México D.F. Martes 23 de marzo de 2004
Transglobal y Rachid Taha pusieron la música
Concierto unificador en la plancha del Zócalo
Doce banderas mexicanas flamearon con vigor hacia el
sur
CESAR GÜEMES
Como si se hubieran puesto de acuerdo, en uno de los momentos
más recios del concierto de este domingo por la tarde, las 12 banderas
mexicanas que punteaban la Plaza de la Constitución flamearon vigorosa
e incansablemente hacia el sur.
Impulsadas por la música, aunque sin duda también
ayudadas por el viento, las insignias se volvieron puntos de referencia
de uno de los encuentros musicales más unificadores de los varios
que se han desarrollado en la versión 20 del Festival de México
en el Centro Histórico.
En
cuatro horas se abatieron desde el escenario y a su alrededor varias fronteras,
primero con la ordenada apuesta indo-británica del grupo Transglobal
Underground, y luego con la dulzura de los ritmos del músico argelino
Rachid Taha.
A lo largo de cuatro horas sólo la onomatopeya
vocal mandó más que la reiteración instrumental, según
se escuchó a Transglobal, y sólo las cuerdas alcanzaron a
domeñar la voz, en cuanto sonaron los acordes de Rachid.
La plancha del Zócalo comenzó a vibrar en
cuanto los ánimos tomaron cuerpo y el decibelaje muy bien medido
cooperó con el fenómeno acústico. La cobra del ritmo
de Transglobal iría despacio seduciendo a sus víctimas, una
a una.
La cascabel de Rachid reptó lo necesario para envolver
con sus mezclas al público dominical que se evidenciaba familiar,
pero que lo mismo sucumbiría.
Allí estaban muchos de los que ayer, apenas hace
unas horas, ocuparon los oídos en otros muy distintos menesteres
y hoy decidieron rellenarlos con varias horas de sonidos que vienen de
lejos, pero que no se perciben, a la luz de la tarde, tan distantes.
La que sí estuvo distante fue la bandera que ondeaba
en Palacio Nacional y que hacía buen rato se había enredado
en el asta. Allá iría a desenredarla, 14 escalones hacia
arriba y cientos de aplausos acá abajo, un propio del Ejército
que se batía con el viento y la tela del lábaro, que no cejaba
en su empeño.
La batalla duraría casi media hora y hacia las
seis de la tarde la enseña habría regresado a su lugar. Empezaría
el cuidadoso descenso del propio de la milicia y al sonoro rugir de los
aplausos daría comienzo la segunda parte del largo y concurrido
concierto.
Trepidación de percusiones
Más tarde, desde el escenario, conforme se alejaba
la luz del sol, las arengas pronunciadas en idiomas a veces claros y otras
felizmente mezclados surtían efecto. A cambio de la escasez de saltos
colectivos, la cruz de anoche no pesaba lo que calaba, un grupo de cometas
aprovechaba la superficie del visible viento para sumarse al flamear de
las banderas.
Sabedores del cuento que contaban, Transglobal primero
y en seguida Rachid disminuirían la trepidación de percusiones
que los acompañaban.
Pero ya el benigno veneno vespertino circulaba en la sangre
de muchos de los miles de asistentes. Ya no podría consumarse la
calma que prometía el ambiente. Casi de la nada, ambas agrupaciones
conectarían al ciento por ciento con su público que bailaba,
palmeaba y aceptaba el viento, la música, el ondear de las banderas
y la presencia necesaria de los cometas.
No hay calma. No hace falta. Doce banderas así
lo decían y hablaban tan claro, tan alto y con tal nitidez que de
seguro les asistía la razón.
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