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México D.F. Jueves 1 de abril de 2004
Octavio Rodríguez Araujo
La tragedia del PRD
Nunca me imaginé que recordaría al monetarista Milton Friedman al analizar la situación por la que atraviesa el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El ex asesor de Ronald Reagan dijo en alguna ocasión que la única manera de superar una crisis severa sería dejar que tocara fondo (estoy citando de memoria). El PRD ya llegó, en mi opinión, al fondo de su crisis interna.
Una de dos, o resurge reconstituido o desaparece más temprano que tarde. Para resurgir reconstituido tendría que reformarse seriamente, lo cual me parece poco probable. Y si se extingue será una tragedia para muchos, comenzando por quienes aspiran a la candidatura presidencial desde esa plataforma. Pero esa tragedia para muchos, puede acabar con la creencia de que el PRD es un partido de izquierda y no un espacio para usufructo de quienes no se conciben sin cargos dentro o fuera de la organización partidaria. Y si se acaba con esa creencia no será del todo malo; por lo menos terminarían las falsas expectativas y las confusiones entre quienes forman sus bases o entre el grueso de los simpatizantes externos que sólo participan en cada elección votando con una esperanza no siempre fundada en la realidad del partido y de sus candidatos.
Suena muy fuerte lo que estoy diciendo. Pero... el PRD surgió como un partido abiertamente electoral (lo cual no es necesariamente criticable) y confuso en sus principios y programa (que sí es criticable). Aceptó como candidatos a quienes no lograron serlo en otros partidos, principalmente en el Revolucionario Institucional. En su interior, los perredistas se hicieron trampa a sí mismos en una elección de dirigentes. Y más cerca del presente, algunos de sus cuadros se exhibieron lastimosamente como personas de pocos escrúpulos. Muchos de sus integrantes, sobre todo los militantes en puestos directivos, nunca actuaron como componentes de un partido, sino de grupo. Varios de estos grupos fueron y son irreconciliables entre sí, y no han entendido hasta la fecha que la construcción de un partido, especialmente si aspira a ser considerado de izquierda, requiere humildad, honestidad, disciplina, anteposición de los intereses partidarios a los individuales o de grupo y, desde luego, trabajo en equipo.
ƑCómo reconstruir un partido con tantas heridas, enconos y sentimientos de venganza en su interior? Y en caso de reconstruirse, Ƒqué resultará?
Desde 1987, cuando se formó el Frente Democrático Nacional, mi percepción era poco optimista. Cuando se fundó el PRD no encontré razones para alimentar mi optimismo: no había documentos y los que se redactaron eran incluso contradictorios entre sí, como si hubieran sido escritos por diferentes personas sin ponerse de acuerdo en sus análisis y conclusiones. Sus fundadores, pienso, tuvieron las mejores intenciones del mundo, pero no fueron capaces de darle un perfil claro, una definición a su partido. Llegué a pensar, y así lo dije en varias ocasiones, que el PRD sería, por default, la izquierda que era posible en México en ese momento, ya que no había otra organización con altas probabilidades competitivas que pudiera decirse de izquierda. Y era de izquierda, pero sólo por comparación con el PRI y sobre todo con el Partido Acción Nacional. Es más, ni siquiera tuvo la capacidad colectiva y dirigente para convertirse en un partido socialdemócrata, pese a lo fácil que es ser socialdemócrata sin comprometerse con el socialismo o con la lucha por éste.
Así percibí al PRD en sus inicios, pero existía, de mi parte, como observador y analista que intento ser, una esperanza, la esperanza que compartimos muchos de que ese partido se convirtiera, por lo menos, en una mejor alternativa a los otros partidos también competitivos.
No ocurrió así. Lejos de mejorar su imagen ante el electorado, el PRD fue perdiendo votos de manera sistemática, como también los otros partidos. No se hizo una reflexión seria sobre este punto. Rosario Robles, ahora en entredicho, argumentó que si bien se habían perdido votos se habían ganado curules. Vaya razonamiento alambicado para querer ocultar lo inocultable: el partido ha venido perdiendo simpatías. Y en lugar de buscar la manera de reconquistar apoyos, se vino abajo la imagen, y el pueblo mexicano ha perdido, hasta ahora, una opción para votar por un cambio de rumbo alternativo a las políticas neoliberales, entreguistas e irresponsables de los anteriores gobiernos priístas y panistas.
Pero aquí no termina la tragedia. En momentos en que ha aumentado perceptiblemente la votación en países donde la gran abstención parecía una tendencia ascendente (España y Francia, por ejemplo), en México los tres principales partidos se han exhibido como organizaciones poco creíbles y sus dirigentes como personas de moral cuestionable. En otros términos, partidos, dirigentes y hasta candidatos se han encargado de desacreditar la política, lo cual podría llevar a una gran abstención en las elecciones próximas. Y una gran abstención lo único que trae de acompañamiento es que unos cuantos, los mejor organizados, puedan definir el rumbo del país y la situación de los mexicanos. Feo círculo vicioso.
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