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México D.F. Jueves 1 de abril de 2004
ESTADOS UNIDOS, CONTRA LA LEY
El
fallo emitido ayer por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya,
en el que se ordena a Estados Unidos revisar las penas capitales dictadas
contra 51 mexicanos en ese país, constituye un triunfo de la legalidad,
los derechos humanos y la vida, así como un importante éxito
para México, su diplomacia y sus juristas. No es un logro menor
el que el máximo organismo judicial de la comunidad internacional
haya dictaminado que la nación vecina se colocó fuera de
la ley al ignorar el derecho de nuestros connacionales condenados a muerte
a una asistencia consular inmediata después de su detención.
Como era de esperar de la barbarie que gobierna en Texas
y Oklahoma, los mandatarios de esos estados ya anunciaron su desconocimiento
de la jurisdicción de la CIJ en sus respectivos territorios. En
el segundo de esos estados, donde se tiene programada para el próximo
18 de mayo la ejecución del mexicano Osvaldo Torres Aguilera, el
procurador Drew Edmonson amenazó con resistir "cualquier intento
de retrasar la justicia". Es previsible que otras entidades del país
vecino cierren filas contra la legalidad internacional, la vigencia de
los derechos humanos y los valores éticos universales, y que conformen
una suerte de estados unidos contra la CIJ.
En estricta lógica legal, la resolución
de La Haya obligaría a la Casa Blanca en Washington a interponer
querellas en la Corte Suprema de Justicia contra los gobiernos estatales
que se empeñen en aplicar la pena máxima a cualquiera de
los 51 sentenciados mexicanos, trámite que implicaría, a
su vez, dejar en suspenso la ejecución. Pero la conocida afición
de George W. Bush por matar seres humanos -su gobierno ejecutó a
cientos de reos cuando gobernó Texas, y ha ordenado el asesinato
de miles de inocentes en diversos puntos del planeta desde que es presidente
de Estados Unidos-, así como su interés de mantener satisfecho
a su electorado conservador, hacen poco probable que acate el fallo de
la máxima corte penal del mundo. Si la Casa Blanca no obedece la
orden de la CIJ, México no tendría más camino legal
que acudir al Consejo de Seguridad de la ONU, en donde los representantes
estadunidenses aplicarían, a no dudarlo, el derecho de veto de que
dispone su país para impedir cualquier resolución desfavorable.
Sin embargo, en un sentido político y diplomático,
el veredicto de la CIJ, si bien sólo beneficia directamente a 51
mexicanos, constituye un serio revés para Estados Unidos y para
el resto de países que defienden y practican la pena de muerte,
y coloca a Washington en condición de infractor de la legalidad
internacional. Asimismo, el fallo permite realizar una mejor defensa moral
de nuestros connacionales sentenciados a la pena capital en el contexto
de instituciones judiciales injustas, racistas, clasistas y definidamente
irrespetuosas de los derechos humanos y las garantías individuales.
Más allá de las medidas políticas,
diplomáticas y legales pertinentes, el gobierno mexicano no debe
vacilar en emprender acciones de presión más resueltas y
enérgicas para proteger la vida de los mexicanos sentenciados y
buscar el cumplimiento de un veredicto internacional que nos da la razón.
Y si las autoridades no lo hacen, la sociedad misma debe organizarse, en
el marco de la legalidad, para hacer sentir a los gobiernos estatales y
federal de Estados Unidos su repugnancia por la práctica bárbara,
degradante, cruel e inhumana de la pena de muerte. Sería procedente,
por ejemplo, para evitar que Texas u Oklahoma ejecuten a un mexicano más,
suspender parcial o totalmente las importaciones de esos estados, dejar
de consumir sus productos o cancelar los viajes turísticos a esos
destinos. Hoy, con la legalidad internacional a nuestro favor, es tiempo
de hacer algo.
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