábado 10 de abril de 2004
Dos millones y medio de personas asistieron
a la 161 representación del viacrucis
La iztaparraza dio vida y color a la pasión
en el Cerro de la Estrella
Reporta Seguridad Pública saldo blanco, sólo
hubo algunos casos de insolación
JUAN JOSE OLIVARES
En el Cerro de la Estrella cientos de miles esperan la
crucifixión. El personaje de Cristo, representado por Adrián
Espinoza, luego de la tercera caída, ya no puede más. Se
le acerca un hombre a ofrecer ayuda para cargar la cruz. "¡Simón!",
acepta el protagonista, y Simón, el cirineo, le ayuda en los últimos
metros del viacrucis.
Jesús
y los dos ladrones (Dimas y Gestas) son subidos a sus cruces. El sol aprieta
y deja ídem a los de Iztapalapa y rojos a los visitantes. Cristo
y los condenados dicen su discurso. "Perdónalos porque no saben
lo que hacen", últimas palabras en el Gólgota. Bajan de la
cruz al que resucitará. La muchedumbre baja, abarrota las calles.
Regresan a sus casas. Se cumple otro año de viernes de luto festivo.
Dice la policía que fueron 2 millones y medio de personas las que
visitaron la representación teatral popular más importante
de esta ciudad. La del auténtico teatro callejero y real, en el
que se percibe el luto de los oriundos por la crucifixión de su
mesías, la devoción de los nazarenos con sus pies destrozados
que, emulando a Jesús, suben sus pesadas cruces hasta el Cerro de
la Estrella; es el desmadre de cientos de miles de personas a las que no
les importa insolarse, lastimarse con los empujones y hasta reñir
por ocupar el mejor lugar.
Es también el día de la procesión
de los nazarenos descalzos; esos chavos obreros, comerciantes, fayuqueros,
empleados, desempleados que poco gustan a los organizadores del viacrucis
porque lo más difícil es controlar a la banda, pero que son
los más importantes, los más numerosos y terminan con los
pies hiperlastimados de caminar más de dos kilómetros con
cruces a cuestas.
Romanos y nazarenos comen juntos
La jornada de Viernes Santo en los ocho barrios de Iztapalapa
comienza desde las nueve de la mañana con estos personajes, que
inundan la calle Comonfort cargando sus cruces. Llevan al santuario del
Cerro de la Estrella sus penitencias transformadas en crucifijo.
El ambiente sacro-civil se percibe en el centro de Iztapalapa.
En los mercados se puede observar a romanos y nazarenos comer juntos. Las
personas aprovechan sus casas para ofrecer aguas frescas, naranjas, jugos,
papas fritas, acociles y hasta algunos balcones son alquilados para apreciar
el paso del Mesías y su séquito de castigadores y
adoradores. La gente del lugar es apasionada, lo trae de genética;
aunque lo han visto todos los años quieren el mejor lugar.
Ya en la casa de Juan Cano (que lleva casi 50 años
ofreciendo su casa para ensayos y resguardar al equipo de artistas amateurs),
la reclusión de Jesús continúa, en espera del juicio
de Poncio Pilatos. La gente lo va a visitar desde temprana hora. En las
afueras del inmueble se ofrecen gorras, sombreros, sombrillas, miradores.
La venta de quesadillas, frituras, paletas y sombrillas continúa.
Son las doce del día y ya hay varios lesionados
de los pies, esos que cargan sus cruces-pecados.
Ya en el acto de esa puesta teatral auténticamente
ciudadana, es la hora de juzgar a Cristo. La explanada delegacional, resguardada
por una valla de policías, se atiborra cada vez más. Los
fariseos, y los sacerdotes Caifás y Anás se aferran a la
muerte de Jesús. Piden a Pilatos su crucifixión. Judas Iscariote
se arrepiente; luego se colgaría de un árbol. Claudia, esposa
del gobernador Pilatos -a quien le quedó grande la silla, "como
a Vicente Fox", guasean-, le pide que no condene al profeta. El sol continúa
inclemente e insolando a unos cuantos; ya suenan algunas sirenas con algún
herido. No obstante, Jesús, cansado, es llevado ante el gobernador.
Lo acosan fariseos y fotorreporteros.
Pilatos manda a Jesús con Herodes. Este, con la
clásica tonada chilanga, se burla: "ilustre reyyy, me creees
inferiooor". Los diálogos bíblicos dichos con el tono de
una de las bandas mas prestigiadas de la ciudad. Es el tono de la iztaparraza.
Herodes, el muy ojete, ordena que lo azoten.
Jesús regresa con Pilatos. Cristo es azotado por
dos verdugos bien bandota, que se manchan, comenta un joven. La
gente sufre con ese dolor ficticio. La voz del tenor Humberto Cravioto
entona "Cristo te ama en espíritu y verdad, búscalo (...)",
y la muchedumbre se prepara para hacer un hueco por donde partirá
la procesión dolorosa. Le clavan a Cristo la corona de espinas.
Jesús es sentenciado a la cruz.
Viene la hora de la verdad, la del desmadre. Los periodistas
se adelantan. Les impide el paso la guardia romana, compenetrada en su
papel. Ellos abren el paso. El gusano humano avanza por las calles con
los sacerdotes malditos al frente y Cristo secundando.
Avanza la hilera. Los empujones comienzan. Aseguran algunos
que para seguir la procesión hay que usar equipo de jugador de futbol
americano. Algunos guardias ro-manos avientan los caballos a la gente.
Se da la primera caída. Los gráficos quieren
el mejor lugar para la foto. La segunda caída muestra a un Mesías
que ya no puede con la cruz, de 90 kilos. Más adelante y luego de
la tercera caída, un poco antes de llegar a donde todo se consumará,
el actor acepta la ayuda, porque en efecto, ya no puede. En eso llega Simón.
Saldo blanco
Con una asistencia de aproximadamente 2 millones y medio
de personas, la 161 representación de la pasión de Cristo
reportó saldo blanco, a excepción de algunos casos de insolación.
De acuerdo con informes de la Secretaría de Seguridad Pública,
la dependencia desplegó más de 2 mil elementos.
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