México D.F. Sábado 10 de abril de 2004
Cofrades lugareños participan en las
ceremonias y penitencias por la Semana Santa
Se mantiene viva la tradición en Taxco
MISAEL HABANA DE LOS SANTOS CORRESPONSAL
Taxco De Alarcon, Gro., 9 de abril. Un niño
aterrorizado se mete entre las faldas de su madre cada vez que se acerca
esa presencia extraña: hombres en faldones y con capuchas negras,
la cintura ceñida con cabestro -un lienzo hecho con crines de caballo-,
del que pende un largo rosario.
-Mamá, ¿por qué cargan esos palos
con espinas? -pregunta el crío.
-¡Porque se portan mal! -dice la madre, mientras
esquiva a la multitud que se dirige hacia al interior del templo de la
Santa Veracruz, donde seis imágenes sangrantes de Jesús crucificado
están a punto de salir y sumarse a otras efigies, en total 51, que
recorrerán los callejones de la colonial Taxco.
-¡No chingues, no le digas eso al niño! -responde
el padre, protector, y trata de explicar al pequeño el tormento
que significa colocarse entre 30 y 60 kilos de varas de zarza ceñidas
y amarradas fuertemente a los brazos abiertos en cruz de los penitentes
y sostenidas por la fuerza de la boca: los encruzados, el espectáculo
sadomasoquista que atrae cada año a miles de turistas.
Son
las nueve de la noche del Jueves Santo, suenan solitarios tambores, algún
violín desafinado, alguna matraca de madera, y todo huele a la goma
del copal quemado en lustrosos incensarios de plata. Son los peregrinos
de los barrios de Taxco que bajan por callejones hacia la iglesia de la
Santa Veracruz, cada hermandad con su Cristo llevado como pesada cruz en
hombros, y son los hombres los que cargan estos altares como una penitencia.
En el atrio de la Santa Veracruz se continúa cargando
a los encruzados, mientras otros encapuchados se laceran con níveas
fustas con terminaciones de acero que les provocan llagas a la altura de
los riñones, laceraciones de las que mana sanguaza en una representación
dolorosa del camino de su propio calvario.
El párroco de Santa Prisca, José Guadalupe
Catalán, dice que estas son manifestaciones extralitúrgicas
de la Semana Santa que se realizan desde 1600 y que sólo fueron
canceladas durante el tiempo posterior a la Revolución Mexicana
en que hubo persecución religiosa, de 1926 a 1948, tiempo en que
el anónimo ritual de las cofradías se circunscribió
al espacio físico de los templos.
Setenta criollos fundaron en 1600 la hermandad del Nazareno,
la primera cofradía, en honor del Señor de la Santa Veracruz,
El general, como se le conoce a este Cristo que trajeron de España
los franciscanos. Aunque originalmente estas agrupaciones eran cosa de
hombres, actualmente cinco de las 11 existentes están integradas
por mujeres.
Son ellos las centenas de anónimos penitentes que
durante la peregrinación de los Cristos de la noche del Jueves Santo;
la de las tres caídas o la procesión del silencio, del viernes
al mediodía y de la noche, respectivamente, se flagelan, arrastran
cadenas, cargan en brazos pesadas cruces, cargan rollos de zarza, ante
el azoro y sobresalto de miles de turistas que se sitúan en balcones
y restaurantes, para complacencia de hoteleros y restauranteros.
Para el sacerdote de Santa Prisca son estos cofrades los
responsables de la fiesta de Semana Santa, "de organizar ceremonias y penitencias".
Cada quien con su cruz...
Los 51 Cristos, sobre pesados altares en procesión
siguen la ruta de la Pasión por las principales calles de la colonial
ciudad. Vestidos con las mejores galas, estos crucificados en grandes cruces
terminadas en argento y coronados de espinas de plata son cubiertos con
flores, papel, plantas y todo lo que a la feligresía se le pueda
ocurrir para que sea el mejor del desfile religioso.
Los Cristos son bautizados por el nombre del barrio, sector
o hermandad del que vienen: la Buena Muerte, Señor de Pilitas, de
los Conductores, Señor del Cerro del Huitxteco, Guadalupe, de Los
Milagros, del Martirio, de La Agonía, de los encruzados -cargado
por decenas de estos hombres de largo vestido y capucha negra-; 51 imágenes
desde la más antigua, la de la Santa Veracruz, El general, que
comanda la procesión hasta el que apenas hace dos años, el
de Pueblo Nuevo, se integró a esta tradición colonial, entonces
un ritual de las catacumbas, al espectáculo de las transmisiones
en vivo y en directo por las cadenas nacionales de televisión.
El viernes, el mismo rito pero a la luz del día.
Decenas de mujeres en vestidos largos y negros como sus capuchas, que recuerdan
los tiempos de la Inquisición, arrastran cadenas sobre los empedrados
taxqueños, encorvadas arrullan crucifijos como si llevaran a sus
hijos en brazos.
|